Sobre Rodney Arismendi

Rodney Arismendi fue como él sencillamente se definía uruguayo, frenteamplista y comunista. Un revolucionario de nuestro tiempo, un hombre que supo estar a la altura de la conciencia sobre las necesidades de nuestra época, asumiendo todas las responsabilidades que ello implicaba - como le gustaba al parafrasear al Che - poniendo el pellejo detrás de las ideas. Hombre que aportó a entender los caminos de la unidad en la lucha, como condición sin la cual no se podía ni se puede realizar los cambios que nuestro querido país y la patria grande necesitaba y aún necesita. Unidad de la Clase Obrera, unidad del Pueblo, unidad de los frenteamplistas, unidad de los revolucionarios honestos, unidad de los comunistas, esa fue su constante predica y enseñanza. Junto a otros grandes hombres y mujeres como el general Líber Seregni fundaron aquella hermosa fuerza que se llamó Frente Amplio y que hoy se transformó en multitud de Pueblo en marcha tras la perspectiva de ampliar la democracia política y profundizar el cambio social.

En ese proceso estamos, abriendo camino, explorando en la construcción concreta de una nueva realidad, más fraterna, más justa, de desarrollo y felicidad de nuestros pueblos.

Hoy más que nunca la vigencia de su pensamiento es insoslayable junto a tantos aportes individuales y colectivos emergentes de una práctica social, democrática y revolucionaria. Práctica que en el afán de superación nos invita a ampliar y profundizar nuestros conocimientos apelando al intercambio y a las justas conclusiones. Este es nuestro mejor homenaje.

lunes, 5 de mayo de 2014

MARX Y LOS DESAFÍOS DE LA ÉPOCA





Rodney Arismendi
Discurso pronunciado el 19 de abril de 1983 en la Escuela Superior Karl Marx, de Berlín, RDA, con motivo de la entrega del título Doctor Honoris Causa en Filosofía



I

LA VIGENCIA DEL MARXISMO-LENINISMO

Querida compañera Hanna, estimados representantes del Partido, de las Universidades, de las ciencias, profesores y estudiantes:

La compañera Hanna ha hecho muy difícil esta parte de mi tarea.  Ella, destacada científica, Rectora de esta prestigiosa Casa, pero sobre todo revolucionaria comunista de toda la vida, me ha dicho palabras generosas, que las comprendo dirigidas a mi pueblo y a mi Partido; estas tienen un relieve particular y emocionante por pronunciarse en la República Democrática Alemana, en esta Casa de teoría y práctica por ser formadora de cuadros revolucionarios y por venir de una persona que merece cariño y respeto como la compañera Hanna, cuya vida es una muestra característica de las virtudes y el temple del comunista.  Nuestra compañera es admirable por la firmeza de su historia personal, pero también por el hecho de que durante tantos años, en la hora de construir el socialismo en las tierras de Carlos Marx, le han dado la conducción inteligente, aunque dicen que con mano de hierro, de este prestigioso instituto.

 Símbolo de la amistad combatiente de nuestros pueblos

 La República Democrática Alemana y el Partido Socialista Unificado de Alemania han querido honrarme, por segunda vez, con el título de Doctor Honoris Causa, distinción que recibo con emoción y un poco de susto.  En esta ocasión el título es de una Escuela Superior, es decir de rango universitario, que se llama Karl Marx y que es directamente del Partido.  Si la altísima distinción de la Universidad Karl Marx de Leipzig la sentí como una pesada responsabilidad, que excedía en mucho los pocos méritos de mi larga vida, esta vez la recibo como militante comunista, como un marxista de filas decía Lenin, ya que esta Escuela es parte del gran frente teórico que Engels y Lenin afirmaban que se combinaba con el frente económico y político, definiendo el trabajo armónico de un partido revolucionario marxista.
Comprendo perfectamente que al otorgarme tan valiosa distinción obran más allá de mi persona dos motivaciones principales: una, que la recibo con alegría, la voluntad de homenajear y estimular el combate heroico de nuestro pueblo contra el fascismo y el imperialismo; de tender una mano cariñosa y fraternal a nuestro Partido, a sus héroes de la tortura y la clandestinidad, a sus mártires, a mis compañeros de Dirección, Jaime Pérez, Massera, Altesor, Pietrarroia, Mazzarovich, León Lev, Rita Ibarburu y otros, que han demostrado sus méritos de comunistas en hora de pruebas mayores, venciendo la tortura y la cárcel, tuteándose con la muerte, fieles a su condición de patriotas y revolucionarios.  Y a mis compañeros del exilio, a los cientos de miles de uruguayos, que distribuidos en treinta países, militan de cara a Uruguay en los campos de la solidaridad y la unidad y, más concretamente, en las filas de nuestro Partido.  Pero, en segundo término, creo que esta distinción quiere destacar especialmente los lazos de amistad con el Partido Socialista Unificado de Alemania, entre nuestros partidos, unificados en la posición común marxista-leninista, y partes del gran proceso de transformación revolucionaria del mundo.  En verdad, nuestro Partido siente admiración y solidaridad por el PSUA, continuador de la gran tradición socialista alemana, del Partido Comunista que encabezara Thálman, de los luchadores que vieron, derrotado el nazismo, la posibilidad de rescatar una gran porción de la tierra alemana de la explotación capitalista para transformarla en fuerte baluarte de la comunidad socialista.  Admiramos el trabajo del Partido, de su Dirección, de nuestro amigo el camarada Honecker; admiramos los muchos méritos de este Partido en la construcción del socialismo desarrollado, en la firmeza teórica y política que, a pesar de lo que se atribuye al carácter alemán, se conjugan con la flexibilidad, con la voluntad de unidad, en el amplio frente de lucha por la paz, la democracia y la liberación nacional, como acaba de mostrarlo en su representatividad mundial la reciente Conferencia en homenaje a Carlos Marx.  Pero yo admiro en especial, en este caso hablo personalmente, la gran obra social e ideal, política e ideológica, para transformar la historia de Alemania y sus hombres.  Honecker, en su importante discurso, recordaba que de Alemania habían partido las dos guerras mundiales y afirmaba la función de paz en Europa y el mundo de la República Democrática Alemana.
Ayer, en coloquio con importantes científicos, en nuestra peregrinación al Laboratorio de Einstein, yo recordaba que en el pasado se decía que Alemania había tenido dos almas; una, la Alemania laboriosa y creativa, de Münzer, incluso de Lutero, de Goethe, de Schiller, de Heine, de Thomas Mann y Bertold Brecht, de Bach y Beethoven, de Durero y Cranach, de los inquietos expresionistas o los pintores y grabadores inspirados por la lucha obrera, de la filosofía clásica alemana, de Planck y Einstein, de los grandes luchadores del siglo XIX socialista y democráticos.  Esa Alemania culmina y se supera a sí misma con Carlos Marx y Federico Engels, que unen el destino de la ciencia, la cultura y el progreso social, con la misión histórica de la clase obrera, con la teoría y la perspectiva del socialismo científico o comunismo.  Tenía sentido la frase de Engels, que decía que el proletariado era el heredero de la filosofía clásica alemana.  Es decir, una Alemania que hoy se encuentra a sí misma, victoriosa y espléndida, cuando el socialismo es obra de todos los días, cuando se forja de las condiciones materiales de la nueva realidad, cuando es transformador de la cultura y modificador del hombre mismo.  Y la otra Alemania, medieval, militarista, imperialista, que tuvo su última máscara horrorosa en la figura de Hitler.
La RDA, surgida de la guerra antifascista triunfadora, encabezada por la URSS, patria de Lenin y de la primera Revolución Socialista, significó para Alemania el triunfo del amor, de la libertad, del trabajo, del humanismo real de que hablara Marx.  No es casual, por tanto, el éxito de importancia histórica de la desnazificación de las masas de la República Democrática Alemana.  Esta tarea no era fácil, mucho más después de una guerra tremenda en que fue menester aplastar la poderosa máquina bélica de la Alemania hitlerista.  Mientras en la RFA, o en Estados Unidos, a veces en América del Sur por manejo de la CIA, los criminales de guerra son protegidos y el nazismo cultivado en macetas para que fructifiquen mañana, aquí se arrancó el fascismo de raíz, eliminando sus causas sociales, su ideología imperialista de odio y represión, como se extirpa una hierba maldita de la cabeza y el corazón de la gente.

CONFIRMACIÓN HISTÓRICA DEL MARXISMO-LENINISMO

No ha sido un hecho casual que en este Centenario de Marx haya transcurrido en Berlín socialista la importante Conferencia en su homenaje.  Sólo en la Alemania socialista podía realizarse tal Conferencia.  Alrededor de esa mesa, sin cabecera, estaba el espejo de la época.  Los representantes de los partidos del mundo socialista que tras la huella de Lenin cambiaron la historia, la expresión política de la disgregación del mundo colonial y de las luchas liberadoras nacionales, los representantes de la Europa avanzada, los exponentes de las fuerzas revolucionarias más amplias de América Latina, desde la gloriosa Cuba, la nueva Nicaragua, la pequeña y triunfal isla de Granada, los combatientes armados de América Central, de El Salvador y Guatemala, los partidos que luchan en condiciones legales o transitan en los subterráneos de la clandestinidad.  Pero incluso otras fuerzas, socialistas, democráticas, patrióticas.  Casi todas ellas aliadas de los comunistas en la transformación de América.  Destaco en especial la presencia de una notable columna de partidos socialistas de América Latina. Mas allí también estaban, tímidamente, como un hecho nuevo de la política mundial, algunos importantes partidos socialdemócratas de Europa, quizá como preanuncio de las posibilidades de unidad y coincidencia de sectores políticos muy amplios en la crucial tarea de salvar la humanidad de la hecatombe nuclear.
Esta Conferencia adquirió un indudable alcance histórico.  El genio de Marx llena nuestra época, anda en nuestra historia contemporánea, pero esta Conferencia, en Berlín, más allá de que Marx y Engels hayan nacido en tierra alemana, solo podría pensarse en una Alemania desnazificada.  Reconstruida material y moralmente, y alineada en las primeras filas del mundo de la paz, la democracia, la independencia nacional y el socialismo.
 La Conferencia fue afirmación de la vigencia de Marx y del marxismo, de su teoría y su método, confirmados en el plano teórico general porque han sido verificadas por miles de millones de hombres de las revoluciones de nuestro tiempo.  Allí se exhibía la amplitud de Marx en tanto eje de la cultura moderna, en tanto abanderado de toda la ciencia.  Sobre todo allí caminaba, del brazo de Engels y hablando con Lenin, el revolucionario Carlos Marx.  El de Manifiesto de 1848, el de El Capitalmonumento de la ciencia, del cual dijera Marx en carta a Becker que era el más grande proyectil tirado a la cabeza de la burguesía.
Diciéndolo sin un ápice de sectarismo, Marx es amplio universal porque es comunista.  No se puede ser comunista sin la amplitud de visión científica, sin la amplitud de vivir con el pueblo, con las masas y con la clase obrera. Sin el democratismo profundo e informal, sin la capacidad de diálogo con todas las fuerzas políticas, como hacía Marx en la Primera Internacional.  Y sin, al mismo tiempo, tener una firmeza asentada en principios.  Es decir, ser comunista. ¡Ser marxista! ¡Ser leninista!
Esta afirmación hay que proclamarla orgullosamente cuando hay quienes trafican acerca de una presunta crisis del marxismo.
Es verdad, que en distintas etapas ciertas conclusiones a que llegaron sectores del movimiento o el movimiento mismo entraron en crisis.  El revisionismo y la ortodoxia entraron en crisis en la hora de la guerra y la revolución.  También en nuestra historia gloriosa que ha cambiado al mundo, los comunistas cometimos errores.  Cometimos errores por insuficiencias en la comprensión del marxismo y el leninismo, o por no haber asimilado -como decía Lenin- la verdadera experiencia de la Revolución Rusa.
 Especialmente, incurrimos en errores dogmáticos y sectarios.  También, en ciertos casos, en nuestro movimiento se han producido divisiones, incluso han ocurrido grandes tragedias.  Pero ¿está en crisis la teoría social que Marx pretendía fuera capaz de transformar el mundo? ¿Es que no fue capaz de hacerlo?  El marxismo es vivo y creador, florece en todas las mutaciones de nuestro tiempo, conduce a la lucha en todos los continentes.  Asiste al parto de todas las revoluciones.  Por ello está vivo y actuante.  Si Marx hubiera elaborado un sistema perfecto, y el curso de la historia hubiera transitado por otros caminos, como río de la vida que rompe las cristalizaciones dogmáticas, el marxismo estaría en crisis.
 La teoría de Marx, continuada por Lenin, abarca las dimensiones de nuestra época.  Preside la planificación socialista.  Asiste metodológicamente al científico de todas las ramas.  Da altura política a la lucha de clase del proletariado, o llama a la emancipación en los tambores de las tribus africanas, en el comienzo de renacimiento de las milenarias civilizaciones asiáticas, o en los mil rostros de la segunda independencia de América Latina.
 En todas las latitudes Marx encabeza el cambio mundial.  Con él anda Lenin, el continuador, el genio político que restauró y desarrolló el marxismo, y pensó y transformó en praxis la revolución socialista internacional.  En esta relación teórica y práctica, de ciencia y vida, la historia anudó lazos definitivos e irrompibles entre Marx, Engels y Lenin.  Cuando se dice que hoy no puede haber marxismo sin leninismo, no se plantea una falsa polémica. No es una afirmación sectaria ni un resabio nostálgico de antiguos militantes de la Internacional Comunista.  Comprender hoy el marxismo es asimilar teórica y metodológicamente todo lo esencial y permanente del pensamiento de Marx y Engels, a lo que se suma la experiencia de más de un siglo de compleja y borrascosa lucha de la clase obrera y los pueblos.  En esta historia, centralizada por el protagonismo del proletariado, se destaca copo una cordillera vertebral la obra y la acción de Lenin.  'Por su desarrollo teórico del marxismo en el período del imperialismo y las revoluciones socialistas, y por la victoria de octubre de 1917, pórtico de nuestra época.
 Lenin defendió y restauró las tesis fundamentales de Marx, lo que el mismo Lenin llamara piedras angulares del marxismo.  Lenin confirma a Marx, pero lo hace de la única manera en que se puede ser marxista, es decir ajeno a toda dogmatización, consciente de que nuestra teoría no es un dogma, sino un guía para la acción.  Lenin concreta el marxismo, atento a las nuevas realidades, en su esencia, como una teoría viva, crítica y revolucionaria.  Cambia así las direcciones de la historia.
Lenin realiza la revolución en Rusia, cuando -como se sabe- Marx y Engels pensaron que esta comenzaría en Europa, en los países capitalistas más desarrollados y casi simultáneamente.  Sin embargo, la Revolución Rusa fue en sí misma la más clamorosa comprobación de la teoría y el método de Marx.  Dijo bien Rosa Luxemburgo al asistir a la fundación del Partido Comunista de Alemania: ¡estamos otra vez bajo la bandera de Marx!
Lenin entronca directamente con Marx y Engels.  Gramsci decía en su elogio a Lenin que este había triunfado sobre las dos grandes revisiones del marxismo, el revisionismo y la ortodoxia.
El revisionismo -que es el autor intelectual de muchas modas reformistas, que se pretenden actuales -subdividía las "partes" del marxismo, le acoplaba otras filosofías, otras teorías económicas, se adaptaba en política al capitalismo y sustituía el objetivo de la revolución por la prédica de determinadas reformas.
La ortodoxia, que invocaba a Marx directamente -Lenin decía que Kautsky albergaba en la cabeza un casillero donde tenía clasificadas todas las citas de Marx- se apartaba de la dialéctica y el materialismo histórico, para caer en el determinismo económico; la acción revolucionaria obrera y la función del Partido se reducía al juego mecánico del condicionamiento económico.  Desaparecía así toda la dialéctica de estructura y superestructura.  La lucha de clase dejaba su papel de motor de la historia.  El papel del hombre y del Partido se volvían quantité négligeableLlegaba a la aberrante conclusión que por el atraso de las fuerzas productivas no podía haber revolución en el mundo colonial, semicolonial, dependiente, sin que antes hubiera revoluciones socialistas en Europa.  La inversión imperialista se volvía así fuente de progreso, incluso los ejércitos imperialistas eran ungidos como civilizadores de África, Asia y América Latina.
 Lenin devuelve al marxismo su contenido dialéctico, el papel transformador del hombre, el carácter crítico y revolucionario de la teoría, el elevado papel de la política concretada en lucha por la hegemonía de la clase obrera en todas las revoluciones y la combinación de hegemonía y sistemas de alianzas bajo la dirección del Partido en la época del imperialismo.  Estudiando la singularidad del desarrollo capitalista tardío de Rusia, Len-in elabora la teoría de la revolución en ese país.  Acuña después la teoría de la revolución socialista internacional, a partir del estudio de la fase imperialista del capitalismo, como combinación del socialismo y toda la lucha antimperialista mundial.  Todos los cauces de la lucha revolucionaria en el mundo, democráticos, agrarios, anticolonialistas, confluyen y se integran en la revolución socialista.  Es lo que pasó a partir de la revolución en Rusia. Son sesenta y tantos años de experiencia revolucionaria, de edificación socialista, de revoluciones del mundo colonial y dependiente, de eslabonamiento de la brega democrática y antimonopolista con el combate histórico de la clase obrera.  El leninismo es así, parte, en un solo cuerpo orgánico, del marxismo.  Allí se destaca la firmeza de principios, pero Marx y Lenin no enseñan fórmulas, no preparan recetas, ni estatuyen dogmas.  Se trata de abarcar la revolución de nuestro tiempo en su variedad infinita, mucho más en una época en que el socialismo se inserta, como factor determinante de las tendencias fundamentales del proceso histórico.
Vivimos en un mundo complejo, un mundo presidido por el cambio socialista, de liquidación del mundo colonial, de revoluciones en las más variadas formas, a veces hasta disfrazadas con máscaras religiosas.  Al mismo tiempo, asistimos a la más grande revolución científica y técnica.  Pero en este mundo, donde el hombre ha invadido el Cosmos y desintegrado el átomo, la mayoría de la humanidad carece de pan, de techo, de asistencia médica y promoción cultural.  Y el imperialismo amenaza transformar el desarrollo de las fuerzas productivas, y el apogeo de la ciencia y la técnica, en la hecatombe nuclear.  Nunca como hoy resulta tan evidente el papel humanista y político, de expansión democrática, pacifista, progresista, del socialismo real.  Así ocurre frente a la amenaza de la guerra, frente al atraso y el subdesarrollo, como en su calidad de espejo, sostén e inspirador del múltiple proceso en que se inscriben los mejores afanes de la humanidad.  En esta hora, tremenda, podemos decir, compañeros: la historia en sus cambios y en su complejidad, pero también en sus tendencias materiales e ideales, verifica a Marx y comprueba a Lenin.  Marx y Lenin, comunistas, son a la vez punto de referencia de todos los mejores postulados y sueños de la humanidad.

 II

LOS DESAFÍOS DE LA ÉPOCA A LA TEORÍA
Y LA ACCIÓN REVOLUCIONARIA

 Permítaseme que yo, modesto militante revolucionario de un pequeño país, diga que ante los comunistas, como científicos y como revolucionarios, aparecen, acuciantes, muy grandes desafíos.  Desafíos de la investigación, de la generalización científica, desafío de una praxis revolucionaria mundial, a veces insólita y siempre variadísima.  Frente al mundo de hoy no hay recetas.  Poseemos una teoría y un método y más de sesenta años de experiencia revolucionaria muy rica.  Con ello debemos trabajar con iniciativa creadora.  No podemos quejamos como Wagner en el drama de Goethe. ¿Qué decía este personaje?  Si todo fuera leer página tras página...
 En verdad, en esta hora de triunfos debemos comprobar ante una realidad que la misma revolución socialista ha promovido, que todavía nuestro trabajo teórico retarda.  La teoría, siempre, según Lenin, retarda algo de la práctica.  Pero yo me permitiré señalar algunos aspectos que, entre otros, son verdaderos retos a una mayor y más audaz elaboración teórica de nuestro movimiento.

VÍAS DE DESARROLLO DE LA REVOLUCIÓN CONTEMPORÁNEA

Primero.- la novedad siempre creciente de los desarrollos múltiples en el mundo de hoy, comprueba, en lo esencial, las teorías de Marx y Lenin, y el esfuerzo de los partidos comunistas, que por varias décadas han sido los únicos promotores de este amanecer maravilloso.  Pese al enorme mérito de nuestra labor teórica y científica, la vida nos reclama una profundización y generalización teórica más vasta y audaz del multicolor curso de la revolución contemporánea: de sus vías de desarrollo, de la emergencia de imprevistas situaciones, de las funciones de las clases sociales, del papel de la intelectualidad, de las nuevas formas en que se mueve el mundo donde se ensancha cada vez más la zona de posibles aliados de la revolución.  Vale estudiar la variedad de formas sociales entrelazadas, por ejemplo, la distancia y contradicción entre nuevas estructuras estatales y políticas de dirección socialista y el atraso económico milenario o la pervivencia de arcaicas relaciones sociales y familiares.  Parece necesario un estudio más concreto de la praxis de la vía no capitalista de desarrollo pensada por Lenin, mucho más frente a un imperialismo que combina agresividad y violencia con pérfidos modos de penetración económica y financiera.  En este friso gigantesco del cambio mundial se destaca -me parece- la singular problemática de América Latina, capitalista y dependiente -no "capitalista dependiente", como dicen algunos inventando un nuevo modo de producción- en la que se enlazan muy peculiarmente y en un solo proceso histórico -como lo prueba ya la praxis revolucionaria cursos variados de las revoluciones democráticas y antiimperialista con la revolución socialista.  Desde luego, en este caso, la principal exigencia teórica nos apremia a los latinoamericanos.

FORMAS ACTUALES DE DESARROLLO DEL CAPITALISMO

Segundo: Parece indispensable un estudio más sistemático de las formas actuales de desarrollo del capitalismo, particularmente en la fase del capitalismo monopolista del Estado.  Marx nos legó un estudio acabado de la formación económica-social capitalista.  Expuso sus leyes de desenvolvimiento, el secreto de la acumulación en función del trabajo no pagado del obrero, la concentración y centralización del capital en manos privadas, mientras se acrecienta sin cesar el carácter social de la producción, etc.  Demostró la historicidad de ese régimen, su condena inexorable y su sustitución por el socialismo a través de la revolución proletaria.  El estudio de Marx, en Crítica de la Economía Política, en El Capital, Gründissey otros trabajos es el fundamento verificado de toda comprensión científica del funcionamiento del capitalismo y sus leyes de desarrollo.  A partir de ahí, Lenin definió científicamente la fase imperialista, las modificaciones monopolistas y las relaciones internacionales que el imperialismo apareja.  Sobre esas premisas asentó la teoría del proceso revolucionario mundial.  Lenin llegó a estudiar los comienzos del capitalismo monopolista de Estado, como fase del período imperialista.  Hoy, el capitalismo monopolista de Estado es fase dominante en los grandes países capitalistas, incluso se organiza en los tres grandes centros del capitalismo mundial.  Y procura desarrollarse en variadas formas en un mundo donde el socialismo rige una porción importante del planeta y en donde estalló el sistema colonial.
Las nuevas manifestaciones de la internacionalización del capital y de la trasnacionalización de los monopolios, las formas más novedosas de la penetración y la opresión imperialista, las variaciones en el papel del capital financiero, las peculiares ensambladuras de los monopolios y el Estado, los nuevos rasgos de las crisis económicas dentro de la crisis general del sistema, las repercusiones de la revolución científica y técnica en el marco del capitalismo monopolista del Estado. . . En fin, podríamos seguir.  Toda esta nueva problemática, que ya tiene importantes antecedentes de estudio científico en países socialistas y en trabajos marxistas, reclama evidentemente un análisis crítico e investigador de todo nuestro movimiento, ya que de ese examen pueden derivar, incluso, conclusiones de carácter estratégico.  Parece que un trabajo de esta índole promueve cuestiones no solo acerca de la base económica, sino muy particularmente respecto a todo el campo de las superestructuras, sobre todo en cuanto a la función del Estado, al carácter actual de su máquina burocrática-militar, así como de los llamados "aparatos ideológicos de dominación", hoy responsables de la manipulación alienante de la opinión. 

PROBLEMAS ESTRUCTURALES DE LA CLASE OBRERA

Tercero: Estimo obligatorio continuar el estudio de los problemas estructurales de la clase obrera.  Es indiscutible que la función histórica que Marx asignó al proletariado ha tenido plena confirmación.  Todo lo que se ha escrito acerca de una presunta reducción de su número y papel, en la producción, o de su adaptación al capitalismo, como escribieron algunos teóricos de la escuela de Frankfurt, carece de realidad.  A la luz de las cifras, como de toda la investigación sociológica, se verifica que la clase obrera crece numéricamente, afirma su función creadora en la producción aparece más que nunca como fuerza rectora del cambio revolucionario.  Pero la clase obrera actual no es igual a la inglesa del siglo XIX que Engels examinara, siquiera igual a la anterior a la segunda guerra mundial.  Se modifica en función de las nuevas formas de explotación de la tecnificación constante de la producción.  Su relación con la máquina, la técnica y la ciencia, es otra, aunque esa nueva relación ilustra, obviamente, lo que Marx previera en Gründisseel célebre y valioso borrador de 1857-1858.  Pero, a la vez, se multiplican en número y variedad los asalariados; junto al proletariado y víctima de la explotación de los monopolios aparecen técnicos, cuadros, científicos, trabajadores y sabios de grandes centros de investigación, a veces adjuntos de los monopolios gigantescos.  La misma miseria de la clase obrera toma otras formas, no iguales que la miseria negra superviviente en el llamado tercer mundo.  El papel de los científicos, técnicos, intelectuales diversos, ensancha el potencial campo de la revolución, a la vez que se reduce numéricamente el campesinado y la población rural en conjunto, que sin embargo sigue siendo una fuerza motriz de la revolución.  Estos fenómenos y otros se señalan problemáticamente en momento en que el reformismo pervive como fuerza de gran influencia en la clase obrera de los países imperialistas de Europa o como tradeunionismo acéfalo en Estados Unidos.  En un mundo todo él maduro para el socialismo los factores subjetivos parecen en singular retardo en algunos países capitalistas desarrollados respecto a las tendencias objetivas de la realidad. ¿Es que la revolución socialista es un anacronismo en los países imperialistas?  Pensamos que no.  Pero es evidente que de esta realidad surge un desafío al pensamiento teórico y a la labor política, a la praxis revolucionaria en conjunto.

LA VARIADA EXPLOSIÓN PROTESTATARIA

Cuarto: La crisis histórica del capitalismo, enlazada a la crisis económica, financiera, ecológica, moral, etc., se manifiesta también -en las sociedades capitalistas desarrolladas- como una variada explosión protestataria de amplias masas de población.  Insurgen los jóvenes, reclaman derechos movimientos feministas, se perfilan como tendencias los ecologistas; en la literatura y el arte se reflejan y retractan las más complejas negaciones.  Como conjunto es una protesta, revestida en algunos casos de formas alienadas, pero es un rechazo de las alienaciones del capitalismo imperialista.  Diferente ocurre en América Latina donde estudiantes e intelectuales, la rebelión juvenil y hasta las ricas manifestaciones de la canción y la música popular, se integran o confluyen al gran caudal revolucionario, o andan a sus flancos.
 Es evidente que asistimos a un ensanchamiento del campo de fuerzas que repudian o se levantan, más o menos confusamente, contra la civilización capitalista, contra su explotación, su hipocresía, el imperio del consumismo las manipulaciones ideales y políticas.  Hace crisis la situación de la mujer y no basta con señalar las insuficiencias del feminismo; es necesario hacer de los derechos dé la mujer, con formas nuevas, una bandera de la revolución.  Hasta la religión aparece con nuevos aderezos, con su viejo núcleo fantasmagórico y alienante, pero también ostentando la impronta de la conmoción social; allí también el diablo de la lucha de clases metió la cola.  La revolución de nuestro tiempo es más original y complicada de lo que pensábamos.  Sobre todo, es más difícil la ocurrencia de hacer superar al proletariado y demás trabajadores de los países imperialistas, las trabas ideológicas del reformismo.  Como de otra manera sucede con la religiones y hasta con el fetichismo en Asia y África.  En la historia no obra ningún fatalismo mecánico; hay que hacer la revolución socialista o antiimperialista, con masas que pueden ser creyentes o que hasta hoy están enajenadas ideológicamente.

FILOSOFÍA Y CIENCIA

Quinto: Hablando otra vez de la revolución científica y técnica; la ciencia, como decía Marx, es hoy una fuerza productiva directa, pero al mismo tiempo crece como nunca la ciencia teórica, es decir, que no se absorbe totalmente en la definición estricta de fuerza productiva.  En este terreno se perfila como más exigente la determinación de las relaciones entre la filosofía y la ciencia.  Como plantea Engels en Ludwig Feuerbaches menester sintetizar los resultados de todas las ciencias en sus aspectos más generales para que cada ciencia empírica se transforme en saber teórico.  Yo diría, para que la ciencia y la filosofía no se divorcien, para que no sea verdad la consigna del neopositivismo de que cada ciencia tiene en sí su filosofía, pero tampoco para que volvamos a formas especulativas y que el filósofo, con falsa invocación al materialismo dialéctico, quiera ponerle un corsé al laboratorio y a la investigación.
Si el amanecer del capitalismo trajo el descubrimiento de América y cambió la perspectiva del hombre, la época del tránsito del capitalismo al socialismo viene acompañada de todos los "milagros": se incursiona en el cosmos, se desenvuelve la física de la partícula, nacen nuevas ciencias, la renovación tecnológica es inenarrable, como nunca el hombre aparece en su papel de transformador, de productor.  Con las actuales fuerzas de dominación de la naturaleza podríamos resolver los problemas vitales.  Pero la ciencia vive en un mundo dividido de la lucha de clases nacional e internacional.  En una de sus partes, la ciencia crece en los institutos pagados por las transnacionales, el Pentágono y la CIA.  Pero estos piensan solo en la ganancia, en las absorciones imperialistas, en la amenaza nuclear que puede destruir la humanidad.
No hay una ciencia proletaria y otra burguesa, pero hay una ciencia que florece en el socialismo y otra ciencia servilizada por el imperialismo.  Lenin nos enseñó a 1 aprender de todos los científicos más allá de su ideología.  Y esto es así.  Pero asimismo la lucha por la supervivencia de la humanidad, por la paz, es más amplia y capaz de congregar a todas las fuerzas progresistas.  Es un gran dilema actual.  Este dilema no oculta, sin embarro, que el único rencuentro de la aventura científica con el servicio del hombre lo ofrece el socialismo, es decir, la revolución socialista.

EL MARXISMO COMO EJE DE LA CULTURA CONTEMPORÁNEA



 Sexto: Pienso que también en el terreno cultural surgen nuevos problemas que están retando a la audacia intelectual y la iniciativa de los comunistas.
El marxismo es sin duda el eje espiritual de nuestra época; todo lo mejor en la ciencia, la literatura y el arte, se integra en este eje o gira como una constelación en torno a él.  Comprender esto no es creer que la cultura en todas sus manifestaciones se reabsorbe esquemáticamente en el marxismo y el comunismo.  Es como una constelación contradictoria -repito la palabra- cuyo eje es el socialismo, pero en torno al cual giran los frutos de las revoluciones nacionales y democráticas, de las investigaciones científicas, de las búsquedas literarias y artísticas, de las inquietudes progresistas de la humanidad.
Alguna vez he dicho que persisten ciertos elementos de aislamiento de la cultura socialista y de la elaboración cultural de los comunistas respecto al conjunto de esta constelación y respecto al complejo de la mejor cultura contemporánea.  El marxismo-leninismo se enriquece por su autónoma creatividad, pero también por la interacción dialéctica, crítica, con toda la investigación científica, con todas las manifestaciones auténticas de la cultura moderna.  En particular, con la variadísima floración artística y literaria, cultural, incluso con las formas de renacimiento nacional de las antiguas colonias y semicolonias.
Debemos recordar lo que Lenin decía en Qué hacer:
 “La conciencia de las masas obreras no puede ser una verdadera conciencia de clase si los obreros no aprenden, basándose en hechos y acontecimientos políticos concretos y además actuales, a observar a cada una de las otras clases en todas las manifestaciones de su vida intelectual, moral y política, si no aprenden a hacer un análisis materialista y una apreciación materialista de todos los aspectos de la actividad y de la vida cultural de todas las clases, sectores y grupos de la población.”
El marxismo fecunda la realidad de la cultura contemporánea, pero ocurre en un proceso múltiple, que exige una relación dialéctica viva, de crítica y asimilación, con todos los mejores frutos de la cultura universal.  Esto es muy peculiar en el arte y la literatura.  Estos son sin duda un reflejo social, están impregnados de ideología, tienen que ver directa o indirectamente con la lucha de clases, pero a la vez son estrictamente una creación individual. -
 Siempre fue peligrosa la reducción sociológica -ajena a Marx, Engels y Lenin- del arte y la literatura.  Para darnos respuestas específicas en el campo propiamente de la Estética, no basta siquiera la gnoseología del arte.  Siempre fue una vulgarización del marxismo la tentativa de derivar de que el capitalismo está históricamente en decadencia, un juicio estético de decadentes para muy grandes cultores del arte y la literatura.  Los viejos comunistas recordamos que ya Plejánov en El arte y la vida social consideraba decadentes a los impresionistas, y sin embargo la historia de la pintura siguió adelante.  Y grandes renovadores volcaron su empeño en las áreas de la revolución y en la inquebrantable solidaridad con la Unión Soviética.  Conviene preguntamos: ¿por qué Picasso? ¿por qué Bertold Brecht? ¿por qué Paul Eluard o Aragón? ¿por qué Neruda? ¿por qué Mayakovski, Siqueiros o Rivera, modificaron las formas y dimensiones de la pintura, de la poesía o del teatro y fueron militantes comunistas?  Pueden multiplicarse los ejemplos.
No es correcto que la revolución socialista y el movimiento proletario deban aparecer como antagonizados con las búsquedas artísticas y literarias.  Claro está, los comunistas preferimos que los artistas y escritores participen con su obra en la creación heroica de la revolución.  Entre otros antecedentes, en la nueva Alemania, se insertan Kokoschka y los expresionistas, aunque ésta se exprese más acabadamente en Nagel o Hans Grundick o en las múltiples búsquedas de la actual floración cultural del socialismo triunfante.
En América Latina, la literatura y el arte -la mejor literatura y el arte- ya no son solo espejos de la revolución, como decía Lenin de Tolstoi, son también factores activos del gran cambio revolucionario al que asistimos.  No solo porque los mejores escritores y artistas militan en la izquierda, sino también porque en formas ricas y creadoras dan nacimiento a un nuevo realismo que directa o indirectamente integra la dinámica transformadora del continente.  En la Cuba revolucionaria, hombres como Lam, han vivificado las originarias técnicas surrealistas con la expresión del alma de un caribe convulso; se han puesto al servicio de la revolución.  No ha sido esta una actitud casual de artistas más o menos geniales.  Es el mismo proceso que en su tiempo alineó a los muralistas mexicanos y corresponde al gran ejemplo que da la narrativa actual de América Latina.  Europa capitalista -siempre tan eurocentrista- despierta un día enterándose que un nuevo Premio Nobel se asigna a América Latina; se trata de Gabriel García Márquez, amigo de Cuba, solidario con nuestras revoluciones, fundador de un instituto de solidaridad con los perseguidores del fascismo y best-seller en varios continentes.  Sin simplismos forzados, ni gruesas acotaciones políticas, García Márquez, como otros componentes de la narrativa latinoamericana, apresan en la forma peculiar de la gran novela y el cuento, el drama de un continente en llamas.  Los críticos llaman a esta nueva literatura latinoamericana "realismo mágico" o "realismo maravilloso "; con sus elementos "mágicos" esa literatura es parte sustancial de nuestra revolución.

HISTORIOGRAFÍA DEL MOVIMIENTO COMUNISTA

Séptimo: Pensamos que es necesario afrontar con mayor audacia la historiografía del movimiento comunista.  La historia de nuestro movimiento es una empresa gloriosa.  Es la columna vertebral de la grandiosa transformación del hombre y de las cosas; es una historia de mártires, de heroísmos, de forja de cuadros excepcionales y caracteres hermosos y poderosos.  Durante esa épica, a veces cometimos errores; aquí sí que digo bien en plural: cometimos errores.  Soy comunista desde la adolescencia, por lo tanto cometí errores propios o compartí errores de mi Partido o de todo el movimiento comunista internacional.  Pero nuestra historia es gloriosa y básicamente triunfante, no necesitamos por tanto una historiografía maniquea, en blanco y negro, nos alcanza con describir la historia real.  Son tantos los méritos históricos de nuestro movimiento que no tememos mirarnos a la cara en el espejo, apuntando incluso nuestros propios errores.  Además, si no lo hacemos nosotros falsificarán esa historia nuestros enemigos.
Toda la fama del profesor Carr consiste en su pertinaz presentación de relatos seudobjetivos sobre el comunismo y la Internacional.  En el fondo, como es moda incluso en algún sector de nuestro movimiento, presentarán los anales del comunismo como un itinerario de errores y tragedias.  Lo hacen así por sistema los publicistas de la socialdemocracia, para limpiar su pasado y no afrontar las obligaciones de su presente.  Escriben una historia maniquea al revés.  Tergiversan todo: desde la descripción de la Revolución de Octubre hasta la Resistencia europea, desde la construcción del socialismo hasta la presentación de la lucha política actual.  Lo malo es que a esa faena de falsificación o de caricatura, contribuyen a veces ciertos presuntos renovadores que sepultan allí su propia identidad de comunistas.  Pero tenemos que tener conciencia crítica que a ello, indirectamente, contribuyen también nuestras inhibiciones.  Marx decía que las revoluciones contemporáneas se diferenciaban de las del pasado por hacer su permanente autocrítica.  Y Lenin señalaba, que si -en- vez de uno cometemos diez mil errores en el camino histórico de modificar milenios de explotación social, estos errores son explicables.  Debemos rechazar la autosatisfacción beata, necesitamos exigirnos a nosotros mismos.  Una gran parte del mundo sigue en manos del imperialismo.  La guerra amenaza.  Los pueblos insurgen contra el imperialismo por múltiples caminos.  Solo nosotros podemos congregarlos.  Para ello tenemos que superarnos.  Tenemos que exigirnos, tenemos que afirmar en la práctica, que la teoría de Marx es por esencia crítica y revolucionaria, como indicaba Lenin.  

III

NECESIDAD DE UN AUTÉNTICO DEBATE TEÓRICO Y POLÍTICO

Permítanme todavía algunas palabras finales.  Creo que la hora del movimiento comunista reclama un auténtico debate teórico y político.  Tenemos buenas relaciones con todos los partidos, nos apreciamos de una relación fraternal con el Partido Comunista Italiano, al que respetamos y con el que tenemos algunas divergencias teóricas.  Queremos la unidad del movimiento comunista.  Creemos que se debe utilizar una metodología de debate científico, sin riñas y sin insultos; pero es necesario debatir.  Lenin decía que sin - debate teórico la misma teoría se vuelve morgue. Existe, por ejemplo, el llamado eurocomunismo, que es una tendencia y una realidad.  Debemos explicarnos frente a esa tendencia como ante todas las contradicciones que surgen en la vida.
 Habitualmente se dice que las divisiones en nuestro movimiento reflejan, de una peculiar manera, la extensión del movimiento mismo, la variedad de sus historias, de sus vías de desarrollo, etc.  Esto en parte es verdad.  Pero es media verdad.  El mundo de hoy, en sus desafíos, promueve cantidad de problemas a los que hay que dar' les una respuesta crítica y revolucionaria.  Pero la verdad siempre es concreta.
 Muy sucintamente: ¿cómo apreciamos el fenómeno del eurocomunismo?
Tal cual decía Lenin de los anarquistas, el eurocomunismo nace aparentemente como un castigo por los pecados dogmáticos y sectarios de nuestro movimiento.  El eurocomunismo surge reivindicando el original concepto leninista de diversidad de vías al socialismo.  Afirma que no hay modelos cristalizados de revolución o sociedad socialista.  Que el curso de cada país está signado por su singularidad histórica; ninguna revolución es idéntica a otra.  Las características históricas nacionales se integran como dato objetivo en el curso de las revoluciones contemporáneas.  El eurocomunismo reclamaba tomarlas en cuenta sobre todo en el plano político.  Promovía construir con audacia el sistema de alianzas de la clase obrera, advertir los más variados matices políticos, y elaborar una estrategia para ciertos países capitalistas desarrollados, propia de períodos del lento desarrollo social.  En cuanto a las relaciones internacionales reivindicaba la independencia y autonomía de la elaboración de cada partido.
 Es decir, en sus comienzos esta tendencia se presenta aparentemente como respuesta a viejos planteamientos dogmáticos, criticados y autocriticados en el XX Congreso del PCUS, y como un esfuerzo hacia la búsqueda y la renovación.  Refleja determinados procesos objetivos de Europa, a la vez de refractar una hora política dramática del movimiento comunista internacional.
 Desde el punto de vista de las bases objetivas, conviene recordar la realidad de Europa Occidental.  Desde el punto de vista político, la derrota del nazismo aparejó la extensión del socialismo a varios países, precipitó la disgregación del sistema colonial y el avance impetuoso que continúa hasta hoy, de las revoluciones democráticas y socialistas en Asia, África y América Latina.  En la Europa capitalísticamente más desarrollada, en verdad países imperialistas, la revolución pareció detenerse a pesar del enorme papel de los partidos comunistas en la Resistencia y del gran desarrollo de algunos de ellos.  Los procesos políticos se hicieron más complejos y lentos, más morosos y zigzagueantes.  Y ello gravitó sin duda, a veces no sin razón, sobre las ideas tácticas que fueron creciendo hasta parecer devorarse la estrategia, para finalmente afectar la propia identificación teórica.  Desde el ángulo económico y social, después de las destrucciones de la guerra, Europa Occidental entró en un proceso de reconversión económica, estimulada por las grandes exportaciones de capital de Estados Unidos y por el comienzo de aplicación de la revolución científica y técnica.  A pesar de las contradicciones y de las crisis sucesivas, el capitalismo monopolista de Estados se extiende aparentemente todopoderoso, y se produce, pese a todo, nuevos desarrollos capitalistas.  Europa Occidental se vuelve uno de los tres grandes centros del capitalismo mundial.  Las clases capitalistas se ven obligadas a concesiones a los trabajadores, a la vez de producirse cambios en la estructura de la clase obrera, en la distribución de la población y en el papel de la intelectualidad.  Los resultados de la guerra mundial, que en algunos casos equivalieron a un cambio democrático profundo, llevan a formas políticas más amplias que la clase obrera y las masas defienden y buscan ensanchar y profundizar.  En el plano político, pero también teórico, se producen búsquedas y debates, pero asimismo madura una tendencia a la adaptación a las nuevas realidades del capitalismo monopolista de Estado.  Comienza a vigorizarse una estrategia en la que se opaca la idea de la revolución socialista sustituida por la perspectiva de la posible transformación del capitalismo según un proceso intrínseco de reformas estructurales capaces de abarcar la sociedad toda, en particular el Estado.
Los debates autocríticos abiertos por el XX Congreso del PCUS, muchas veces confusos y mal conducidos, nutren una actitud peyorativa hacia los países socialistas, en aras de un invocado socialismo que será democrático y civilizado.  Se trataría de superar no solo la quebrada vía socialdemócrata, sino también la ruta leninista Pon vistas a un nuevo y más auténtico socialismo que -faltaba más- estaba llamado a nacer en la Europa desarrollada.
En los prolegómenos de este proceso, que no estoy presentando en rigurosa cronología, asoma, en forma traumatizante, la segregación china.  La bandera de los dirigentes chinos era, entonces ultradogmática, sectaria y con vetas nacionalistas.  La otra cara europea enarbola el pavés de la amplitud, de la búsqueda política, de la apropiación de la democracia burguesa y sus instituciones, del vínculo con las masas, del carácter de masas del propio partido.  A veces, estos planteamientos eran básicamente certeros en el plano político y se acompañaban de una rica experiencia de trabajo con todo el pueblo y de ejercicio del arte de la política.  Pero, a través de todo esto, comienza a derramarse una corriente que va haciendo del movimiento un fin en sí y del avance táctico un sucedáneo del objetivo final.  Así se desmontan tesis teóricas identificatorias del marxismo y el leninismo, conceptos revolucionarios fundamentales acerca del poder, del contenido de clase del Estado y de la ineludibilidad de la transformación revolucionaria.  La posibilidad de una vía relativamente pacífica se estatuye como certidumbre de un curso obligatorio en todo país capitalista desarrollado y se la presenta en la práctica, como un modelo de la mejor alternativa socialista y democrática.  Así, se lo teorice directamente o no, el socialismo en su versión "democrática" solo puede ser fruto de la sucesiva o simultánea aplicación de reformas acompañadas de la captación por dentro, política y moral, de la sociedad burguesa.
 De estos juicios derivan enfoques negativos y a veces diatribas para el socialismo real o en camino, como perspectiva en muchos países.  Ya no se trata de repugnar modelos o de no tener una actitud acrítica frente a la difícil empresa de edificar el socialismo; ahora se pasa, prácticamente, a oponer las postuladas vías al socialismo de algún país en Europa, a las vías ya transitadas por las revoluciones triunfantes.  Se pasa pues a transformar en modelo, la ruta del socialismo proclamada como necesaria en determinado país de Europa.  La expresión democracia pasa a manejarse como un concepto abstracto absoluto y no como una forma institucional histórica.
 El mismo proceso de reversión se produce con la exigencia de autonomía o independencia de los partidos.  Se pasa a creer que un partido es autónomo e independiente si se distancia de los partidos del socialismo real.
De la estrategia de Gramsci, que hablaba de la guerra de posiciones en determinados períodos del desarrollo social, se pasa a erigir la guerra de posiciones en el camino real y único de la transformación social.  Y no entro a discutir lo que es la esencia en la teoría de Marx y Lenin, la toma revolucionaria del poder, el gobierno de la clase obrera y sus aliados, se llame o no dictadura del proletariado.  El nombre no es lo más importante, aunque sí el contenido, como lo subraya Marx en la carta a Weydemeyer o en la formulación programática de la Crítica del programa de Gotha.
Nos parece evidente la necesidad de un gran debate teórico al estilo de Marx, de Lenin, incluso de Gramsci y la admirable Rosa Luxemburgo.
  
IV

MARX, LENIN Y AMÉRICA LATINA

 Marx y Lenin ya iniciaron su marcha triunfal en América Latina.  En una pequeña isla Con forma de caimán, la revolución comenzó democrática y antiimperialista y se tomó socialista encabezada por Fidel.  La Revolución Cubana, con todas sus singularidades, confirmó a Marx y Lenin.  Debemos saber que, para los dogmáticos, la Revolución Cubana fue un escándalo teórico como en su tiempo lo fuera la Revolución Rusa y el leninismo; entonces rodaron por el polvo todas las togas de los próceres de la Segunda Internacional.  Pero asistimos ya a otras revoluciones siempre renovadoras. . . ¡Cuánto nos ofrece de creador, a la luz del marxismo y el leninismo, la victoria sandinista en Nicaragua! O la revolución en Granada o los procesos de las luchas armadas en el continente. En mi discurso en la Conferencia, dije que a Marx se lo estaba celebrando con las armas de la crítica, pero también con la crítica de las armas que arden en varios continentes.
América Latina y el Caribe viven el ejemplo de todas las formas de lucha.  Legales e ilegales, armadas, parlamentarias, de defensa y desarrollo de las instituciones democráticas, de amplitud política extrema o de difícil y sacrificada clandestinidad.
El mismo proceso revolucionario y democrático alcanza niveles diversos.  Cuba marcó la hora fundamental de viraje histórico.  Los pueblos del continente están en movimiento.  En el sur, los gobiernos de tipo fascista al servicio de Washington, se resquebrajan a los golpes de la lucha interna y de la solidaridad internacional.  En
Bolivia triunfó la democracia.  Además un muy amplio movimiento de condena al fascismo, de denuncia de la política Reagan abarca a sectores patrióticos, nacional reformistas, socialistas, socialdemócratas y comunistas, religiosos y laicos, determinando muy vastas formas de unidad y convergencia en búsqueda de la autodeterminación económica y política.  Allí se enlazan, en amplitud, extensas corrientes patrióticas y democráticas con combativos frentes revolucionarios.  Se eleva el papel de los partidos comunistas y las fuerzas revolucionarias antiimperialistas.  Nuestra revolución marcha con Marx y Lenin porque va siendo creación heroica como lo reclamaba José Carlos Mariátegui.
Nuestra lucha se libra con un enemigo feroz y pérfido, el imperialismo de Estados Unidos, principal amenaza a la paz y pretendido gendarme mundial.  Con una u otra forma, con victorias y derrotas, la lucha de América Latina será dura y difícil, pero ya comenzó a contabilizar sus victorias.  Desde el río Grande hasta la Antártida, desde los picos andinos hasta las márgenes del Plata, clarines de amanecer anuncian la segunda guerra de independencia.  Allí van los libertadores de América, los de la primera independencia, pero esta vez, con ellos, andan Marx y Lenin, símbolos de la nueva época, de la primavera socialista del mundo.


Fuente: Rodney Arismendi. Marx y los desafíos de la época y cinco trabajo más. Ediciones LA HORA, 1985. Montevideo, Uruguay.



sábado, 5 de mayo de 2012

CARLOS MARX




El 5 de mayo de 1818 nació quien significó y significa un antes y un después en la vida de la humanidad, en su lucha contra el capitalismo y todo el pasado marcado por la opresión del hombre por el hombre. Fundador de la teoría de la liberación  de los trabajadores y los pueblos, a quienes dedicó su vida, comprendiendo y forjando su papel como sujeto transformador de la realidad, convocándolos a terminar con la prehistoria social y abrir camino a la nueva historia. En este articulo, Lenin, con brillante e incisiva pluma, con un lenguaje llano y claro expone y da a conocer el pensamiento y las enseñanzas de Carlos Marx (5 de mayo de 1818 – 14 de marzo de 1883).





V.I Lenin

CARLOS MARX (1914)

(BREVE ESBOZO BIOGRÁFICO, CON UNA EXPOSICIÓN
DEL MARXISMO)[1]

Escrito: De julio a noviembre de 1914.
Publicado por vez primera: En 1915, en el Diccionario
Enciclopédico Granat, 7a edición, tomo XXVIII.

PRÓLOGO

El artículo sobre Carlos Marx, que hoy aparece en folleto, lo escribí (si mal no recuerdo) en 1913 para el Diccionario Granat. Al final del artículo se agregaba una bibliografía bastante detallada sobre Marx, que abarcaba sobre todo publicaciones extranjeras. Esta bibliografía no figura en la presente edición.
Además, la Redacción del diccionario, por su parte, teniendo en cuenta la censura, suprimió la porción final del artículo, en la que exponía la táctica revolucionaria de Marx. Por desgracia no me ha sido posible reconstruir aquí dicha parte, pues el borrador lo dejé no sé dónde, con mis papeles, en Cracovia o Suiza. Sólo recuerdo que al final de mi artículo citaba, entre otras cosas, el pasaje de la carta de Marx a Engels del 16 de abril de 1856, en la que el primero decía: “Todo el asunto dependerá en Alemania de la posibilidad de cubrir la retaguardia de la revolución proletaria mediante una segunda edición de la guerra campesina. De esta manera la cosa será espléndida”. Esto es lo que no entendieron, desde 1905, nuestros mencheviques, que en la actualidad han llegado incluso a traicionar completamente al socialismo y a pasarse al campo de la burguesía. 

                                                                                                    N. Lenin

Moscú, 14 de mayo de 1918.

Publicado en 1918 en el folleto: N. Lenin, Carlos Marx, Ed. Priboi, Moscú.
Se publica de acuerdo al manuscrito.

V.I Lenin


CARLOS MARX


Carlos Marx nació el 5 de mayo (según el nuevo calendario) de 1818 en Tréveris (ciudad de la Prusia renana). Su padre era un abogado judío, convertido en 1824 al protestantismo. La familia de Marx era una familia acomodada, culta, pero no revolucionaria. Después de terminar en Tréveris sus estudios de bachillerato, Marx se inscribió en la universidad, primero en la de Bonn y luego en la de Berlín, estudiando jurisprudencia y, sobre todo, historia y filosofía. En 1841 terminó sus estudios universitarios, presentando una tesis sobre la filosofía de Epicuro. Por sus concepciones, Marx era entonces todavía un idealista hegeliano.
En Berlín se adhirió al círculo de los “hegelianos de izquierda” (Bruno Bauer y otros), que se esforzaban por extraer de la filosofía de Hegel conclusiones ateas y revolucionarias.
Terminados sus estudios universitarios, Marx se trasladó a Bonn con la intención de hacerse profesor. Pero la política reaccionaria del gobierno, que en 1832 había despojado de su cátedra a Ludwig Feuerbach, que en 1836 le había negado nuevamente la entrada en la universidad y que en 1841 privó al joven profesor Bruno Bauer del derecho a enseñar en Bonn, obligó a Marx a renunciar a la carrera docente. En aquella época, las ideas de los hegelianos de izquierda progresaban rápidamente en Alemania. Ludwig Feuerbach, sobre todo desde 1836, comenzó a someter a crítica la teología y a orientarse hacia el materialismo, que en 1841 (La esencia del cristianismo) se impone ya definitivamente en su pensamiento; en 1843 ven la luz sus Principios de la filosofía del porvenir.
“Hay que haber vivido la influencia liberadora” de estos libros, escribía Engels años más tarde refiriéndose a esas obras de Feuerbach. “Nosotros [es decir, los hegelianos de izquierda, entre ellos Marx] nos hicimos en el acto feuerbachianos.”[2] Por aquel tiempo, los burgueses radicales renanos, que tenían ciertos puntos de contacto con los hegelianos de izquierda, fundaron en Colonia un periódico de oposición, la Gaceta del Rin (cuyo primer número salió el 1 de enero de 1842). Marx y Bruno Bauer fueron invitados como principales colaboradores; en octubre de 1842 Marx fue nombrado redactor jefe del periódico y se trasladó de Bonn a Colonia. La tendencia democrática revolucionaria del periódico fue acentuándose bajo la jefatura de redacción de Marx, y el gobierno lo sometió primero a una doble censura y luego a una triple, hasta que decidió más tarde suprimirlo totalmente a partir del 1 de enero de 1843. Marx se vio obligado a abandonar su puesto de redactor jefe en esa fecha, sin que su salida lograse tampoco salvar al periódico, que fue clausurado en marzo de 1843. Entre los artículos más importantes publicados por Marx en la Gaceta del Rin, Engels menciona, además de los que citamos más adelante (véase la Bibliografía ) el que se refiere a la situación de los campesinos viticultores del valle del Mosela.
Como su labor periodística le había demostrado que conocía insuficientemente la economía política, Marx se dedicó afanosamente al estudio de esta ciencia.
En 1843, Marx se casó en Kreuznach con Jenny von Westphalen, amiga suya de la infancia, con la que se había comprometido cuando todavía era estudiante. Su esposa pertenecía a una reaccionaria familia aristocrática de Prusia. Su hermano mayor fue ministro del Interior en Prusia durante una de las épocas más reaccionarias, desde 1850 hasta 1858. En el otoño de 1843 Marx se trasladó a París con objeto de editar en el extranjero una revista de tendencia radical en colaboración con Arnold Ruge (1802-1880; hegeliano de izquierda, encarcelado de 1825 a 1830, emigrado desde 1848, y partidario de Bismarck entre 1866 y 1870).
De esta revista, titulada Anales franco-alemanes, sólo llegó a ver la luz el primer fascículo. Las dificultades con que tropezaba la difusión clandestina de la revista en Alemania y las discrepancias surgidas entre Marx y Ruge hicieron que se suspendiera su publicación. En los artículos de Marx en los Anales vemos ya al revolucionario que proclama la necesidad de una “crítica implacable de todo lo existente”, y, en particular, de una “crítica de las armas”[3] que apele a las masas y al proletariado.
En septiembre de 1844 llegó a París, por unos días, Federico Engels, quien se convirtió, desde ese momento, en el amigo más íntimo de Marx. Ambos tomaron conjuntamente parte activísima en la vida, febril por entonces, de los grupos revolucionarios de París (especial importancia revestía la doctrina de Proudhon, a la que Marx ajustó cuentas resueltamente en su obra Miseria de la filosofía, publicada en 1847) y, en lucha enérgica contra las diversas doctrinas del socialismo pequeñoburgués, forjaron la teoría y la táctica del socialismo proletario revolucionario, o comunismo (marxismo). Véanse, más adelante, en la Bibliografía, las obras de Marx de esta época, años de 1844 a 1848. En 1845, a instancias del gobierno prusiano, Marx fue expulsado de París como revolucionario peligroso, instalándose entonces en Bruselas. En la primavera de 1847, Marx y Engels se afiliaron a una sociedad secreta de propaganda, la Liga de los Comunistas, tuvieron una participación destacada en el II Congreso de esta organización (celebra do en Londres en noviembre de 1847) y por encargo del Congreso redactaron el famoso Manifiesto del Partido Comunista que apareció en febrero de 1848. En esta obra se traza, con claridad y brillantez geniales, una nueva concepción del mundo: el materialismo consecuente, aplicado también al campo de la vida social; la dialéctica como la doctrina más completa y profunda del desarrollo; la teoría de la lucha de clases y de la histórica misión revolucionaria universal del proletariado como creador de una nueva sociedad, la sociedad comunista.
Al estallar la revolución de febrero de 1848, Marx fue expulsado de Bélgica. Se trasladó nuevamente a París, y desde allí, después de la revolución de marzo, marchó a Alemania, más precisamente, a Colonia. Desde el 1 de junio de 1848 hasta el 19 de mayo de 1849, se publicó en esta ciudad la Nueva Gaceta del Rin, de la que Marx era el redactor jefe. El curso de los acontecimientos revolucionarios de 1848 a 1849 vino a confirmar de manera brillante la nueva teoría, como habrían de confirmarla en lo sucesivo los movimientos proletarios y democráticos de todos los países del mundo. La contrarrevolución triunfante hizo que Marx compareciera, primero, ante los tribunales (siendo absuelto el g de febrero de 1849) y después lo expulsó de Alemania (el 16 de mayo de 1849). Marx se dirigió a París, de donde fue expulsado también después de la manifestación del 13 de junio de 1849[4]; entonces marchó a Londres, donde pasó el resto de su vida.
El joven Marx
Las condiciones de vida en la emigración eran en extremo duras, como lo revela con toda claridad la correspondencia entre Marx y Engels (editada en 1913). La miseria asfixiaba realmente a Marx y a su familia; de no haber sido por la constante y abnegada ayuda económica de Engels, Marx no sólo no hubiera podido acabar El Capital, sino que habría sucumbido inevitablemente bajo el peso de la miseria. Además, las doctrinas y tendencias del socialismo pequeñoburgués, no proletario en general, que predominaban en aquella época, obligaban a Marx a librar constantemente una lucha implacable, y a veces a repeler (como hace en su obra Herr Vogt [5] los ataques personales más rabiosos y salvajes. Manteniéndose al margen de los círculos de emigrados y concentrando sus esfuerzos en el estudio de la economía política, Marx desarrolló su teoría materialista en una serie de trabajos históricos (véase la Bibliografía). Con sus obras Contribución a la crítica de la economía política (1859) y El Capital (t. I, 1867), Marx provocó una verdadera revolución en la ciencia económica (véase más adelante la doctrina de Marx).
El recrudecimiento de los movimientos democráticos, a fines de la década del 50 y durante la del 60, llevó de nuevo a Marx a la actividad práctica. El 28 de septiembre de 1864 se fundó en Londres la famosa Primera Internacional, la “Asociación Internacional de los Trabajadores”. Marx fue el alma de esta organización, el autor de su primer “Llamamiento” y de gran número de sus resoluciones, declaraciones y manifiestos. Unificando el movimiento obrero de los diferentes países, orientando por el cauce de una actuación conjunta a las diversas formas del socialismo no proletario, premarxista (Mazzini, Proudhon, Bakunin, el tradeunionismo liberal inglés, las vacilaciones derechistas lassalleanas en Alemania, etc.), a la par que combatía las teorías de todas estas sectas y escuelas, Marx fue forjando la táctica común de la lucha proletaria de la clase obrera en los distintos países. Después de la caída de la Comuna de París en 1871, que Marx analizó (en La guerra civil en Francia, 1871) de modo tan profundo, certero, brillante y eficaz, como revolucionario — y a raíz de la escisión de la Internacional provocada por los bakuninistas —, esta última ya no pudo seguir existiendo en Europa. Después del Congreso de La Haya (1872), Marx consiguió que el Consejo General de la Internacional se trasladase a Nueva York. La primera Internacional había cumplido su misión histórica y dejaba paso a una época de desarrollo incomparablemente más amplio del movimiento obrero en todos los países del mundo, época en que este movimiento había de desplegarse en extensión, con la creación de partidos obreros socialistas de masas dentro de cada Estado nacional.
Su intensa labor en la Internacional y sus actividades teóricas, aún más intensas, minaron definitivamente la salud de Marx. Prosiguió su obra de relaboración de la economía política y se consagró a terminar El Capital, recopilando con este fin multitud de nuevos documentos y poniéndose a estudiar varios idiomas (entre ellos el ruso), pero la enfermedad le impidió concluir El Capital.
El 2 de diciembre de 1881 murió su esposa, y el 14 de marzo de 1883 Marx se quedó dormido apaciblemente para siempre en su sillón. Está enterrado, junto a su mujer, en el cementerio londinense de Highgate. Varios hijos de Marx murieron en la infancia en Londres, cuando la familia vivía en la miseria. Tres de sus hijas se casaron con socialistas de Inglaterra y Francia: Eleonora Eveling, Laura Lafargue y Jenny Longuet. Un hijo de esta última es miembro del Partido Socialista Francés.

LA DOCTRINA DE MARX

El marxismo es el sistema de las concepciones y de la doctrina de Marx. Este continúa y corona genialmente las tres principales corrientes ideológicas del siglo XIX, que pertenecen a los tres países más avanzados de la humanidad: la filosofía clásica alemana, la economía política clásica inglesa y el socialismo francés, vinculado a las doctrinas revolucionarias francesas en general. La admirable coherencia y la integridad de sus concepciones — cualidades reconocidas incluso por sus adversarios —, que constituyen en su conjunto el materialismo y el socialismo científicos contemporáneos como teoría y programa del movimiento obrero de todos los países civilizados del mundo, nos obligan a esbozar brevemente su concepción del mundo en general antes de exponer el contenido esencial del marxismo, o sea, la doctrina económica de Marx.

El Materialismo Filosófico

Desde 1844-1845, años en que se formaron sus concepciones, Marx fue materialista y, especialmente, partidario de Ludwig Feuerbach, cuyos puntos débiles vio, más tarde, en la insuficiente consecuencia y amplitud de su materialismo. Para Marx, la significación histórica universal de Feuerbach, que “hizo época”, residía precisamente en el hecho de haber roto en forma resuelta con el idealismo de Hegel y proclamado el materialismo, que ya “en el siglo XVIII, sobre todo en Francia, representaba la lucha, no sólo contra las instituciones políticas existentes y al mismo tiempo contra la religión y la teología, sino también [. .] contra la metafísica en general” (entendiendo por ella toda “especulación ebria”, a diferencia de la “filosofía sobria”) (La Sagrada Familia, en La herencia literaria ). “Para Hegel — escribía Marx —, el proceso del pensamiento, al que él convierte incluso, bajo el nombre de idea, en sujeto con vida propia, es el demiurgo de lo real [. . .]. Para mí lo ideal no es, por el contrario, más que lo material traducido y traspuesto a la cabeza del hombre.” (C. Marx, El Capital, t. I, “Palabras finales a la 2a ed.”). Mostrándose plenamente de acuerdo con esta filosofía materialista de Marx, F. Engels escribía lo siguiente, al exponerla en su Anti-Dühring (véase ), obra cuyo manuscrito conoció Marx: . . . “La unidad del mundo no existe en su ser, sino en su materialidad, que ha sido demostrada [. . .] en el largo y penoso desarrollo de la filosofía y de las ciencias naturales [. . .]. El movimiento es la forma de existencia de la materia. Jamás, ni en parte alguna, ha existido ni puede existir materia sin movimiento, ni movimiento sin materia [. . .]. Pero si seguimos preguntando qué son y de dónde proceden el pensar y la conciencia, nos encontramos con que son productos del cerebro humano y con que el mismo hombre no es más que un producto de la naturaleza, que se ha desarrollado en un determinado ambiente natural y junto con éste; por donde llegamos a la conclusión lógica de que los productos del cerebro humano, que en última instancia no son tampoco más que productos de la naturaleza, no se contradicen, sino que corresponden al resto de la concatenación de la naturaleza”. “Hegel era idealista, es decir, que para él las ideas de nuestra cabeza no son reflejos [Abbilder, esto es, imágenes, pero a veces Engels habla de “reproducciones”] más o menos abstractos de los objetos y fenómenos de la realidad, sino que los objetos y su desarrollo se le antojaban, por el contrario, imágenes de una idea existentes no se sabe dónde, ya antes de que existiese el mundo.” En Ludwig Feuerbach [6], obra en la que Engels expone sus ideas y las de Marx sobre la filosofía de Feuerbach, y cuyo original envió a la imprenta después de revisar un antiguo manuscrito suyo y de Marx, que databa de los años 1844-1845, sobre Hegel, Feuerbach y la concepción materialista de la historia, escribe Engels:
“El gran problema cardinal de toda filosofía, especialmente de la moderna, es el problema de la relación entre el pensar y el ser, entre el espíritu y la naturaleza [. . .]. ¿Qué está primero: el espíritu o la naturaleza? [. . .] Los filósofos se dividieron en dos grandes campos, según la contestación que diesen a esta pregunta. Los que afirmaban que el espíritu estaba antes que la naturaleza y que, por lo tanto, reconocían, en última instancia, una creación del mundo bajo una u otra forma [. . .], constituyeron el campo del idealismo.
Los demás, los que reputaban la naturaleza como principio fundamental, adhirieron a distintas escuelas del materialismo”. Todo otro empleo de los conceptos de idealismo y materialismo (en sentido filosófico) sólo conduce a la confusión. Marx rechazaba enérgicamente, no sólo el idealismo — vinculado siempre, de un modo u otro, a la religión —, sino también los puntos de vista de Hume y Kant, tan difundidos en nuestros días, es decir, el agnosticismo, el criticismo y el positivismo en sus diferentes formas; para Marx esta clase de filosofía era una concesión “reaccionaria” al idealismo y, en el mejor de los casos, una “manera vergonzante de aceptar el materialismo bajo cuerda y renegar de él públicamente”. Sobre esto puede consultarse, además de las obras ya citadas de Engels y Marx, la carta de este último a Engels, fechada el 12 de diciembre de 1868, en la que habla de unas manifestaciones del célebre naturalista T. Huxley. En ella, a la vez que hace notar que Huxley se muestra “más materialista” que de ordinario, y reconoce que “si observamos y pensamos realmente, nunca podemos salirnos del materialismo”, Marx le reprocha que deje abierto un “portillo” al agnosticismo, a la filosofía de Hume. En particular debemos destacar la concepción de Marx acerca de las relaciones entre la libertad y la necesidad: “La necesidad sólo es ciega en cuanto no se la comprende. La libertad no es otra cosa que el conocimiento de la necesidad”
(Engels, Anti-Dühring) = reconocimiento de la sujeción objetiva de la naturaleza a leyes y de la transformación dialéctica de la necesidad en libertad (a la par que de la transformación de la “cosa en sí” no conocida aún, pero cognoscible, en “cosa para nosotros”, de la “esencia de las cosas” en “fenómenos”). El defecto fundamental del “viejo” materialismo, incluido el de Feuerbach (y con mayor razón aún el del materialismo “vulgar” de Buchner, Vogt y Moleschott) consistía, según Marx y Engels, en lo siguiente: 1) en que este materialismo era “predominantemente mecanicista” y no tenía en cuenta los últimos progresos de la química y de la biología (a los que habría que agregar en nuestros días los de la teoría eléctrica de la materia); 2) en que el viejo materialismo no era histórico ni dialéctico (sino metafísico, en el sentido de antidialéctico) y no mantenía consecuentemente ni en todos sus aspectos el punto de vista del desarrollo; 3) en que concebían “la esencia del hombre” en forma abstracta, y no como el “conjunto de las relaciones sociales” (históricamente concretas y determinadas), por cuya razón se limitaban a “explicar” el mundo cuando en realidad se trata de “transformarlo”; es decir, en que no comprendían la importancia de la “actividad práctica revolucionaria”.

La Dialéctica

La dialéctica hegeliana, o sea, la doctrina más multilateral, más rica en contenido y más profunda del desarrollo, era para Marx y Engels la mayor conquista de la filosofía clásica alemana. Toda otra formulación del principio del desarrollo, de la evolución, les parecía unilateral y pobre, deformadora y mutiladora de la verdadera marcha del desarrollo en la naturaleza y en la sociedad (marcha que a menudo se efectúa a través de saltos, cataclismos y revoluciones). “Marx y yo fuimos casi los únicos que nos planteamos la tarea de salvar [del descalabro del idealismo, incluido el hegelianismo] la dialéctica consciente para traerla a la concepción materialista de la naturaleza.” “La naturaleza es la confirmación de la dialéctica, y precisamente son las modernas ciencias naturales las que nos han brindado un extraordinario acervo de datos [¡y esto fue escrito antes de que se descubriera el radio, los electrones, la transformación de los elementos, etc.!] y enriquecido cada día que pasa, demostrando con ello que la naturaleza se mueve, en última instancia, dialéctica, y no metafísicamente.”
“La gran idea fundamental — escribe Engels — de que el mundo no se compone de un conjunto de objetos terminados y acabados, sino que representa en sí un conjunto de procesos, en el que las cosas que parecen inmutables, al igual que sus imágenes mentales en nuestro cerebro, es decir, los conceptos, se hallan sujetos a un continuo cambio, a un proceso de nacimiento y muerte; esta gran idea fundamental se encuentra ya tan arraigada desde Hegel en la conciencia común, que apenas habrá alguien que la discuta en su forma general. Pero una cosa es reconocerla de palabra y otra aplicarla en cada caso particular y en cada campo de investigación.” “Para la filosofía dialéctica no existe nada establecido de una vez para siempre, nada absoluto, consagrado.; en todo ve lo que hay de perecedero, y no deja en pie más que el proceso ininterrumpido del aparecer y desaparecer, del infinito movimiento ascensional de lo inferior a lo superior. Y esta misma filosofía es un mero reflejo de ese proceso en el cerebro pensante.” Así, pues, la dialéctica es, según Marx, “la ciencia de las leyes generales del movimiento, tanto del mundo exterior como del pensamiento humano”.
Este aspecto revolucionario de la filosofía hegeliana es el que Marx recoge y desarrolla. El materialismo dialéctico “no necesita de ninguna filosofía situada por encima de las demás ciencias”. De la filosofía anterior queda en pie “la teoría del pensamiento y sus leyes, es decir, la lógica formal y la dialéctica”.
Y la dialéctica, tal como la concibe Marx, y también según Hegel, abarca lo que hoy se llama teoría del conocimiento o gnoseología, ciencia que debe enfocar también su objeto desde un punto de vista histórico, investigando y generalizando los orígenes y el desarrollo del conocimiento, y el paso de la falta de conocimiento al conocimiento.
En nuestro tiempo, la idea del desarrollo, de la evolución, ha penetrado casi en su integridad en la conciencia social, pero no a través de la filosofía de Hegel, sino por otros caminos. Sin embargo, esta idea, tal como la formularon Marx y Engels, apoyándose en Hegel, es mucho más completa, mucho más rica en contenido que la teoría de la evolución al uso. Es un desarrollo que, al parecer, repite etapas ya recorridas, pero de otro modo, sobre una base más alta (“negación de la negación”), un desarrollo, por decirlo así, en espiral y no en línea recta; un desarrollo que se opera en forma de saltos, a través de cataclismos y revoluciones, que significan “interrupciones de la gradualidad”; un desarrollo que es transformación de la cantidad en calidad, impulsos internos de desarrollo originados por la contradicción, por el choque de las diversas fuerzas y tendencias, que actúan sobre determinado cuerpo, o dentro de los límites de un fenómeno dado o en el seno de una sociedad dada; interdependencia íntima e indisoluble concatenación de todos los aspectos de cada fenómeno (con la particularidad de que la historia pone constantemente al descubierto nuevos aspectos), concatenación que ofrece un proceso de movimiento único, universal y sujeto a leyes; tales son algunos rasgos de la dialéctica, teoría mucho más empapada de contenido que la (habitual) doctrina de la evolución. (Véase la carta de Marx a Engels del 8 de enero de 1868, en la que se mofa de las “rígidas tricotomías” de Stein, que sería ridículo confundir con la dialéctica materialista.)


La Concepción Materialista de la Historia

La conciencia de que el viejo materialismo era una teoría inconsecuente, incompleta y unilateral llevó a Marx a la convicción de que era indispensable “poner en consonancia la ciencia de la sociedad con la base materialista y reconstruirla sobre esta base”. Si el materialismo en general explica la conciencia por el ser, y no al contrario, aplicado a la vida social de la humanidad exige que la conciencia social se explique por el ser social. “La tecnología — dice Marx (en El Capital, t. I) — pone al descubierto la relación activa del hombre con la naturaleza, el proceso inmediato de producción de su vida, y, a la vez, sus condiciones sociales de vida y de las representaciones espirituales que de ellas se derivan.” Y en el “prólogo a su Contribución a la crítica de la economía política “, Marx ofrece una formulación integral de las tesis fundamentales del materialismo aplicadas a la sociedad humana y a su historia. He aquí sus palabras:
“En la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales.
“El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se erige una superestructura política y jurídica, y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, su ser social el que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas de ellas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella. Cuando se estudian esas revoluciones, hay que distinguir siempre entre la revolución material producida en las condiciones económicas de producción, y que puede verificarse con la precisión propia de las ciencias naturales, y las revoluciones jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas; en una palabra, de las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo.
“Y del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco estas épocas de revolución por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. . .” “A grandes rasgos, podemos señalar como otras tantas épocas de progreso en la formación económica de la sociedad, el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués.” (Véase la breve formulación que Marx da en su carta a Engels del 7 de julio de 1866: “Nuestra teoría de que la organización del trabajo está determinada por los medios de producción”.)
El descubrimiento de la concepción materialista de la historia, o mejor dicho, la consecuente aplicación y extensión del materialismo al dominio de los fenómenos sociales, superó los dos defectos fundamentales de las viejas teorías de la historia. En primer lugar, estas teorías solamente examinaban, en el mejor de los casos, los móviles ideológicos de la actividad histórica de los hombres, sin investigar el origen de esos móviles, sin captar las leyes objetivas que rigen el desarrollo del sistema de las relaciones sociales, ni ver las raíces de éstas en el grado de desarrollo de la producción material; en segundo lugar, las viejas teorías no abarcaban precisamente las acciones de las masas de la población, mientras que el materialismo histórico permitió estudiar, por vez primera y con la exactitud de las ciencias naturales, las condiciones sociales de la vida de las masas y los cambios operados en estas condiciones. La “sociología” y la historiografía anteriores a Marx proporcionaban, en el mejor de los casos, un cúmulo de datos crudos, recopilados fragmentariamente, y la descripción de aspectos aislados del proceso histórico. El marxismo señaló el camino para un estudio global y multilateral del proceso de aparición, desarrollo y decadencia de las formaciones económico-sociales, examinando el conjunto de todas las tendencias contradictorias y reduciéndolas a las condiciones, perfectamente determinables, de vida y de producción de las distintas clases de la sociedad, eliminando el subjetivismo y la arbitrariedad en la elección de las diversas ideas “dominantes” o en la interpretación de ellas, y poniendo al descubierto las raíces de todas las ideas sin excepción y de las diversas tendencias que se manifiestan en el estado de las fuerzas productivas materiales. Los hombres hacen su propia historia, ¿pero qué determina los móviles de estos hombres, y precisamente de las masas humanas? ; ¿qué es lo que provoca los choques de ideas y las aspiraciones contradictorias?; ¿qué representa el conjunto de todos estos choques que se producen en la masa entera de las sociedades humanas?; ¿cuáles son las condiciones objetivas de producción de la vida material que crean la base de toda la actividad histórica de los hombres?; ¿cuál es la ley que rige el desenvolvimiento de estas condiciones? Marx concentró su atención en todo esto y trazó el camino para estudiar científicamente la historia como un proceso único, regido por leyes, en toda su inmensa diversidad y con su carácter contradictorio.

La Lucha de Clases

Todo el mundo sabe que en cualquier sociedad las aspiraciones de una parte de sus miembros chocan abiertamente con las aspiraciones de otros, que la vida social está llena de contradicciones, que la historia nos muestra una lucha entre pueblos y sociedades, así como en su propio seno; todo el mundo sabe también que se suceden los períodos de revolución y reacción, de paz y de guerras, de estancamiento y de rápido progreso o decadencia. El marxismo nos proporciona el hilo conductor que permite descubrir una sujeción a leyes en este aparente laberinto y caos, a saber: la teoría de la lucha de clases. Sólo el estudio del conjunto de las aspiraciones de todos los miembros de una sociedad dada o de un grupo de sociedades, puede conducirnos a una determinación científica del resultado de esas aspiraciones. Ahora bien, la fuente de que brotan esas aspiraciones contradictorias son siempre las diferencias de situación y de condiciones de vida de las clases en que se divide cada sociedad.
“La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días — dice Marx en el Manifiesto Comunista (exceptuando la historia del régimen de la comunidad primitiva, añade más tarde Engels) — es la historia de las luchas de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales; en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces, y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases beligerantes [. . .]. La moderna sociedad burguesa, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las contradicciones de clase. Únicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas condiciones de opresión, las viejas formas de lucha, por otras nuevas. Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose cada vez más en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado.” A partir de la Gran Revolución Francesa, la historia de Europa pone de relieve en distintos países, con especial evidencia, el verdadero fondo de los acontecimientos, la lucha de clases. Y ya en la época de la restauración se destacan en Francia algunos historiadores (Thierry, Guizot, Mignet y Thiers) que, al generalizar los acontecimientos, no pudieron dejar de reconocer que la lucha de clases era la clave para la comprensión de toda la historia francesa. Y la época contemporánea, es decir, la época que señala el triunfo completo de la burguesía y de las instituciones representativas, del sufragio amplio (cuando no universal), de la prensa diaria barata que llega a las masas, etc., la época de las poderosas asociaciones obreras y patronales cada vez más vastas, etc., pone de manifiesto de un modo todavía más patente (aunque a veces en forma unilateral, “pacífica” y “constitucional”) que la lucha de clases es la fuerza motriz de los acontecimientos. El siguiente pasaje del Manifiesto Comunista nos revela lo que Marx exigía de la ciencia social en cuanto al análisis objetivo de la situación de cada clase en la sociedad moderna y en relación con el examen de las condiciones de desarrollo de cada clase: “De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando y desaparecen con el desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar.
Las capas medias — el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano y el campesino —, todas ellas luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales capas medias. No son, pues, revolucionarias, sino conservadoras. Más todavía, son reaccionarias, ya que pretenden volver atrás la rueda de la historia. Son revolucionarias únicamente cuando tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado; defendiendo así, no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, cuando abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado”. En una serie de obras históricas (véase la Bibliografía), Marx nos ofrece brillantes y profundos ejemplos de historiografía materialista, de análisis de la situación de cada clase en particular y a veces de los diferentes grupos o capas que se manifiestan dentro de ella, mostrando palmariamente por qué y cómo “toda lucha de clases es una lucha política”. El pasaje que acabamos de citar ilustra cuán intrincada es la red de relaciones sociales y fases de transición de una clase a otra, del pasado al porvenir, que Marx analiza para determinar la resultante total del desarrollo histórico.
La confirmación y aplicación más profunda, más completa y detallada de la teoría de Marx es su doctrina económica.

LA DOCTRINA ECONÓMICA DE MARX

“Y la finalidad última de esta obra — dice Marx en el prólogo a El Capital — es, en efecto, descubrir la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna”, es decir, de la sociedad capitalista, burguesa. El estudio de las relaciones de producción de una sociedad dada, históricamente determinada, en su aparición, desarrollo y decadencia: tal es el contenido de la doctrina económica de Marx. En la sociedad capitalista impera la producción de mercancías; por eso, el análisis de Marx empieza con el análisis de la mercancía.

El Valor

La mercancía es, en primer lugar, una cosa que satisface una determinada necesidad humana y, en segundo lugar, una cosa que se cambia por otra. La utilidad de una cosa hace de ella un valor de uso. El valor de cambio (o, sencillamente el valor) es, ante todo, la relación o proporción en que se cambia cierto número de valores de uso de una clase por un determinado número de valores de uso de otra clase. La experiencia diaria nos muestra que, a través de millones y miles de millones de esos actos de intercambio, se equiparan constantemente todo género de valores de uso, aun los más diversos y menos equiparables entre sí. ¿Qué es lo que tienen de común esos diversos objetos, que constantemente son equiparados entre sí en determinado sistema de relaciones sociales? Tienen de común el que todos ellos son productos del trabajo. Al cambiar sus productos, los hombres equiparan los más diversos tipos de trabajo.
La producción de mercancías es un sistema de relaciones sociales en que los distintos productores crean diversos productos (división social del trabajo), y todos estos productos se equiparan entre sí por medio del cambio. Por lo tanto, lo que todas las mercancías encierran de común no es el trabajo concreto de una determinada rama de producción, no es un trabajo de determinado tipo, sino el trabajo humano abstracto, el trabajo humano en general. Toda la fuerza de trabajo de una sociedad dada, representada por la suma de valores de todas las mercancías, es una y la misma fuerza humana de trabajo; así lo evidencian miles de millones de actos de cambio. Por consiguiente, cada mercancía en particular no representa más que una determinada parte del tiempo de trabajo socialmente necesario. La magnitud del valor se determina por la cantidad de trabajo socialmente necesario o por el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir cierta mercancía o cierto valor de uso. “Al equiparar unos con otros, en el cambio, sus diversos productos, lo que hacen los hombres es equiparar entre sí sus diversos trabajos como modalidades del trabajo humano. No lo saben, pero lo hacen” El valor es, como dijo un viejo economista, una relación entre dos personas; pero debió añadir simplemente: relación encubierta por una envoltura material. Sólo partiendo del sistema de relaciones sociales de producción de una formación social históricamente determinada, relaciones que se manifiestan en el fenómeno masivo del cambio, repetido miles de millones de veces, podemos comprender lo que es el valor. “Como valores, las mercancías no son más que cantidades determinadas de tiempo de trabajo coagulado.” Después de analizar en detalle el doble carácter del trabajo materializado en las mercancías, Marx pasa al análisis de la forma del valor y del dinero. Con ello se propone, fundamentalmente, investigar el origen de la forma monetaria del valor, estudiar el proceso histórico de desenvolvimiento del cambio, comenzando por las operaciones sueltas y fortuitas de trueque (“forma simple, suelta o fortuita del valor”, en que una cantidad de mercancía es cambiada por otra) hasta remontarse a la forma universal del valor, en que mercancías diferentes se cambian por una mercancía concreta, siempre la misma, y llegar a la forma monetaria del valor, en que la función de esta mercancía, o sea, la función de equivalente universal, la desempeña el oro. El dinero, producto supremo del desarrollo del cambio y de la producción de mercancías, disfraza y oculta el carácter social de los trabajos privados, la concatenación social existente entre los diversos productores unidos por el mercado. Marx somete a un análisis extraordinariamente minucioso las diversas funciones del dinero, debiendo advertirse, pues tiene gran importancia, que en este caso (como, en general, en todos los primeros capítulos de El Capital) la forma abstracta de la exposición, que a veces parece puramente deductiva, recoge en realidad un gigantesco material basado en hechos sobre la historia del desarrollo del cambio y de la producción de mercancías. “El dinero presupone cierto nivel del cambio de mercancías. Las diversas formas del dinero — simple equivalente de mercancías o medio de circulación, medio de pago, de atesoramiento y dinero mundial— señalan, según el distinto volumen y predominio relativo de tal o cual función, fases muy distintas del proceso social de producción” (El Capital, I).

La Plusvalía

Al alcanzar la producción de mercancías determinado grado de desarrollo, el dinero se convierte en capital. La fórmula de la circulación de mercancías era:
M (mercancía) — D (dinero) — M (mercancía), o sea, venta de una mercancía para comprar otra. Por el contrario, la fórmula general del capital es D — M — D, o sea, la compra para la venta (con ganancia). Marx llama plusvalía a este incremento del valor primitivo del dinero que se lanza a la circulación. Que el dinero lanzado a la circulación capitalista “crece”, es un hecho conocido de todo el mundo. Y precisamente ese “crecimiento” es lo que convierte el dinero en capital, como relación social de producción particular, históricamente determinada. La plusvalía no puede brotar de la circulación de mercancías, pues ésta sólo conoce el intercambio de equivalentes; tampoco puede provenir de un alza de los precios, pues las pérdidas y las ganancias recíprocas de vendedores y compradores se equilibrarían; se trata de un fenómeno masivo, medio, social, y no de un fenómeno individual. Para obtener plusvalía “el poseedor del dinero necesita encontrar en el mercado una mercancía cuyo valor de uso posea la cualidad peculiar de ser fuente de valor”, una mercancía cuyo proceso de consumo sea, al mismo tiempo, proceso de creación de valor. Y esta mercancía existe: es la fuerza de trabajo del hombre. Su consumo es trabajo y el trabajo crea valor.
El poseedor del dinero compra la fuerza de trabajo por su valor, valor que es determinado, como el de cualquier otra mercancía, por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción (es decir, por el costo del mantenimiento del obrero y su familia). Una vez que ha comprado la fuerza de trabajo el poseedor del dinero tiene derecho a consumirla, es decir, a obligarla a trabajar durante un día entero, por ejemplo, durante doce horas. En realidad el obrero crea en seis horas (tiempo de trabajo “necesario”) un producto con el que cubre los gastos de su mantenimiento; durante las seis horas restantes (tiempo de trabajo “suplementario”) crea un “plusproducto” no retribuido por el capitalista, que es la plusvalía. Por consiguiente, desde el punto de vista del proceso de la producción, en el capital hay que distinguir dos partes: capital constante, invertido en medios de producción (máquinas, instrumentos de trabajo, materias primas, etc.) — y cuyo valor se transfiere sin cambio de magnitud (de una vez o en partes) a las mercancías producidas —, y capital variable, invertido en fuerza de trabajo. El valor de este capital no permanece invariable, sino que se acrecienta en el proceso del trabajo, al crear la plusvalía. Por lo tanto, para expresar el grado de explotación de la fuerza de trabajo por el capital, tenemos que comparar la plusvalía obtenida, no con el capital global, sino exclusivamente con el capital variable. La cuota de plusvalía, como llama Marx a esta relación, sería, pues, en nuestro ejemplo, de 6:6, es decir, del 100 por ciento.
Las premisas históricas para la aparición del capital son: primera, la acumulación de determinada suma de dinero en manos de ciertas personas, con un nivel de desarrollo relativamente alto de la producción de mercancías en general ¡segunda, la existencia de obreros “libres” en un doble sentido — libres de todas las trabas o restricciones impuestas a la venta de la fuerza de trabajo, y libres por carecer de tierra y, en general, de medios de producción —, de obreros desposeídos, de obreros “proletarios” que, para subsistir, no tienen más recursos que la venta de su fuerza de trabajo.
Dos son los modos principales para poder incrementar la plusvalía: mediante la prolongación de la jornada de trabajo (“plusvalía absoluta”) y mediante la reducción del tiempo de trabajo necesario (“plusvalía relativa”). Al analizar el primer modo, Marx hace desfilar ante nosotros el grandioso panorama de la lucha de la clase obrera para reducir la jornada de trabajo y de la intervención del poder estatal, primero para prolongarla (en el período que media entre los siglos XIV y XVII) y después para reducirla (legislación fabril del siglo XIX).
Desde la aparición de El Capital, la historia del movimiento obrero de todos los países civilizados ha aportado miles y miles de nuevos hechos que ilustran este panorama.
Al proceder a su análisis de la producción de plusvalía relativa, Marx investiga las tres etapas históricas fundamenta les de la elevación de la productividad del trabajo por el capitalismo: 1) la cooperación simple; 2) la división del trabajo y la manufactura; 3) la maquinaria y la gran industria. La profundidad con que Marx aquí pone de relieve los rasgos fundamentales y típicos del desarrollo del capitalismo nos demuestra, entre otras cosas, el hecho de que el estudio de la llamada industria de los kustares* en Rusia ha aportado un abundantísimo material para ilustrar las dos primeras etapas de las tres mencionadas. En cuanto a la acción revolucionaria de la gran industria maquinizada, descrita por Marx en 1867, durante el medio siglo transcurrido desde entonces ha venido a revelarse en toda una serie de países “nuevos” (Rusia, Japón, etc.).
Prosigamos. Importantísimo y nuevo es el análisis de Marx de la acumulación del capital, es decir, de la transformación de una parte de la plusvalía en capital, y de su empleo, no para satisfacer las necesidades personales o los caprichos del capitalista, sino para renovar la producción. Marx hace ver el error de toda la economía política clásica anterior (desde Adam Smith) al suponer que toda la plusvalía que se convertía en capital pasaba a formar parte del capital variable, cuando en realidad se descompone en medios de producción más capital variable. En el proceso de desarrollo del capitalismo y de su transformación en socialismo tiene una inmensa importancia el que la parte del capital constante (en la suma total del capital) se incremente con mayor rapidez que la parte del capital variable.
Al acelerar el desplazamiento de los obreros por la maquinaria, produciendo riqueza en un polo y miseria en el polo opuesto, la acumulación del capital crea también el llamado “ejército industrial de reserva”, el “sobrante relativo” de obreros o “superpoblación capitalista”, que reviste formas extraordinariamente diversas y permite al capital ampliar la producción con singular rapidez. Esta posibilidad, relacionada con el crédito y la acumulación de capital en medios de producción, nos proporciona, entre otras cosas, la clave para comprender las crisis de superproducción, que estallan periódicamente en los países capitalistas, primero cada diez años, término medio, y luego con intervalos mayores y menos precisos. De la acumulación del capital sobre la base del capitalismo hay que distinguir la llamada acumulación primitiva, que se lleva a cabo mediante la separación violenta del trabajador de los medios de producción, expulsión del campesino de su tierra, robo de los terrenos comunales, sistema colonial, sistema de la deuda pública, tarifas aduaneras proteccionistas, etc.
La “acumulación primitiva” crea en un polo al proletario “libre” y en el otro al poseedor del dinero, el capitalista.
Marx caracteriza la “tendencia histórica de la acumulación capitalista” con las famosas palabras siguientes: “La expropiación del productor directo se lleva a cabo con el más despiadado vandalismo y bajo el acicate de las pasiones más infames, más sucias, más mezquinas y más desenfrenadas. La propiedad privada, fruto del propio trabajo [del campesino y del artesano], y basada, por decirlo así, en la compenetración del obrero individual e independiente con sus instrumentos y medios de trabajo, es desplazada por la propiedad privada capitalista, basada en la explotación de la fuerza de trabajo ajena, aunque formalmente libre [. . .]. Ahora ya no se trata de expropiar al trabajador dueño de una economía independiente, sino de expropiar al capitalista explotador de numerosos obreros. Esta expropiación la lleva a cabo el juego de las leyes inmanentes de la propia producción capitalista, la centralización de los capitales. Un capitalista derrota a otros muchos. Paralelamente con esta centralización del capital o expropiación de muchos capitalistas por unos pocos, se desarrolla en una escala cada vez mayor la forma cooperativa del proceso de trabajo, la aplicación técnica consciente de la ciencia, la explotación planificada de la tierra, la transformación de los medios de trabajo en medios de trabajo utilizables sólo colectivamente, la economía de todos los medios de producción al ser empleados como medios de producción de un trabajo combinado, social, la absorción de todos los países por la red del mercado mundial y, como consecuencia de esto, el carácter internacional del régimen capitalista.
Conforme disminuye progresivamente el número de magnates capitalistas que usurpan y monopolizan todos los beneficios de este proceso de transformación, crece la masa de la miseria, de la opresión, del esclavizamiento, de la degeneración, de la explotación; pero crece también la rebeldía de la clase obrera, que es aleccionada, unificada y organizada por el mecanismo del propio proceso capitalista de producción El monopolio del capital se convierte en grillete del modo de producción que ha crecido con él y bajo él. La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que son ya incompatibles con su envoltura capitalista. Esta envoltura estalla. Suena la hora de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados” (EI Capital, t. I).
También es sumamente importante y nuevo el análisis que hace Marx más adelante de la reproducción del capital social, considerado en su conjunto, en el tomo II de El Capital. Tampoco en este caso toma Marx un fenómeno individual, sino de masas; no toma una parte fragmentaria de la economía de la sociedad, sino toda la economía en su conjunto. Rectificando el error en que incurren los economistas clásicos antes mencionados, Marx divide toda la producción social en dos grandes secciones: 1) producción de medios de producción y 2) producción de artículos de consumo. Y, apoyándose en cifras, analiza minuciosamente la circulación del capital social en su conjunto, tanto en la reproducción de envergadura anterior como en la acumulación. En el tomo III de El Capital se resuelve, sobre la base de la ley del valor, el problema de la formación de la cuota media de ganancia. Constituye un gran progreso en la ciencia económica el que Marx parta siempre, en sus análisis, de los fenómenos económicos generales, del conjunto de la economía social, y no de casos aislados o de las manifestaciones superficiales de la competencia, que es a lo que suele limitarse la economía política vulgar o la moderna “teoría de la utilidad límite”. Marx analiza primero el origen de la plusvalía y luego pasa a ver su descomposición en ganancia, interés y renta del suelo. La ganancia es la relación de la plusvalía con todo el capital invertido en una empresa. El capital de “alta composición orgánica” (es decir, aquel en el cual el capital constante predomina sobre el variable en proporciones superiores a la media social) arroja una cuota de ganancia inferior a la cuota media. El capital de “baja composición orgánica” da, por el contrario, una cuota de ganancia superior a la media. La competencia entre los capitales, su libre paso de unas ramas de producción a otras, reducen en ambos casos la cuota de ganancia a la cuota media. La suma de los valores de todas las mercancías de una sociedad dada coincide con la suma de precios de estas mercancías; pero en las distintas empresas y en las diversas ramas de producción las mercancías, bajo la presión de la competencia, no se venden por su valor, sino por el precio de producción, que equivale al capital invertido más la ganancia media.
Así, pues, un hecho conocido de todos, e indiscutible, es decir, el hecho de que los precios difieren de los valores y de que las ganancias se nivelan, lo explica Marx perfectamente partiendo de la ley del valor, pues la suma de los valores de todas las mercancías coincide con la suma de sus precios. Sin embargo, la reducción del valor (social) a los precios (individuales) no es una operación simple y directa, sino que sigue una vía indirecta y muy complicada: es perfectamente natural que en una sociedad de productores de mercancías dispersos, vinculados sólo por el mercado, las leyes que rigen esa sociedad no puedan manifestarse más que como leyes medias, sociales, generales, con una compensación mutua de las desviaciones individuales manifestadas en uno u otro sentido.
La elevación de la productividad del trabajo significa un incremento más rápido del capital constante en comparación con el variable. Pero como la creación de plusvalía es función privativa de éste, se comprende que la cuota de ganancia (o sea, la relación que guarda la plusvalía con todo el capital, y no sólo con su parte variable) acuse una tendencia a la baja. Marx analiza minuciosamente esta tendencia, así como las diversas circunstancias que la ocultan o contrarrestan.
Sin detenernos a exponer los capítulos extraordinariamente interesantes del tomo III, que estudian el capítulo usurario, comercial y financiero, pasaremos a lo esencial, a la teoría de la renta del suelo. Debido a la limitación de la superficie de la tierra, que en los países capitalistas es ocupada enteramente por los propietarios particulares, el precio de producción de los productos agrícolas no lo determinan los gastos de producción en los terrenos de calidad media, sino en los de calidad inferior; no lo determinan las condiciones medias en que el producto se lleva al mercado, sino las condiciones peores. La diferencia existente entre este precio y el de producción en las tierras mejores (o en condiciones más favorables de producción) da lugar a una diferencia o renta diferencial. Marx analiza detenidamente la renta diferencial y de muestra que brota de la diferente fertilidad del suelo, de la diferencia de los capitales invertidos en el cultivo de las tierras, poniendo totalmente al descubierto (véase también la Teoría de la plusvalía, donde merece una atención especial la crítica que hace a Rodbertus) el error de Ricardo, según el cual la renta diferencial sólo se obtiene con el paso sucesivo de las tierras mejores a las peores. Por el contrario, se dan también casos inversos: tierras de una clase determinada se trasforman en tierras de otra clase (gracias a los progresos de la técnica agrícola, a la expansión de las ciudades, etc.), por lo que la tristemente célebre “ley del rendimiento decreciente del suelo” es profundamente errónea y representa un intento de cargar sobre la naturaleza los defectos, las limitaciones y contradicciones del capitalismo. Además, la igualdad de ganancias en todas las ramas de la industria y de la economía nacional presupone la plena libertad de competencia, la libertad de transferir los capitales de una rama de producción a otra. Pero la propiedad privada sobre el suelo crea un monopolio, que es un obstáculo para la libre trasferencia. En virtud de ese monopolio, los productos de la economía agrícola, que se distingue por una baja composición del capital y, en consecuencia, por una cuota de ganancia individual más alta, no entran en el proceso totalmente libre de nivelación de las cuotas de ganancia. El propietario de la tierra, como monopolista, puede mantener sus precios por encima del nivel medio, y este precio de monopolio origina la renta absoluta. La renta diferencial no puede ser abolida mientras exista el capitalismo; en cambio, la renta absoluta puede serlo; por ejemplo, cuando se nacionaliza la tierra, convirtiéndola en propiedad del Estado. Este paso significaría el socavamiento del monopolio de los propietarios privados, así como una aplicación más consecuente y plena de la libre competencia en la agricultura. Por eso los burgueses radicales, advierte Marx, han presentado repetidas veces a lo largo de la historia esta reivindicación burguesa progresista de la nacionalización de la tierra, que asusta, sin embargo, a la mayoría de los burgueses, pues “afecta” demasiado de cerca a otro monopolio mucho más importante y “sensible” en nuestros días: el monopolio de los medios de producción en general. (El propio Marx expone en un lenguaje muy popular, conciso y claro su teoría de la ganancia media sobre el capital y de la renta absoluta del suelo, en la carta que dirige a Engels el 2 de agosto de 1862. Véase Correspondencia, t. III, págs. 77-81, y también en las págs. 86-87, la carta del 9 de agosto de 1862.) Para la historia de la renta del suelo resulta importante señalar el análisis en que Marx demuestra cómo la transformación de la renta en trabajo (cuando el campesino crea el plusproducto trabajando en la hacienda del terrateniente) en renta natural o renta en especie (cuando el campesino crea el plusproducto en su propia tierra, entregándolo luego al terrateniente bajo una “coerción extraeconómica”), después en renta en dinero (que es la misma renta en especie, sólo que convertida en dinero, el obrok, censo de la antigua Rusia, en virtud del desarrollo de la producción de mercancías) y finalmente, en la renta capitalista, cuando en lugar del campesino es el patrono quien cultiva la tierra con ayuda del trabajo asalariado. En relación con este análisis de la “génesis de la renta capitalista del suelo”, hay que señalar una serie de profundas ideas (que tienen una importancia especial para los países atrasados, como Rusia) expuestas por Marx acerca de la evolución del capitalismo en la agricultura.” La transformación de la renta natural en renta en dinero va, además, no sólo necesariamente acompaña da, sino incluso anticipada por la formación de una clase de jornaleros desposeídos, que se contratan por dinero. Durante el período de nacimiento de dicha clase, en que ésta sólo aparece en forma esporádica, va desarrollándose, por lo tanto, necesariamente, en los campesinos mejor situados y sujetos a obrok, la costumbre de explotar por su cuenta a jornaleros agrícolas, del mismo modo que ya en la época feudal los campesinos más acomodados sujetos a vasallaje tenían a su servicio a otros vasallos. Esto va permitiéndoles acumular poco a poco cierta fortuna y convertirse en futuros capitalistas. De este modo va formándose entre los antiguos poseedores de la tierra que la trabajaban por su cuenta, un semillero de arrendatarios capitalistas, cuyo desarrollo se halla condicionado por el desarrollo general de la producción capitalista fuera del campo. . .” (El Capital, t. III2a, 332). “La expropiación, el desahucio de una parte de la población rural no sólo ‘libera’ para el capital industrial a los obreros, sus medios de vida y sus materiales de trabajo, sino que además crea el mercado interior.” (El Capital, t. I2a, pág. 778). La depauperación y la ruina de la población del campo influyen, a su vez, en la formación del ejército industrial de reserva para el capital. En todo país capitalista “una parte de la población rural se encuentra constantemente en trance de trasformarse en población urbana o manufacturera [es decir, no agrícola]. Esta fuente de superpoblación relativa flota constantemente [. . .]. El obrero agrícola se ve constantemente reducido al salario mínimo y vive siempre con un pie en el pantano del pauperismo” (El Capital, I2a, 668). La propiedad privada del campesino sobre la tierra que cultiva es la base de la pequeña producción y la condición para que ésta florezca y adquiera una forma clásica. Pero esa pequeña producción sólo es compatible con los límites estrechos y primitivos de la producción y de la sociedad. Bajo el capitalismo “la explotación de los campesinos se distingue de la explotación del proletariado industrial sólo por la forma. El explotador es el mismo: el capital. Individualmente, los capitalistas explotan a los campesinos individuales por medio de la hipoteca y de la usura; la clase capitalista explota a la clase campesina por medio de los impuestos del Estado”
(Las luchas de clases en Francia). “La parcela del campesino sólo es ya el pretexto que permite al capitalista extraer de la tierra ganancias, intereses y renta, dejando al agricultor que se las arregle para sacar como pueda su salario.” (El Diecíocho Brumario.) Habitualmente, el campesino entrega incluso a la sociedad capitalista, es decir, a la clase capitalista, una parte de su salario, descendiendo “al nivel del arrendatario irlandés, aunque en apariencia es un propietario privado” (Las luchas de clases en Francia). ¿Cuál es “una de las causas por las que en países en que predomina la propiedad parcelaria, el trigo se cotice a precio más bajo que en los países en que impera el régimen capitalista de producción”? (El Capital, t. III2a, 340). La causa es que el campesino entrega gratuitamente a la sociedad (es decir, a la clase capitalista) una parte del plusproducto. “Estos bajos precios [del trigo y los demás productos agrícolas] son, pues, un resultado de la pobreza de los productores y no, ni mucho menos, consecuencia de la productividad de su trabajo” (El Capital, t. III2a, 340). Bajo el capitalismo, la pequeña propiedad agraria, forma normal de la pequeña producción, degenera, se destruye y desaparece. “La pequeña propiedad agraria, por su propia naturaleza, es incompatible con el desarrollo de las fuerzas productivas sociales del trabajo, con las formas sociales del trabajo, con la concentración social de los capitales, con la ganadería en gran escala y con la utilización progresiva de la ciencia. La usura y el sistema de impuestos la conduce, inevitablemente, por doquier, a la ruina. El capital invertido en la compra de la tierra es sustraído al cultivo de ésta. Dispersión infinita de los medios de producción y diseminación de los productores mismos.
[Las cooperativas, es decir, las asociaciones de pequeños campesinos, cumplen un extraordinario papel progresista desde el punto de vista burgués, pero sólo pueden conseguir atenuar esta tendencia, sin llegar a suprimirla; además, no se debe olvidar que estas cooperativas dan mucho a los campesinos acomodados y muy poco o casi nada a la masa de campesinos pobres, ni debe olvidarse tampoco que las propias asociaciones terminan por explotar el trabajo asalariado.] Inmenso derroche de energía humana; empeoramiento progresivo de las condiciones de producción y encarecimiento de los medios de producción: tal es la ley de la [pequeña] propiedad parcelaria.” En la agricultura, lo mismo que en la industria, el capitalismo sólo trasforma el proceso de producción a costa del “martirologio de los productores”. “La dispersión de los obreros del campo en grandes superficies quebranta su fuerza de resistencia, al paso que la concentración robustece la fuerza de resistencia de los obreros de la ciudad. Al igual que en la industria moderna, en la moderna agricultura, es decir en la capitalista, la intensificación de la fuerza productiva y la más rápida movilización del trabajo se consiguen a costa de devastar y agotar la fuerza obrera de trabajo. Además, todos los progresos realizados por la agricultura capitalista no son solamente progresos en el arte de esquilmar al obrero, sino también en el arte de esquilmar la tierra [. . .]. Por lo tanto, la producción capitalista sólo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción, minando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre”. (EI Capital, t. I, final del capítulo XIII)


EL SOCIALISMO

Por lo expuesto, se ve que Marx llega a la conclusión de que es inevitable la transformación de la sociedad capitalista en socialista basándose única y exclusivamente en la ley económica del movimiento de la sociedad moderna. La socialización del trabajo, que avanza cada vez con mayor rapidez bajo miles de formas, y que durante el medio siglo transcurrido desde la muerte de Marx se manifiesta en forma muy palpable en el incremento de la gran producción, de los cártels, los sindicatos y los trusts capitalistas, y en el gigantesco crecimiento del volumen y el poderío del capital financiero, es la base material más importante del advenimiento inevitable del socialismo. El motor intelectual y moral de esta transformación, su agente físico, es el proletariado, educado por el propio capitalismo. Su lucha contra la burguesía, que se manifiesta en las formas más diversas, y cada vez más ricas en contenido, se convierte inevitablemente en lucha política por la conquista de su propio poder político (la “dictadura del proletariado”). La socialización de la producción no puede dejar de conducir a la transformación de los medios de producción en propiedad social, es decir, a la “expropiación de los expropiadores”. La enorme elevación de la productividad del trabajo, la reducción de la jornada de trabajo y la sustitución de los vestigios, de las ruinas de la pequeña producción, primitiva y desperdigada, por el trabajo colectivo perfeccionado: tales son las consecuencias directas de esa transformación. El capitalismo rompe de modo definitivo los vínculos de la agricultura con la industria pero a la vez, al llegar a la culminación de su desarrollo, prepara nuevos elementos para restablecer esos vínculos, la unión de la industria con la agricultura, sobre la base de la aplicación consciente de la ciencia, de la combinación del trabajo colectivo y de un nuevo reparto de la población (acabando con el abandono del campo, con su aislamiento del mundo y con el atraso de la población rural, como también con la aglomeración antinatural de gigantescas masas humanas en las grandes ciudades). Las formas superiores del capitalismo actual preparan nuevas relaciones familiares, nuevas condiciones para la mujer y para la educación de las nuevas generaciones: el trabajo de las mujeres y de los niños, y la disolución de la familia patriarcal por el capitalismo, asumen inevitablemente en la sociedad moderna las formas más espantosas, miserables y repulsivas. No obstante, “la gran industria, al asignar a la mujer al joven y al niño de ambos sexos un papel decisivo en los procesos socialmente organizados de la producción, arrancándolos con ello a la órbita doméstica, crea las nuevas bases económicas para una forma superior de familia y de relaciones entre ambos sexos.
Tan necio es, naturalmente, considerar absoluta la forma cristiano-germánica de la familia, como lo sería atribuir ese carácter a la forma romana antigua, a la antigua forma griega o a la forma oriental, entre las cuales media, por lo demás, un lazo de continuidad histórica. Y no es menos evidente que la existencia de un personal obrero combinado, en el que entran individuos de ambos sexos y de las más diversas edades, aunque hoy, en su forma capitalista primitiva y brutal, en que el obrero existe para el proceso de producción y no éste para el obrero, sea fuente apestosa de corrupción y esclavitud, bajo las condiciones que corresponden a este régimen necesariamente se trocará en fuente de evolución humana” (El Capital, t. I, final del cap. XIII). Del sistema fabril brota “el germen de la educación del porvenir en la que se combinará para todos los niños a partir de cierta edad el trabajo productivo con la enseñanza y la gimnasia, no sólo como método para intensificar la producción social, sino también como el único método que permite producir hombres plenamente desarrollados” (Loc. cit.). Sobre esa misma base histórica plantea el socialismo de Marx los problemas de la nacionalidad y del Estado, no limitándose a una explicación del pasado, sino previendo audazmente el porvenir y en el sentido de una intrépida actuación práctica encaminada a su realización. Los estados nacionales son el fruto inevitable y, además, una forma inevitable de la época burguesa de desarrollo de la sociedad. Y la clase obrera no podía fortalecerse, alcanzar su madurez y formarse, sin “organizarse en el marco de la nación”, sin ser “nacional” (“aunque de ningún modo en el sentido burgués”). Pero el desarrollo del capitalismo va destruyendo cada vez más las barreras nacionales, pone fin al aislamiento nacional y sustituye los antagonismos nacionales por los antagonismos de clase. Por eso es una verdad innegable que en los países capitalistas adelantados “los obreros no tienen patria” y que la “conjunción de los esfuerzos” de los obreros, al menos de los países civilizados, “es una de las primeras condiciones de la emancipación del proletariado” (Manifiesto Comunista). El Estado, es decir, la violencia organizada, surgió inevitablemente en determinada fase del desarrollo social, cuando la sociedad se dividió en clases antagónicas y su existencia se hubiera hecho imposible sin un “poder” situado, aparentemente, por encima de la sociedad y hasta cierto punto separado de ella. El Estado, fruto de los antagonismos de la clase, se convierte en “el Estado de la clase más poderosa, de la clase económicamente dominante, que, con ayuda de él, se convierte también en la clase políticamente dominante, adquiriendo con ello nuevos medios para la represión y la explotación de la clase oprimida. Así, el Estado de la antigüedad era, ante todo, el Estado de los esclavistas, para tener sometidos a los esclavos; el Estado feudal era el órgano de que se valía la nobleza para tener sujetos a los campesinos siervos, y el moderno Estado representativo es el instrumento de que se sirve el capital para explotar el trabajo asalariado” (Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, obra en la que el autor expone sus propias ideas y las de Marx). Incluso la forma más libre y progresista del Estado burgués, la república democrática, no suprime de ningún modo este hecho; lo único que hace es variar su forma (vínculos del gobierno con la Bolsa, corrupción — directa o indirecta — de los funcionarios y de la prensa, etc.). El socialismo, que conduce a la abolición de las clases, conduce con ello a la supresión del Estado. “El primer acto — escribe Engels en su Anti-Dühring — en que el Estado se manifiesta efectivamente como representante de la sociedad, la expropiación de los medios de producción en nombre de la sociedad, es a la par su último acto independiente como Estado. La intervención del poder del Estado en las relaciones sociales se hará superflua en un campo tras otro de la vida social y cesará por sí misma. El gobierno sobre las personas será sustituido por la administración de las cosas y por la dirección de los procesos de producción. El Estado no será ‘abolido’ se extinguirá.” “La sociedad, reorganizando de un modo nuevo la producción sobre la base de una asociación libre de productores iguales, enviará toda la máquina del Estado al lugar que entonces le ha de corresponder: al museo de antigüedades, junto a la rueca y al hacha de bronce” (F. Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado.)
Por último, en relación con el problema de la actitud del socialismo de Marx hacia los pequeños campesinos, que seguirán existiendo en la época de la expropiación de los expropiadores, debemos señalar unas palabras de Engels, que expresan a su vez las ideas de Marx: “Cuando tengamos en nuestras manos el poder estatal, no podremos pensar en expropiar violentamente a los pequeños campesinos (con indemnización o sin ella) como habrá que hacerlo con los grandes terratenientes. Con respecto a los pequeños campesinos, nuestra misión consistirá, ante todo, en encauzar su producción individual y su propiedad privada hacia un régimen cooperativo, no de un modo violento, sino mediante el ejemplo y ofreciéndoles la ayuda social para este fin. Y entonces es indudable que nos sobrarán medios para hacer ver al campesino todas las ventajas que le dará semejante paso, ventajas que le deben ser explicadas desde ahora”[7]
(Engels, El problema agrario en Occidente, ed. de Alexéieva, pág. 17; la trad. rusa contiene errores. Véase el original en Neue Zeit ).

LA TÁCTICA DE LA LUCHA DE CLASE
DEL PROLETARIADO

Después de esclarecer, ya en los años 1844-1845, uno de los defectos fundamentales del antiguo materialismo, que consiste en no comprender las condiciones de la actividad revolucionaria práctica, ni apreciar su importancia, Marx consagra, a lo largo de su vida, una intensa atención, a la vez que a los trabajos teóricos, a los problemas tácticos de la lucha de clase del proletariado Todas las obras de Marx, y en particular los cuatro volúmenes de su correspondencia con Engels, publicados en 1913, nos ofrecen a este respecto una documentación copiosísima. Estos documentos distan mucho de estar debidamente recopilados, sistematizados, estudiados y analizados. Por eso tendremos que limitarnos aquí exclusivamente a algunas observaciones muy generales y breves, subrayando que el materialismo, despojado de e s t e aspecto, era justamente para Marx un materialismo a medias, unilateral, sin vida. Marx trazó el objetivo fundamental de la táctica del proletariado en rigurosa consonancia con todas las premisas de su concepción materialista dialéctica del mundo. Sólo considerando en forma objetiva el conjunto de las relaciones mutuas de todas las clases, sin excepción, de una sociedad dada, y teniendo en cuenta, por lo tanto, el grado objetivo de desarrollo de esta sociedad y sus relaciones mutuas y con otras sociedades, podemos disponer de una base que nos permita trazar certeramente la táctica de la clase de vanguardia. A este respecto, todas las clases y todos los países se examinan de un modo dinámico, no estático; es decir, no como algo inmóvil, sino en movimiento (movimiento cuyas leyes emanan de las condiciones económicas de vida de cada clase). A su vez, el movimiento se estudia, no sólo desde el punto de vista del pasado, sino también del porvenir, y, además, no con el criterio vulgar de los “evolucionistas”, que sólo ven los cambios lentos, sino dialécticamente: “En desarrollos de tal magnitud, veinte años son más que un día — escribía Marx a Engels —, aun cuando en el futuro puedan venir días en que estén corporizados veinte años”. (Correspondencia, t. III, pág. 127)[8]
Manifiesto Comunista
            La táctica del proletariado debe tener presente, en cada grado de desarrollo, en cada momento, esta dialéctica objetivamente inevitable de la historia humana; por una parte, aprovechando las épocas de estancamiento político o de desarrollo a paso de tortuga — la llamada evolución “pacífica” — para elevar la conciencia, la fuerza y la capacidad combativa de la clase avanzada, y por otra parte, encauzando toda esta labor de aprovechamiento hacia el “objetivo final” del movimiento de dicha clase capacitándola para resolver prácticamente las grandes tareas de los grandes días “en que estén corporizados veinte años”.
Sobre esta cuestión hay dos apreciaciones de Marx que tienen gran importancia: una, de la Miseria de la filosofia, se refiere a la lucha económica y a las organizaciones económicas del proletariado; la otra es del Manifiesto Comunista y se refiere a sus tareas políticas. La primera dice así: “La gran industria  concentra en un solo lugar una multitud de personas que se desconocen entre sí.
La competencia divide sus intereses. Pero la defensa de su salario, es decir, este interés común frente a su patrono, los une en una idea común de resistencia, de coalición [. . .]. Las coaliciones, al principio aisladas, forman grupos y la defensa de sus asociaciones frente al capital, siempre unido, acaba siendo para los obreros más necesaria que la defensa de sus salarios [. . .]. En esta lucha, que es una verdadera guerra civil, se van aglutinando y desarrollando todos los elementos para la batalla futura. Al llegar a este punto, la coalición adquiere un carácter político”. He aquí, ante nosotros, el programa y la táctica de la lucha económica y del movimiento sindical para varios decenios, para toda la larga época durante la cual el proletariado prepara sus fuerzas “para la batalla futura”. Compárese esto con los numerosos ejemplos que Marx y Engels sacan del movimiento obrero inglés, de cómo la “prosperidad” industrial da lugar a intentos de “comprar al proletariado” (Correspondencia con Engels, t. I, pág. 136)[9] y de apartarlo de la lucha ¡de cómo esta prosperidad en general “desmoraliza a los obreros” (II, 218); de cómo “se aburguesa” el proletariado inglés y de cómo “la más burguesa de las naciones [Inglaterra], aparentemente tiende a poseer una aristocracia burguesa y un proletariado burgués, además de una burguesía” (II, 290)[10]; de cómo desaparece la “energía revolucionaria” del proletariado inglés (III, 124); de cómo habrá que esperar más o menos tiempo hasta que “los obreros ingleses se libren de su aparente contaminación burguesa” (III, 127); de cómo al movimiento obrero inglés le falta “el ardor de los cartistas [11]” (1866; III, 305)[12]; de cómo los líderes de los obreros ingleses forman un tipo medio entre burgués radical y obrero” (caracterización que se refiere a Holyoake, IV, 209); de cómo, en virtud de la posición monopolista de Inglaterra y mientras subsista este monopolio, “no hay nada que hacer con el obrero inglés” (IV, 433)[13]. La táctica de la lucha económica en relación con la marcha general (y con el desenlace) del movimiento obrero se examina aquí desde un punto de vista admirablemente amplio, universal, dialéctico y verdaderamente revolucionario.
El Manifiesto Comunista establece la siguiente tesis fundamental del marxismo sobre la táctica de la lucha política: “Los comunistas luchan por alcanzar los objetivos e intereses inmediatos de la clase obrera; pero al mismo tiempo defienden también, dentro del movimiento actual, el porvenir de este movimiento”. Por eso Marx apoyó en 1848, en Polonia, al partido de la “revolución agraria”, es decir, al “partido que hizo en 1846 la insurrección de Cracovia” En Alemania, Marx apoyó en 1843-1849 a la democracia revolucionaria extrema, sin que jamás tuviera que retractarse de lo que entonces dijo en materia de táctica. La burguesía alemana era para él un elemento “inclinado desde el primer instante a traicionar al pueblo [sólo la alianza con los campesinos hubiera permitido a la burguesía alcanzar plenamente sus objetivos] y a llegar a un compromiso con los representantes coronados de la vieja sociedad”.
He aquí el análisis final hecho por Marx acerca de la posición de clase de la burguesía alemana en la época de la revolución democrático-burguesa. Este análisis es, entre otras cosas, un modelo de materialismo que enfoca a la sociedad en movimiento y, por cierto, no sólo desde el lado del movimiento que mira hacia atrás: “. . . sin fe en sí misma y sin fe en el pueblo; gruñendo contra los de arriba y temblando ante los de abajo; [. . .] empavorecida ante la tempestad mundial; [. . .] sin energía en ningún sentido y plagiando en todos; [. . .] sin iniciativa; [. . .] un viejo maldito que está condenado a dirigir y a desviar, en su propio interés senil, los primeros impulsos juveniles de un pueblo robusto [. . .]” (Nueva Gaceta del Rin, 1848; véase La herencia literaria, t. III, pág. 212)[14]. Unos veinte años después, en carta dirigida a Engels (III, 224), decía Marx que la causa del fracaso de la revolución de 1848 era que la burguesía había preferido la paz con esclavitud a la simple perspectiva de una lucha por la libertad. Al cerrarse el período de la revolución de 1848-1849, Marx se alzó contra los que se empeñaban en seguir jugando a la revolución (lucha contra Schapper y Willich), sosteniendo la necesidad de saber trabajar en la época nueva, en la fase de la preparación, aparentemente “pacífica”, de nuevas revoluciones. En el siguiente pasaje, en el que enjuicia la situación alemana en los tiempos de la más negra reacción, en 1856; se muestra en qué sentido pedía Marx que se encauzara esta labor: “Todo el asunto dependerá en Alemania de la posibilidad de cubrir la retaguardia de la revolución proletaria mediante una segunda edición de la guerra campesina” (Correspondencia con Engels, t. II, pág. 108)[15]. Mientras en Alemania no se llevó a término la revolución democrática (burguesa), Marx concentró toda su atención, en lo referente a la táctica del proletariado socialista, en impulsar la energía democrática de los campesinos. Opinaba que la actitud de Lassalle era, “objetivamente, una traición al movimiento obrero en beneficio de Prusia” (III, 210), entre otras cosas porque se mostraba demasiado indulgente con los terratenientes y el nacionalismo prusiano. “En un país agrario — escribía Engels en 1865, en un cambio de impresiones con Marx a propósito de una proyectada declaración conjunta a la prensa — es una vileza alzarse únicamente contra la burguesía en nombre del proletariado industrial, olvidando por completo la patriarcal ‘explotación a palos’ de los obreros agrícolas por parte de la nobleza feudal” (t. III, 217)[16]. En el período de 1864 a 1870, cuando tocaba a su fin la época en que culminó la revolución democrático-burguesa de Alemania, la época en que las clases explotadoras de Prusia y Austria luchaban en torno a los medios para llevar a término esta revolución desde arriba, Marx no sólo condenó la conducta de Lassalle por sus coqueterías con Bismarck, sino que llamó al orden a Liebknecht, que se había dejado ganar por la “austrofilia” y defendía el particularismo. Marx exigía una táctica revolucionaria que combatiese implacablemente tanto a Bismarck como a los austrófilos, una táctica que no se acomodara al “vencedor”, al junker prusiano, sino que reanudase inmediatamente la lucha revolucionaria contra él, incluso en la situación creada por las victorias militares de Prusia (Correspondencia con Engels, III, 134, 136, 147, 179, 204, 210, 215, 418, 437, 440-441)[17]. En el famoso llamamiento de la Internacional del 9 de septiembre de 1870, Marx prevenía al proletariado francés contra un alzamiento prematuro; no obstante, cuando éste se produjo, a pesar de todo, en 1871, acogió con entusiasmo la iniciativa revolucionaria de las masas que “tomaban el cielo por asalto”  (carta de Marx a Kugelmann). En esta situación, como en muchas otras, la derrota de la acción revolucionaria representaba, desde el punto de vista del materialismo dialéctico que sustentaba Marx, un mal menor en la marcha general y en el desenlace de la lucha proletaria, en comparación con lo que hubiera representado el abandono de las posiciones ya conquistadas, es decir, la capitulación sin lucha. Esta capitulación habría desmoralizado al proletariado y mermado su combatividad.
Marx, que apreciaba en todo su valor el empleo de los medios legales de lucha en los períodos de estancamiento político y de dominio de la legalidad burguesa, condenó severamente, en los años de 1877-1878, después de promulgarse la ley de excepción contra los socialistas, las “frases revolucionarias” de Most; pero combatió con no menos energía, tal vez con más vigor, el oportunismo que por entonces se había adueñado temporalmente del partido socialdemócrata oficial, que no había sabido dar pruebas inmediatas de firmeza, decisión, espíritu revolucionario y disposición a pasar a la lucha ilegal en respuesta a la ley de excepción (Cartas de Marx a Engels, IV, 397, 404, 418, 422 y 424.[18] Véanse también las cartas a Sorge).



[*] Kustares: productores de objetos industriales que trabajaban para el mercado.

NOTAS

1. V. I. Lenin empezó a escribir el artículo “Carlos Marx” — destinado al Diccionario enciclopédico de la Sociedad Granat Hnos. — en la primavera de 1914, en Poronin (Galitzia), y lo terminó en noviembre de 1914 en Berna (Suiza).
En el prólogo a la edición de 1918 de este artículo (aparecida como separata), Lenin cree recordar el año 1913 como fecha en que fue escrito.
Apareció por primera vez en 1915, en el Diccionario, con la firma de V. Ilín, seguido de una “Bibliografía del marxismo”. Teniendo en cuenta la censura, la redacción prescindió de dos capítulos — “El socialismo” y “La táctica de la lucha de clase del proletariado” — e introdujo una serie de modificaciones en el texto.
En 1918, la Editorial Pribói publicó este trabajo, con el prólogo de V. I. Lenin, en forma de folleto, reproduciendo el texto que había aparecido en el Diccionatio, pero sin la “Bibliografía del marxismo”.
El texto completo del artículo, según el manuscrito, fue publicado por primera vez en 1925, en Marx-Engels-marxismo, recopilación de artículos preparada por el Instituto Lenin, anejo al CC del PC(b) de Rusia.   
2. Véase Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana (C. Marx y F. Engels, Obras Completas, t. XXI.)
3. Véanse La carta de Marx a A. Ruge de septiembre de 1843 (C. Marx y F. Engels, Obras Completas, t. I.) y “Introducción de la Contribución a la crítica de la filosofía del Derecho, de Hegel “. (Loc. cit.)
4. El partido de la pequeña burguesia “La Montaña” organizó, el 13 de junio de 1849, una manifestación pacífica en París para protestar contra la intervención del Gobierno, que había enviado al ejército francés a aplastar una revolución en Italia, pisoteando así la Constitución de la República Francesa. Esta Constitución prohibe utilizar el ejército francés para oponerse contra la libertad de otros pueblos. La manifestación fue disuelta por el ejército. Este fracaso confirmó la bancarrota del democratismo de la pequeña burguesía francesa. Después del 13 de junio, las autoridades empezaron a perseguir a los demócratas, emigrados incluidos.
5. Véase C. Marx y F. Engels, Obras Completas, t. XIV.
6. Se alude a Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana (C. Marx
y F. Engels, Obras Completas, t. XXI.)
7. Véase El problema campesino en Francia y en Alemania (C. Marx y F. Engels,
Obras Completas, t. XXII.)
8. Véase la carta de Marx a Engels del 9 de abril de 1863.
9. Véase la carta de Engels a Marx del 5 de febrero de 1851.
10. Véanse la carta de Engels a Marx del 17 de diciembre de 1857 y la del 7 de octubre de 1858.>
11. Se refiere a los participantes del movimiento constitucionalista de la década 30 a la 40 del siglo XIX. Este es primer movimiento de masas con una intención política.
12. Véanse la carta de Engels a Marx del 8 de abril de 1863, la de Marx a Engels del 9 de abril de 1863 y la del 2 de abril de 1866.
13. Véanse las cartas de Engels a Marx del 19 de noviembre de 1869 y del 11 de agosto de 1881.
14. Véase La burguesía y la contrarrevolución. (C. Marx y F. Engels, Obras Completas, t. VI, pág. 127.)
15. Véase la carta de Marx a Engels del 16 de abril de 1856.
16. Véanse las cartas de Engels a Marx del 27 de enero de 1865 y del 5 de febrero de 1865.
17. Véanse las siguientes cartas: La de Engels a Marx del 11 de junio de 1863, la de Marx a Engels del 12 de junio de 1863, la de Engels a Marx del 24 de noviembre de 1863, y la fechada el 4 de septiembre de 1864; la carta de Marx a Engels del 10 de diciembre de 1864, la de Engels a Marx del 27 de enero de 1865, la de Marx a Engels del 3 de febrero de 1865, las de Engels a Marx con fecha del 22 de octubre de 1867, y la fechada el 6 de diciembre de 1867 y la carta de Marx a Engels del 17 de diciembre de 1867.
18. Véanse las siguientes cartas: de Marx a Engels el 23 de julio de 1877 y el 1 de agosto de 1877; de Engels a Marx el 20 de agosto de 1879, el 9 de septiembre de 1879 y de Marx a Engels el 10 de septiembre de 1879.


Artículo reproducido en Liberarce impreso en dos partes, números noviembre-diciembre de 2006 y enero-febrero de 2007.