Sobre Rodney Arismendi

Rodney Arismendi fue como él sencillamente se definía uruguayo, frenteamplista y comunista. Un revolucionario de nuestro tiempo, un hombre que supo estar a la altura de la conciencia sobre las necesidades de nuestra época, asumiendo todas las responsabilidades que ello implicaba - como le gustaba al parafrasear al Che - poniendo el pellejo detrás de las ideas. Hombre que aportó a entender los caminos de la unidad en la lucha, como condición sin la cual no se podía ni se puede realizar los cambios que nuestro querido país y la patria grande necesitaba y aún necesita. Unidad de la Clase Obrera, unidad del Pueblo, unidad de los frenteamplistas, unidad de los revolucionarios honestos, unidad de los comunistas, esa fue su constante predica y enseñanza. Junto a otros grandes hombres y mujeres como el general Líber Seregni fundaron aquella hermosa fuerza que se llamó Frente Amplio y que hoy se transformó en multitud de Pueblo en marcha tras la perspectiva de ampliar la democracia política y profundizar el cambio social.

En ese proceso estamos, abriendo camino, explorando en la construcción concreta de una nueva realidad, más fraterna, más justa, de desarrollo y felicidad de nuestros pueblos.

Hoy más que nunca la vigencia de su pensamiento es insoslayable junto a tantos aportes individuales y colectivos emergentes de una práctica social, democrática y revolucionaria. Práctica que en el afán de superación nos invita a ampliar y profundizar nuestros conocimientos apelando al intercambio y a las justas conclusiones. Este es nuestro mejor homenaje.

sábado, 5 de febrero de 2011

Rodney Arismendi - Conversación con estudiantes latinoamericanos


Conversación con 
estudiantes latinoamericanos

Por Rodney Arismendi

El siguiente texto, extraído de la grabación, recoge la conferencia pronunciada en el Seminario Latinoamericano de Estudiantes, en Moscú, en noviembre de 1979. La conferencia responde a preguntas escritas adelantadas por los estudiantes y fue seguida por una nueva sesión de preguntas y respuestas. Los subtítulos pertenecen  a la Redacción.

Compañeros estudiantes:

Es para nosotros muy importante – y además nos toca emotivamente – poder conversar con ustedes, en su mayoría, estudiantes de América Latina, y que por lo tanto, están llamados a desempeñar mañana un papel, que puede ser destacado, en la lucha liberadora de nuestros pueblos, en cada uno de los países.
La revolución latinoamericana reclama combatientes en todos los ámbitos. En particular, los necesita en el campo del trabajo intelectual, de la teoría y de la técnica. Uds. han tenido la felicidad, de la que muchos de nosotros hemos carecido, de poder entrar en contacto con la cultura universal y con el pensamiento, el marxismo-leninismo pero asimismo con los nuevos caminos de la investigación científica, aquí, en Moscú, en la capital de la primera revolución socialista. Los niveles de vuestro aprendizaje y vuestro estudio serán mañana transformados en aportaciones cualitativas a la labor de vuestros pueblos, a la causa de su felicidad social.
En segundo lugar quisiéramos expresarles –ya que hoy vamos a hablar poco de Uruguay-, el saludo de los comunistas uruguayos, de la juventud y el pueblo uruguayo, de sus combativos estudiantes, y de miles y miles de presos, en su inmensa mayoría miembros de nuestro partido y de la UJC, que aun dentro de las cárceles continúan enfrentando el fascismo; en nombre de los jóvenes y de los militantes de otras generaciones caídos en el combate contra el fascismo, en la tortura o en la calle; en nombre de los luchadores  de la clandestinidad, que a pesar del terror permanente y desenfrenado de casi ya seis años, siguen asegurando en el interior de nuestro país, la labor organizada y sin pausa del Partido y de la Juventud, así como la publicación de sus órganos de prensa, la labor de unidad de la clase obrera, que también edita sus publicaciones sindicales; y de la Federación de Estudiantes, no menos activa en la difusión de su propaganda, en fin Partido que aparece como propulsor de la unificación y convergencia de todos los antifascistas.
En este gran momento de América Latina, luego de Nicaragua, se encuentra en el orden del día el tema de limpiar el rostro del continente de la repugnante pústula del fascismo y las tiranías y entrar en una nueva fase, en una nueva instancia del proceso revolucionario continental.
Tengo que disculparme por no haber tenido tiempo suficiente para dar un carácter más ceñido a esta exposición. Vamos a conversar un poco libremente sobre algunos temas candentes, que creemos fundamentales y, por lo tanto, motivo de debate. Esperamos, pues, que Uds. perdonen si esta parte sale más extensa de lo que pensábamos. Siempre habrá tiempo, si Uds. no se fatigan excesivamente, para continuar dialogando en el terreno de las preguntas y respuestas.
En primer término, nosotros creemos que comenzamos un nuevo periodo revolucionario latinoamericano, que se ha expresado un poco simbólicamente con este reciente triunfo de la revolución popular en Nicaragua, pero que integra corrientes contradictorias y procesos en marcha en todo el continente.
Segundo, pensamos reflexionar también sobre la razón que determina que en los últimos poco más de 25 años, América Latina, en sus grandes victorias y en sus grandes derrotas, en la continuidad permanente de su lucha en espiral ascendente esté siempre presente en el escenario mundial.
Pensamos reflexionar un instante sobre lo que nosotros llamamos las bases materiales de la revolución latinoamericana, y las causas, por lo tanto, que determinan que no haya solución para América Latina por la vía del dominio imperialista ni tampoco por la vía de las panaceas reformistas.
En tercer término, como es un problema polémico –claro está, no para los Partidos Comunistas de la región que coinciden en lo esencial con nuestra opinión- haremos algunas consideraciones sobre el tema del fascismo en nuestro continente.


I

UN NUEVO PERIODO REVOLUCIONARIO EN AMERICA LATINA

Sobre lo primero. Pensamos que se inicia una nueva hora en América Latina. Como se sabe, nosotros partimos de que, más allá de la temperatura diferente de las luchas sociales, del ritmo de desarrollo de las incidencias concretas de la evolución de cada país, América Latina es un continente en revolución. Un continente en el cual las premisas materiales del proceso revolucionario y el desarrollo del mismo, coloca en el orden del día, la necesidad de cambios revolucionarios y eso se refleja a escala contradictoria de cada país.
Este es un tema sobre el cual hemos ya hablado y escrito muchas veces, pero creemos que en cierta forma es esencial continuar insistiendo sobre él en este momento en que un nuevo avatar, la nueva peripecia del proceso continental confirma su urgencia.

EL SOBRESALTADO CURSO
           DE LA REVOLUCIÓN

Si Uds. observan este cuarto de siglo, el curso latinoamericano aparece sobresaltado, lleno de vaivenes, con derrotas parciales, con retrocesos, empapado muchas veces de sangre, cubierto por las explosiones revolucionarias, por las luchas guerrilleras, por las acciones del movimiento obrero, por las acumulaciones de fuerzas en la lucha de marco legal, por la acción clandestina de los partidos, por el resquebrajamiento de las viejas estructuras, a veces, incluso por las explosiones progresistas, por el avance de la revolución y los contragolpes de la contrarrevolución, del fascismo y el imperialismo.
Pero como tendencia general vivimos un proceso que, creemos, desde Cuba se hizo irreversible. Proceso que, como nos recordara Lenin, no puede recorrerse como la Perspectiva Nevski, pero que es el resultado del desarrollo de una gran revolución, que convoca a nuestros pueblos uno a uno, por zonas o países, al proscenio y a un combate común contra el imperialismo norteamericano.
Es una pugna compleja, dura y difícil. Este combate, a diferencia de algunos de los procesos en Asia y África, enlaza agudamente la lucha antiimperialista y las tareas democráticas de la revolución, con una aguda lucha de clases. En él se destaca la presencia de un fuerte proletariado, que se distingue, en los principales países, por su alto grado de concentración, y la creciente polarización social, condicionados por los niveles de desarrollo capitalista de nuestros países que difieren sustancialmente con los niveles que puedan tener o han tenido Asia y África.
Otras veces, para simplificar, hemos tratado de presentar este vasto fresco revolucionario, este vasto panorama de conquistas, como una lucha a brazo partido entre revolución y contrarrevolución, donde nada se produce automáticamente, donde todo hay que crearlo y resolverlo con la acción política de las masas, de las vanguardias, de las fuerzas políticas y sociales de la revolución, pero donde en el centro de la escena –por razones objetivas- se sitúa ya la definición práctica de los caminos de la liberación, transformada de deducción teórica en perspectiva concreta. Ha sido y será una historia convulsa que hubo ya de iniciar una fase nueva, especialmente a partir de los años 50.
¿Por qué tomamos estos años y, a partir de ellos, esbozamos una serie de conclusiones teóricas y políticas sobre el proceso existente? Porque ello corresponde a grandes acontecimientos, que no fueron episodios aislados, sino el umbral de cambios cualitativos del desarrollo revolucionario. A principios y mediados de los años ’50 surgen dos revoluciones, en Bolivia, una, la otra en Guatemala. La boliviana se lleva a cabo mediante una insurrección popular, con amplia participación obrera y del campesinado indígena, pero es contenida y deformada en un sentido reformista, por la burguesía nacional que controla el proceso. Y la revolución democrática guatemalteca, que posteriormente fue estrangulada por la intervención del imperialismo yanqui, cuando comenzó a radicalizar el curso democrático y liberador.
Estas revoluciones, que para el observador superficial aparecieron como erupciones volcánicas más o menos aisladas, en verdad correspondían a un proceso profundo que se anudaba en esos años en América Latina, y que tomó diversa forma en otros países, y trajo un más profundo desarrollo de las luchas obreras, la irrupción del estudiantado, la presencia de una intelectualidad que ya no se limita a actuar como “espejo de la revolución” –al decir de Lenin- sino como factor de la misma.
El desenvolvimiento de los PPCC, la incorporación de nuevas fuerzas de las capas medias al campo de la revolución, la caída de diversas tiranías, más notoriamente las de Colombia y Venezuela, el ahondamiento y exasperación de todas las contradicciones en la base material, culminan en una revolución que cambia el curso del continente: la revolución cubana.
Es un cambio cualitativo. La victoria cubana, a través de una autentica revolución popular, dirigida por Fidel Castro, es un punto de viraje en la lucha liberadora de América Latina. Es la base de un nuevo período. La revolución cubana se distingue no sólo por haber realizado radicalmente, en plazos breves, la revolución democrática y antiimperialista, sino por haber transformado hacia el socialismo, y por haberlo hecho en forma originalísima en pleno centro del Caribe y a un paso de EEUU.

NUEVA FASE DE LA CRISIS DE ESTRUCTURA
Y DE DOMINACIÓN DEL IMPERIALISMO

Estos fenómenos, que así marcan en períodos este cuarto de siglo, son productos de ciertos cambios profundos ocurridos en América Latina y en el mundo. El primero: la crisis de la estructura económico-social de los países latinoamericanos entra en una nueva fase. El desarrollo capitalista de estos países –que había venido desenvolviéndose en forma mutilada y deforme, desde el comienzo de la independencia política hasta los años treinta – se acelera durante la Segunda guerra mundial y la inmediata posguerra y toma un impulso particular. Pero ese desarrollo capitalista se produce dentro del cuadro de la dependencia del imperialismo, sin romper las relaciones latifundistas de propiedad de la tierra que van siendo adaptadas y subordinadas lenta y dolorosamente al desarrollo capitalista, factor y a la vez expresión de su deformidad. Conservan así reminiscencias de relaciones precapitalistas –en ciertos países de manera bien definida, en otros menos- y vuelve más brutales las formas de explotación del trabajo. No obstante el desarrollo capitalista no deja de producirse, incluso de acelerarse en ciertos periodos. Ello agudiza la contradicción de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, y crea una gama de nuevas contradicciones que ponen en carne viva la gran cuestión de romper la dominación del imperialismo y a la necesidad de cambios democráticos.
Pero a la vez, por la época en que vivimos y la modificación estructural de las clases sociales, tales objetivos liberadores aparecen enlazados en un solo proceso histórico, con la perspectiva de la revolución socialista; por lo cual, cuando hablamos de cambios democráticos y antiimperialistas no podemos identificarlos con los de Asia y África.
Nuestros países tuvieron su independencia política en el temprano siglo XIX, salvo las excepciones conocidas.
Y esto no es una distinción baladí. Por lo demás, esas diferencias son inmensas en las conformaciones superestructurales, signadas por diferentes historias singulares. América Latina no vivió el llamado por Marx “modo de producción asiático”, salvo en su “parentesco” (no somos afectos a transformar el “modo de producción asiático” en una categoría “residual” reservorio de las sociedades no clasificadas) con las antiguas civilizaciones precolombinas de México, maya y del gran Incaico; el continente no conoció el feudalismo clásico sino por la combinación de sus formas de explotación tardía por España y Portugal con formas tributarias y alternativamente el renacimiento masivo de la esclavitud; pero también el continente conoció las formas clásicas de colonización casi pura con trasplante de las relaciones mercantiles (particularmente en la cuenca del Plata). La propia guerra de independencia, con todas sus frustraciones, corresponde al tiempo de las grandes revoluciones burguesas. Y cuando llegamos al siglo XX, las reminiscencias semifeudales (o semiserviles) y precapitalistas van siendo adaptadas y subordinadas al desarrollo capitalista en el marco de la dependencia del imperialismo.
El sometimiento al dominio imperialista se produce como países dependientes –como explicara Lenin -, en pocos casos coloniales o semicoloniales. Ocurre que incluso en varios países se conforman esquemas constitucionales típicamente burgueses, inclusive con la vigencia, a veces, de formas democráticas, como por ejemplo, en Uruguay, Chile – o en Argentina en ciertos periodos – o en Colombia y Costa Rica, etc. Sin hablar de la singularidad mexicana después de la revolución. O como acontece en otros países, ya avanzado el siglo XX.
Las tareas democráticas y anticapitalistas en América Latina –siempre vigentes- aparecen pues bien diferenciadas de las africanas y las asiáticas, salvo en su contenido histórico de coincidencia en la lucha por la ruptura del sistema de opresión imperialista mundial.
Un rasgo característico de América Latina es la presencia de un fuerte proletariado industrial de tipo moderno, con una escuela relativamente larga de acción sindical y la existencia de Partidos Comunistas de vieja data, siempre relativamente hablando.
La crisis estructural de las sociedades latinoamericanas se transforma cada vez más, a partir de mediados de los años 50, en crisis global de estas sociedades. El desenvolvimiento económico-social y cultural de estos países, el desarrollo de sus fuerzas productivas, la necesidad de cambios democráticos y agrarios, la tendencia a la autodeterminación económica y política, que aparece en unos como resistencia y en otros como enfrentamiento al imperialismo, se transforma, se vuelve un tema social y político agudo, que cuestiona las bases y las superestructuras de estos países. Alumbran las condiciones de nuevas realidades políticas.

Segundo, aquí comienza para nosotros lo que hemos llamado la crisis de la dominación política del imperialismo norteamericano en nuestro continente, dicho de otra manera, la crisis de la política de dominación de América Latina.
El imperialismo norteamericano, que desde largo tiempo buscó dominar el continente, que se adueño del Caribe y de Centro América, que se vuelve potencia dominante luego de disputar con Inglaterra la América del Sur, pasa a tener influjo y preponderancia total sobre América latina. Desplaza a Inglaterra en el primer puesto de las inversiones, del comercio exterior, del contralor de las materias primas. Y monta una superestructura política de dominación, expresada en la OEA, en el plano jurídico, en la Junta Interamericana de Defensa y en los pactos bilaterales en el plano militar; subordina los organismos de policía y represivos. Y como instrumentos económicos nuevos de dominación panamericana, con toda una red de organismos financieros y Bancos (desde el FMI al BID) o con el auge de las trasnacionales.
Es más, en el tiempo de la guerra “fría”, EEUU cubre el continente de dictaduras militares, propugna la ilegalización de los PPCC, ata a nuestros países a su estrategia mundial, lleva a Corea a colombianos y portorriqueños y procura hacerlo en más amplia escala aunque fracasan sus presiones sobre otros países.
Estas formas de dominación norteamericana en el continente, brutales y descaradas, agudizan los antagonismos con nuestros pueblos. A principios y mediados de los años 50, esto comienza a manifestarse en forma variada. Ello se refleja en las revoluciones boliviana y guatemalteca, en la caída de diversas dictaduras, en el crecimiento del sentimiento antimperialista y el ensanchamiento de las bases sociales y políticas de la lucha contra el dominio norteamericano que toma formas más agudas y se enlaza con una viva lucha de clases, con un papel activo y a veces determinante de la clase obrera. Aparece una gama de nuevas contradicciones, que en torno  a ciertas cuestiones económicas lleva a sectores de la burguesía –propenso a entenderse políticamente con el imperialismo por razones de clase – a protestar por las formas de esa explotación que traban drásticamente la aspiración desarrollista.
EEUU, en ese instante, ya no puede dominar más sobre la base sólo de la intervención militar, ya no es dueño absoluto de las condiciones para arrasar con sus “marines” a todo gobierno que no se alinee en los grados más abyectos de la sumisión. Y aunque el intervencionismo militar directo sigue en uso en su arsenal, como lo demostrara en Santo Domingo, está ahora obligado a servirse de otros instrumentos, mucho más después de Cuba, derrota norteamericana en todos los sentidos.

CAMBIOS SUSTANCIALES DE LA
CORRELACIÓN DE FUERZAS EN EL MUNDO

A mediados de los años 50, esta nueva realidad latinoamericana es inseparable del fenómeno mundial. Entonces en el plano internacional han ocurrido dos cambios esenciales. Entramos en la tercera fase de la crisis general del capitalismo. Los países socialistas, particularmente la Unión Soviética, se recuperan de la guerra. Comienza a modificarse la correlación internacional de fuerzas en el plano económico, en el plano político y en el plano militar. Lo que evidenciara más tarde, en símbolo apretado, el primer “spútnik”. El socialismo comienza a determinar, con otras calidades, el proceso internacional. En tercer lugar, como parte de este mismo proceso, se produce y se acelera la disgregación del sistema colonial del imperialismo.
En una palabra, la crisis de estructura de la sociedad latinoamericana transformada en crisis global de nuestras sociedades, se enlaza con una situación internacional determinada, histórica, política, social, militar, de vigorización del papel del mundo socialista, de quebrantamiento del dominio imperialista en todo el ámbito colonial y dependiente y de elevación de la misión histórica de la clase obrera internacional.
Esto es parte del secreto de que Cuba haya sobrevivido a los planes de invasión del imperialismo yanqui, y del fracaso de EEUU en sus proyectos de montar una nueva y gran política para el continente, tal como quiso hacerlo Kennedy frente a los acontecimientos de Cuba y la nueva realidad norteamericana, con la llamada “Alianza para el progreso”.
La Alianza para el progreso tenía dos caras: una, lograr complacencias para la invasión de Bahía de los Cochinos; otra, tratar de agrupar a las clases dominantes de América Latina, y a la vez, neutralizar con el espejismo desarrollista a las vastas capas de la pequeña burguesía intelectual y a sus técnicos. Esta política es derrotada en Bahía de los Cochinos. Es vencida en la crisis de los cohetes, en la que debe reconocer ante la ayuda internacionalista soviética, la entereza cubana y la solidaridad de nuestros pueblos, la renuncia a la invasión directa. La pervivencia de Cuba y el alejamiento del espectro de la guerra mundial, son los dos resultados más notables de la “crisis del Caribe”.
La Alianza para el progreso fracasa, a la vez, por su incapacidad de montar una gran operación reformista y desarrollista en el continente, sin alcance práctico ante la profundidad de la crisis de estructura de nuestras sociedades. Fue sin duda, la más peligrosa e imaginativa maniobra, frente a la cual, la política Carter resulta un pálido fantasma.
Ante la gravedad de la problemática estructural de la crisis latinoamericana, agudizada vez a vez por las coyunturas críticas, ante el creciente nivel de desarrollo impetuoso del antiimperialismo y de las corrientes liberadoras en el continente, ante la revolucionarización de grandes masas, en particular de la clase obrera, y por la radicalización de las capas medias, de los intelectuales y estudiantes, estimulados por el ejemplo cubano, la Alianza para el progreso muere antes mismo de que asesinen a Kennedy.
Las sucesivas “doctrinas” –cada Presidente desde Johnson a Nixon, y ahora Carter ha puesto a volar una lanzada por Washington con vistas a ensanchar las bases sociales, políticas e ideológicas de dominio de América Latina, se han ido desmoronando sin ningún impacto profundo.
El imperialismo norteamericano, cuando una América sobresaltada emerge de los años sesenta y avanza hasta comienzos de los años 70, en particular luego de la victoria en Chile de la Unidad Popular, ve a la vez reducir su poder mundial. Sufre grandes derrotas internacionales, en especial, fracasa en Vietnam. Se suman a ello sus propias contradicciones internas, y las surgidas entre los grandes centros del capitalismo mundial.
En esta correlación mundial, siempre más negativa para él, el imperialismo norteamericano arroja a un costado todas las máscaras y todas sus clásicas e hipócritas invocaciones morales, y pasa a utilizar desnudamente el recurso de la implantación de regímenes fascistas en nuestra América. Se suceden los golpes en Bolivia, Uruguay y Chile.
El papel de la clase obrera unificada en una central sindical que agrupa a todos los asalariados –la C.N.T.- aliada a los estudiantes y a las fuerzas principales de la intelectualidad, coincide –en el Uruguay con el surgimiento del Frente Amplio, unidad en toda la izquierda con los demócratas cristianos y representantes destacados del ala democrática de las Fuerzas Armadas.
En otros países, con formas originales y varias, se manifiestan corrientes renovadoras, de contenido antimperialista, en la revolución peruana, en la reivindicación del canal por Panamá, en el Caribe, y se afirma, de muchas maneras, la tendencia a la resistencia a EEUU y a la No Alineación, que involucra incluso a gobiernos de la burguesía nacional – reformista. Se rompe en Argentina la pseudo fatalidad de cuarenta años de dictaduras militares, etc.

EL IMPERIALISMO JUEGA
LA CARTA DEL FASCISMO

En ese cuadro, EEUU juega la carta más peligrosa para nuestros pueblos, la carta del fascismo.
Pero ella es también la más negativa –en el largo plazo- para la dominación de los EEUU. Porque estrecha las bases de su dominación en el plano social, político e ideológico, y lo exhibe desnudo como el enemigo mortal de la libertad, la democracia, la independencia y el progreso social, con  todas las consecuencias de futuro.
Los golpes en Chile, en Uruguay, como antes en Brasil y en Bolivia, ya no equivalen al vaivén de las viejas tiranías. Constituyen una operación en vasta escala, para establecer gobiernos estables de carácter fascista en el continente, abiertamente contrarrevolucionarios y antidemocráticos, con vistas a asegurar, por un largo período la dominación yanqui. Sobre esto del fascismo volveremos más adelante.
Desde el 77, hemos calificado la experiencia fascista como una contraofensiva del imperialismo. El fascismo fue una seria derrota para la revolución latinoamericana. Cambió la geografía política del Sur. En ese instante –a mitad de los años 70- tenemos fascismo en Chile y en Uruguay, dictaduras de intención fascista como en Bolivia, viejas dictaduras remozadas como en Paraguay, estructuras fascistas en Brasil. Más las añosas tiranías centroamericanas, pero tecnificadas y modernizadas.
La ofensiva y el avance de estas fuerzas sostenidas por el imperialismo, son instrumentos de presión sobre otros países. En aquel momento señalamos el enorme peligro. Pero señalamos también la fragilidad de las dictaduras fascistas, si se las enfrentaba por todos los medios y por la congregación de todos sus adversarios en pueblos y gobiernos. En el continente había y hay fuerzas suficientes para derrotarlos, con una gran estrategia continental, nacional, apoyada por la solidaridad mundial. Había y hay fuerzas suficientes para enfrentar al fascismo y detenerlo, y abrir una nueva etapa liberadora en el continente.
Toda subestimación del peligro y aun de la caracterización de estos regímenes, involucraba proyecciones mortales para América Latina. Se trataba de ver el fenómeno, de aislarlo, de enfrentarlo y de crear las condiciones para su derrota. A ello se abocó la Conferencia de los PPCC del año 1975 realizada en La Habana. Conferencia que plantea la necesidad de una gran estrategia antifascista inserta en la lucha histórica, antimperialista y democrática de nuestros países.
Estrategia antifascista que tratará de conformar dentro de cada país la unidad y convergencia de todos sus adversarios, y en el plano continental, de promover la coincidencia de pueblos y gobiernos capaces de enfrentarse al fascismo en función de sus propios intereses. Se trata del aislamiento del fascismo tanto en el plano interno como en el continental y mundial.
Había, desde luego, que ganar una batalla de fondo, sin la cual, todas las otras habrían de fracasar. La batalla de la supervivencia y del desarrollo de la lucha en medio del terror fascista. Y esta batalla la ganaron los PPCC y los pueblos de América Latina.
Entre los elementos de fragilidad de estos regímenes, está el hecho de que no podían repetir el sostén por partidos de masas, al estilo clásico de algunos fascismos europeos, ni lograr un verdadero apoyo de masas. Por lo demás, su política económica agudizaría la crisis estructural de las sociedades latinoamericanas. El fascismo, que en lo inmediato era negocio para el imperialismo, en perspectiva estaba llamado a estrechar las bases político-ideológicas de su dominación.
Pero había que sostenerse frente al terror fascista. Sostenerse frente al horror de las prisiones y las torturas, de los asesinatos, de los arrasamientos de todas las formas democráticas, del montaje de las estructuras estatales del fascismo. Había que asegurar, en particular, la pervivencia y el combate de los PPCC dentro de cada país, primeros enemigos y por lo tanto el primer blanco del fascismo.
Hoy es visible que el fascismo y el imperialismo no pudieron romper su aislamiento exterior, éste se acentuó, y se acompaña de su aislamiento político interior. A pesar de los miles de muertos, presos, torturados, desaparecidos, asesinados, la clase obrera y los pueblos, en lo esencial, ganaron esta batalla. Para dar un ejemplo: sólo nuestro Partido, con lo que tenemos en la cárcel, podríamos montar un Partido completo en cualquier país, incluso de Europa. Sin embargo nuestro Partido sigue en pie, sigue vivo y combatiente. El gran crimen contra Chile no pudo abatir ni hacer desaparecer la gran fuerza de la resistencia interior que hoy se agranda y desarrolla. Y hoy vivimos ya otro momento de América Latina, de crecimiento de las tendencias democráticas, de avance del proceso liberador, de nuevas victorias, con la caída de la dictadura de Bolivia, con el resquebrajamiento del régimen brasileño, etc., pero, muy particularmente, con la heroica revolución de Nicaragua, que estremece, en especial, a Centroamérica y ya repercute objetivamente en los combates heroicos de El Salvador y Guatemala.

SE PROFUNDIZA EL AISLAMIENTO
DEL FASCISMO

Estas condiciones –compañeros- determinan no sólo los factores de nuestra orientación, sino que también gravitan para que otras fuerzas traten de interferir en el proceso latinoamericano, de modo tal que no desemboque en situaciones revolucionarias, de democratización profunda, sino para que transite por soluciones guiadas por el imperialismo o limitadas en ciertos proyectos reformistas.
Sin nuestra lucha, sin la fragilidad de las dictaduras fascistas, no tendríamos la llamada “política Carter” de los “derechos humanos” en América Latina. Sin olvidar el “streap-tease” de la política Carter en Nicaragua y ahora en El Salvador. Sin la magnitud de los procesos latinoamericanos y sus luchas, no tendríamos a la socialdemocracia interviniendo activamente en el continente, tratando de involucrar y arrastrar tras ella a los grandes partidos nacional-reformistas de masas de diversos países.
Tampoco tendríamos el tan vivo reflejo de las luchas en el seno de la Iglesia y aun en varios casos, en el seno mismo de las fuerzas militares.
Frente a la política Carter –hemos dicho muchas veces- no basta con señalar que éste no pretende la democratización real de América Latina… Y pese a las dificultades que sus primeros discursos y denuncias crean a las dictaduras fascistas del sur, la política Carter no llegará –ni lo pretende- a ser factor real de su derribamiento. Carter busca apenas ensanchar las bases de la dominación de EEUU, mediante procesos controlados de cambios que se anticipen a explosiones populares, previsibles por el aislamiento de los gobiernos fascistas.
Pero no alcanza tampoco con esta clasificación. Es menester además oponerle también una praxis revolucionaria, una política de unidad de pueblos capaces de defender y liberar presos, de combatir por una auténtica democratización y en cuya base sólo puede estar la lucha de masas, la acción independiente de los pueblos, la lucha y la unidad de todos los antifascistas. Sólo ello prevendrá los cambios cosméticos propugnados por Carter y respecto a los cuales siquiera es consecuente.
Hemos insistido sobre estos aspectos al tratar el tema de la socialdemocracia. La socialdemocracia encara un proyecto para que no haya “nuevas Cubas” en el continente. Pero al mismo tiempo la socialdemocracia y sus aliados o representantes, principalmente los grandes partidos burgueses nacional-reformistas, son potencialmente aliados nuestros en la lucha contra el fascismo. Es decir, que aquí no puede bastar la lucha ideológica, y menos el doctrinarismo, enfrentamos la tarea de la unidad.
Cuando decimos unidad de pueblos y gobiernos, hablamos de aquellos gobiernos que dan solidaridad al pueblo de Uruguay y que en su mayoría son los mismos que colaboraron en la revolución nicaragüense; allí encontramos a Jamaica dirigida por un partido vinculado a la Segunda Internacional; a México, gobernado por un partido de la burguesía nacional-reformista; a Venezuela, cuyo gobierno bajo A. Pérez que ayudó a Nicaragua, era también nacional-reformista. O a los gobiernos de Panamá, Costa Rica y otros.
Somos lógicos: si nosotros predicamos el unirnos o converger con los partidos nacional-reformistas de Uruguay, para derrotar el fascismo, debemos buscar la solidaridad de partidos y gobiernos nacional-reformistas para derrotar el fascismo.
Nuestra labor principal se dirige a los pueblos, en particular a la clase obrera y fuerzas de izquierda; pero a la vez, a todos los adversarios del fascismo en América Latina y el mundo. Es el carácter contradictorio en sentido dialéctico de nuestra lucha.
En esa convergencia antifascista incluimos a la Iglesia, principalmente, de América Latina. Hubo quienes manifestaron fastidio cuando el Papa fue a la ciudad de Puebla e hizo un discurso proclive al ala derecha de la Iglesia latinoamericana. En realidad, el discurso de Puebla no fue lo que esperaba el continente. Y no por la insistencia catequística del Papa, en lo que está en su derecho. Me refiero a esa parte en que el Papa insistía en lo que los comunistas llamamos el “tema del Partido” (hilaridad en la sala)… Reclamó mayores conquistas para la Iglesia, dar preferencia a la formación de una mayor cantidad de “cuadros”, de sacerdotes, y limitó la intervención en la cuestión social y previno contra la militancia avanzada de los sacerdotes. No planteó, sin embargo, detener la participación de representantes de determinadas iglesias que actúan, o ven con buenos ojos, en la lucha antifascista en Uruguay, en Chile, en Brasil, en Nicaragua, en El Salvador, ahora en Bolivia, pese al tono reticente del discurso papal. Por lo demás, la realidad de la Iglesia católica –y otras- en el continente, minada por contradicciones entre sus diversas corrientes, no debe verse como obstáculo insalvable para la unidad antifascista, e incluso revolucionaria en muchos casos como lo comprueba la experiencia continental. En sectores de la Iglesia, aun en altas jerarquías, se está reflejando la convulsa insurgencia antimperialista y transformadora de nuestros pueblos.

CRECE LA TENDENCIA A LA DEMOCRATIZACIÓN

Cuando decíamos, hace un instante, que se habría un nuevo período iniciado por Nicaragua, pretendíamos decir dos cosas: primero, la heroica pugna nicaragüense ha desembocado en una revolución popular, avanzada, antimperialista, que pese a todas las complejidades y peligros que afronta, apunta hacia cambios mayores. Pero en línea general, este hecho caracterizador del proceso, se acompaña por un avance creciente de la tendencia a la democratización en los países de América Latina, en medio de todos los conflictos y pese a las contradicciones, avances y retrocesos.
Podrían distinguirse, a primera vista, estos elementos: aislamiento de las dictaduras fascistas en Chile y Uruguay, aumento de la lucha interna, de la movilidad, de la resistencia y de la acción de los partidos; resquebrajamiento de la dictadura en Brasil. (Uds. se han despedido estos días de Prestes, que ahora está en Brasil). Podríamos analizar de paso, este resquebrajamiento, que la lucha popular busca transformar en verdadera democratización. El fascismo en Brasil se resquebraja, bajo la acción del pueblo, de los embates económicos y de las acciones de las masas obreras y de los sectores avanzados, que se desarrolla y profundiza a pesar de proyectos limitativos de las cúpulas militares y de la pervivencia de estructuras fascistas de diverso tipo. El proceso brasileño puede convertirse en irreversible, con todas las consabidas repercusiones continentales.
Cayó la dictadura en Bolivia y hoy vienen las noticias de que Natush renunció a formar gobierno. La respuesta al golpe fue la huelga general y la acción del pueblo unido. Desde la Huelga General de Uruguay, 16 días, con ocupación de fábricas, no se había producido una respuesta obrera tan coherente y generalizada. Pero lo de Bolivia supera lo de Uruguay, pues las fuerzas democráticas y los adversarios de la dictadura se sumaron a la resistencia activa. El Parlamento como cuerpo político plural fue órgano de unidad de Partidos. En Uruguay estuvieron contra la dictadura todos los partidos pero no se integraron al combate activo, protagonizado por la clase obrera y las fuerzas de avanzada, en primer lugar nuestro Partido. En Bolivia resistieron sectores militares, comprobando una vez más, que no es fatal la unidad antipopular de las FF.AA. Claro está que todo esto se produce luego de haber caído la dictadura anterior y en un proceso de democratización ya iniciado. Pero es también un índice de la nueva realidad continental. Los países del Pacto Andino plantean que no reconocerán al gobierno de Natush.
Vengo ahora de Perú, del Congreso del partido hermano. No es tan fácil realizar un balance de los hechos peruanos en pocas palabras. Sin duda ha habido un retroceso marcado respecto a los cambios revolucionarios de la época de Velazco Alvarado. Pero sin duda también se ha puesto en marcha o despertaron en ese proceso fuerzas inmensas de avance en el país. Hay una clase obrera que se está uniendo, campesinos organizados en acción y posibilidades de una importante unión de las principales fuerzas de izquierda. Con todas las dificultades, porque allá es el único lugar de América Latina donde proliferan grupos políticos “pro-chinos”, sometidos a las volteretas y a los cursos del maoísmo, donde hay igualmente fuerzas trotskistas no despreciables, consuetudinariamente antiunitarias. Pero la unidad de la clase obrera y del pueblo, forjada a partir de los principales partidos revolucionarios, el PC y el PSR y otros, es un acontecimiento significativo y la unidad de la izquierda es la primera forma, también, del esclarecimiento ideológico.
En el Caribe, Grenada y en otras pequeñas islas, hoy se plantan ante los EEUU con una posición independiente. Son elementos de un nuevo período que vemos desenvolverse. Podríamos sin duda, mostrar muchos otros índices de este curso emergente.

“ACABAR CON EL FASCISMO Y LAS
TIRANIAS EN AMERICA LATINA”

Muchos de estos elementos de la actual realidad del continente no surgen aisladamente. Tienen que ver con las bases materiales de la revolución latinoamericana, con la crisis de la política de dominación de EEUU, con la acumulación de una experiencia revolucionaria que viene de mediados de los años 50 y que tiene otra calidad desde la Revolución Cubana y que supone también la incorporación a la lucha de capas muy amplias, y también con el aumento de las contradicciones entre sectores de la burguesía y el imperialismo, por más que no lleguen a un nivel revolucionario, y son influidos por toda la realidad internacional en movimiento de nuestra época.
El triunfo de Nicaragua abre en realidad un período, que inscribe en el orden del día a nivel de consigna “Acabar con el fascismo y las tiranías de América Latina”, como primer requisito de un cambio y una continuidad del proceso revolucionario latinoamericano sobre planos más altos. Para ello, como repetimos hasta la machaconería, es menester unir todas las fuerzas para derrotar al fascismo, unir pueblos y gobiernos, unir las fuerzas antifascistas, unir la izquierda, unir y desarrollar, en el seno de la unidad más amplia, los partidos y movimientos que representan realmente las fuerzas motrices de la revolución, desenvolviendo en particular los PPCC y afirmando el papel de la clase obrera. Todo esto debe comprenderse dialécticamente y hacerse no como tareas contrapuestas, sino como procesos enlazados. Las tareas democráticas, generales, antifascistas, no se oponen sino que se unen contradictoriamente a las tareas de conformar las fuerzas de la revolución, de la izquierda, que irán mucho más allá de la lucha antifascista y de la simple batalla democrática.
Por lo mismo, el papel de los partidos obreros y comunistas, de su dimensión y papel político, de su conquista real y no por un estatuto, de la función de vanguardia, es cuestión práctica fundamental promovida por la vida misma.
Nicaragua enseña además otras cosas. Muestra que es posible, aun tan cerca de EEUU, derrotar al imperialismo yanqui. Muestra el carácter invencible de un auténtico proceso revolucionario, que en Nicaragua se vuelve una revolución popular que derrota con las armas en la mano la tiranía de Somoza apoyada por Carter, destruye el aparato burocrático-militar del Estado y construye uno nuevo. En su vanguardia están fuerzas democrático-revolucionarias y antiimperialistas como el Frente Sandinista, pero a la vez la revolución triunfa por la unidad más amplia, enseñando que el radicalismo de un proceso no se contradice con una justa política de unidad de todas las fuerzas susceptibles de ser unidas. Y esto fue imprescindible para vencer a un enemigo feroz, pero también lo es ahora para enfrentar los peligros. Los nicaragüenses, con gran inteligencia han sabido resolver ambas tareas. Así como lograron en su torno la unidad más amplia de pueblos y gobiernos, desde la Cuba revolucionaria hasta otros gobiernos adversarios de Somoza, también marchan –en esta etapa- con la unidad interna más amplia que abraza desde sectores de la burguesía hasta la clase obrera, desde los revolucionarios de inspiración marxista o marxista-leninista, hasta hombres de distinta extracción social que combatieron a Somoza; todo ello está indicando su responsabilidad y conciencia de las etapas a recorrer, como de los riesgos que los acechan: la hostilidad de EEUU y sus planes intervencionistas, la variedad de tiranías vecinas endeudadas al dólar, súmanse a la problemática tremenda de un país semidestruido.
Y a la vez, los revolucionarios nicaragüenses aseguran las premisas económicas y políticas del triunfo de los objetivos de la revolución. Conforman el nuevo Estado, el nuevo poder político, realizan la reforma agraria, nacionalizan la banca y las minas, dan la batalla de la alfabetización y la educación del pueblo. Y consolidan la unidad del Frente Sandinista.
Es una auténtica revolución democrática y antimperialista que tiene en sí misma los elementos para su ulterior desarrollo. Un observador de la perspectiva puede pensar que más tarde o más temprano, Nicaragua deberá avanzar hacia el socialismo. Pero éste es un problema que tendrán que presentárselo los propios revolucionarios nicaragüenses y que no se gana nada con anticipar. La revolución nicaragüense marcha sin apresurarse, sin pagar tributo al radicalismo, denunciando a los charlatanes de “izquierda” –como hicieron con el llamado “batallón Simón Bolívar”, y ahora con otros que pretenden enseñarles a “hacer la revolución”-. La primera tarea es dar a los nicaragüenses la mayor solidaridad y no pedantescos consejos doctrinarios.
Después de Nicaragua, se estremecen Guatemala, El Salvador particularmente, etc. Ahora se trata de derrotar las dictaduras de Chile, Uruguay, Guatemala, El Salvador, Paraguay, Haití, de profundizar el proceso brasileño, de defender la democracia en lugares como Colombia donde se la defiende a brazo partido en lucha ejemplar. Pero sobre todo la agudización del curso salvadoreño exige la más urgente solidaridad.

LAS VIAS DE LA REVOLUCIÓN

También Nicaragua plantea el gran tema de las vías de la revolución, tan discutido en América Latina. Con las armas en la mano triunfó la revolución en Cuba y triunfó en Nicaragua.
La primera pregunta que surge –porque aparece en ciertos lugares- es ésta: ¿Hicieron mal los chilenos en ganar las elecciones y tratar de avanzar al socialismo por una vía no armada? Sería manejarse en forma general y simplista, si se saca esta conclusión. No están excluidos vías y caminos como los que tomó Chile de manera justa en sus condiciones, y que también puede tomar algún otro país. Las causas de la caída del gobierno de la Unidad Popular no se hallan en haber tomado el camino de ganar las elecciones, llegar al gobierno de Allende, y apoyándose en el pueblo, realizar transformaciones de cara al socialismo. Las causas, entre otras, se encuentran en que la conspiración imperialista y la reacción interior logró dividir una parte del pueblo chileno y sobre todo, porque el gobierno chileno no encontró los caminos para diferenciar a las FF.AA., aislando a los jefes fascistas, para destruir o ir destruyendo el viejo aparato burocrático-militar del Estado, sustituyéndolo por las estructuras de un nuevo Estado, acorde a los cambios revolucionarios que emprendían el gobierno y las fuerzas de la Unidad Popular.
Cuestión ésta que se plantea como problema en un proceso revolucionario principalmente no armado, de modo diferente que en una insurrección armada o guerra revolucionaria del pueblo, que de entrada destruye ese aparato y lleva, en sí mismo, en el pueblo en armas, los embriones de la estructura del nuevo poder estatal. Formas peculiares adquiere todo esto en el cuadro de una dualidad de poderes.
El problema no es pues, que la vía chilena fuese errónea en sí misma. Puede ocurrir que en otro lado se transite por una vía, en su esencia, parecida a la chilena.
También es verdad, que nosotros creemos que por ciertas características de América Latina, por la presencia intervencionista del imperialismo, por la hipertrofia de los aparatos represivos policial-militares, por la técnica preventiva de contrainsurgencia, que busca transformar a sectores de las fuerzas armadas en legiones de ocupación, por la violencia de la lucha de clases, etc., la vía más probable del proceso revolucionario, en muchos países de América Latina, será la armada. Sea ésta guerrillera o inmediatamente insurreccional o, como ha sucedido en Nicaragua, combine la forma guerrillera e insurreccional. Pero ello sólo y siempre en el cuadro de la lucha política de masas y de la amplitud de las alianzas como mostrara la concepción de Fidel en Cuba y ahora –nuevamente- la experiencia de Nicaragua.
Este planteamiento –que es consecuente al que siempre hiciera nuestro Partido- debe llevarnos a reflexionar sobre las causas, del por qué tantas guerrillas fracasaron en los años sesenta en América Latina. Triunfó en Cuba, ahora en Nicaragua, se desarrolla peculiarmente en El Salvador, pero fue derrotada en muchos otros lugares.
En el prólogo de la edición en ruso de mi libro “Lenin, la revolución y América Latina” –escrito en 1970, en tanto que el prólogo es de 1972- afirmábamos: lo que ha fracasado en América Latina es el “guerrillerismo” y no la guerrilla. Fracasó el intento de transferir el ejemplo cubano, sin digerir hasta el fin la experiencia cubana, sin tomar en cuenta los factores políticos de la revolución, la existencia o no de una crisis revolucionaria o prerrevolucionaria, por la prescindencia de las correlaciones de fuerzas y el menosprecio de la labor de masas. Se cayó, a veces, en una concepción “elitista” o blanquista del proceso revolucionario, se creyó que la guerrilla misma era capaz de crear en todas las condiciones, el cuadro político de la revolución. El menosprecio de los PPCC y la actitud negativa ante estos, y la incomprensión del papel de la clase obrera, todo eso quebró en los años 60, en medio de luchas heroicas y del sacrificio de auténticos héroes de la revolución.
Agregábamos que eso no quiere decir –in limine- que todas las guerrillas comenzadas entonces estaban condenadas de antemano y que fuera fatal su derrota.
El ejemplo de Nicaragua nos ilustra este concepto. Los sandinistas empezaron la guerrilla y fueron derrotados militarmente una primera vez, comenzaron la guerrilla tiempo después y fracasaron y sólo en la tercera vez (“que es la vencida” según el dicho popular), en un cuadro político determinado, -detonado aparentemente por un hecho habitual entre los crímenes somocistas, el asesinato del periodista Chamorro por Somoza- y que crea una clara situación revolucionaria, la guerra se integra en la lucha de todo un pueblo y en un cuadro insurreccional.
Sin la guerrilla, la insurrección derrotada en Managua, quizás no hubiera podido continuar, pero la guerrilla, por sí sola, quién sabe si hubiera logrado transformarse en un levantamiento total del pueblo, en la insurrección victoriosa en la que el FSLN se volvió vanguardia real. Esta apreciación no aminora el logro de los sandinistas sino que lo agranda. Y nos ofrece grandes enseñanzas acerca de las cuales es necesario reflexionar.
¿Todas las guerrillas latinoamericanas estaban, pues, condenadas al fracaso? Yo no me atrevería a afirmarlo. Marulanda hace 30 años que está peleando en Colombia; eso demuestra que la guerrilla no es tan fácil de destruir si está basada en las masas y es un fenómeno históricamente auténtico.
Por lo tanto, lo que debemos hacer es aprender de la propia experiencia, no hacer honor a la sentencia popular que dice que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Sacar de la experiencia singular, las conclusiones necesarias para comprender que frente a las dictaduras fascistas y las tiranías, cuando están cerradas todas las vías de la revolución, el camino más probable es terminar con ellas mediante la lucha armada. Es claro que con esto no se juega y que reclama no sólo condiciones técnicas sino también políticas.
Lo que no quiere decir, que como los dioses de la antigüedad, tengamos en la mano todos los rayos y relámpagos y podamos distribuir y decidir guerrillas y levantamientos armados cuándo y cómo sea. La clase obrera uruguaya respondió al golpe con una huelga general de 15 días con ocupación de fábricas y enfrentamientos de masas, etc. Durante la huelga general, para un estudioso, no hubiera sido justo excluir la hipótesis de su transformación en levantamiento armado. Fueron factores políticos, de correlaciones de fuerzas los que determinaron que la clase obrera y el pueblo de Uruguay no pasara a la huelga general insurreccional. Hubiera sido un baño de sangre y el aplastamiento por años del movimiento revolucionario, la masacre de miles de cuadros sin ninguna perspectiva militar de triunfo. Y no parece que alguien creyera que era suficiente enfrentar el golpe militar con la sola huelga general de los trabajadores y estudiantes. También esta experiencia confirma la aseveración de Lenin de que con la insurrección no se puede jugar.

II

LAS BASES MATERIALES DE LA REVOLUCIÓN Y DE LA
CRISIS DE LA SOCIEDAD LATINOAMERICANA

Estamos en el segundo tema, el problema de las bases materiales de la revolución y de la crisis de la sociedad latinoamericana. He hablado con insistencia sobre esto y he recordado que la crisis estructural, era la misma y era a la vez diferente de la que hablaban los partidos comunistas en los años 30, que se había producido un cambio cualitativo en los años 50, motivado por los niveles del desarrollo capitalista, dentro del cuadro de la dependencia del imperialismo.
Esta crisis la hemos definido en muchas oportunidades y a ello nos hemos referido directamente a principios de los años 60, en artículo para “El Comunista” (revista teórica del CC del PCUS) y que forma la primera parte de mi libro “Problemas de una revolución continental”, donde se estudian las bases materiales de la revolución latinoamericana.
Pero desde entonces ha pasado el tiempo. Y en aquel momento era pertinente, sin duda, la discusión sobre si los países de América Latina eran o no capitalistas. Había en aquellos tiempos mucha gente –como resabio de anteriores concepciones- que hablaba de países semicoloniales y semifeudales, o que creía que los niveles de desarrollo económico-social de los países latinoamericanos estaban determinados principalmente por la existencia de relaciones semifeudales de producción, etc.
El cambio de eje de este planteamiento, supone que los países de América Latina son países de desarrollo capitalista deforme. En la mayoría de ellos se ha mantenido el dominio del latifundio –que por otra parte, no es en su mayoría ya el latifundio feudal o semifeudal, sino subordinado al capitalismo, que conserva formas de relaciones precapitalistas, más en unos países, menos en otros, pero que en su conjunto, supone la producción capitalista, es decir, basada en el trabajo asalariado.

CARÁCTER GLOBAL DE LA CRISIS

Es toda la estructura que se ha creado, desarrollado y reproducido, lo que está en crisis en el momento actual. En una conferencia en la Escuela del PSUA, en Berlín, nos preguntábamos como definir la base material de la crisis de estructura económico-social latinoamericana. Y respondíamos en forma muy sintética:
“El desarrollo deforme del capitalismo, reproducido, y que sigue reproduciéndose en dependencia del imperialismo y que conservó y subordinó arcaicas relaciones sociales, fundamentalmente el latifundio, y –en unos países más en otros menos-, resabios de otras relaciones precapitalistas.
Las sociedades latinoamericanas –excepto Cuba- son capitalistas y dependientes del imperialismo, aunque varían el grado de desarrollo capitalista, el peso de la maraña de pasadas relaciones sociales, los niveles y formas de la dominación del imperialismo particularmente el estadounidense. En todas ellas, el latifundio integra, con gravitación fundamental, las bases estructurales económico-sociales.
A efectos del estudio, es posible dividir las estructuras establecidas por el desenvolvimiento capitalista principalmente en la industria, de aquellas derivadas del monopolio latifundista de la propiedad privada de la tierra, o de las originadas, también en la industria y las relaciones agrarias, por la penetración y la dependencia del imperialismo. En la vida, es decir en el funcionamiento general de la economía y de toda la sociedad, este conjunto de relaciones sociales chocan entre sí o se entrelazan, se subordinan u oponen, pero todas ellas caracterizan las actuales estructuras de las sociedades latinoamericanas. El proceso deforme del desarrollo capitalista, determina la nueva conformación de las clases dominantes; el capital financiero y los monopolios nativos, muchas veces propietarios o controladores de latifundios, así como la gran burguesía intermediaria, son hoy los principales puntos de apoyo del imperialismo. Esto ocurre directamente o a través de las conexiones establecidas dentro de la red financiera y comercial.”
Y agregábamos que la crisis estructural, en su fase actual, no es solo crisis de la dependencia, o solo crisis de las arcaicas relaciones de producción basadas en el latifundio, o crisis de las relaciones capitalistas desenvueltas principalmente en la década de los 30, y durante y después de la segunda guerra mundial. Es crisis de todas las estructuras, es crisis de toda la base material que se ha ido transformando, en diversos niveles, en crisis global de las sociedades latinoamericanas.

BASE MATERIAL, PAPEL DE LAS
CLASES Y FASE DEL PROCESO

Todo esto, sin duda, merece más desarrollo, un análisis más detenido, pero nos confinamos al limitado marco de esta exposición.
Anotaba, además, que esto no es una definición académica, por el contrario, tiene que ver con las fuerzas motrices de la revolución, con el papel de clase obrera en la revolución.
Si nosotros no vemos los niveles de desarrollo capitalista en América Latina, sin perjuicio de los desniveles (el sur de América Latina y México no es lo mismo que Centro América), entonces no veríamos, en la inmensa mayoría de América Latina, el papel fundamental del proletariado y la agudeza de la lucha de clases. No veríamos que en la vida latinoamericana están dadas las premisas –premisa objetiva no significa resultado fatalmente obligatorio- para la transformación de la revolución democrática y antimperialista en revolución socialista, como un solo proceso histórico.
Si caemos en la otra deformación, entonces no veremos lo que llamamos un poco libremente el factor nacional, es decir, no veremos el papel del imperialismo. Si creemos que el desarrollo capitalista de nuestros países ha minimizado el factor nacional y el papel del imperialismo y que ello coloca en el orden del día el objetivo del socialismo, como etapa primera y tarea inmediata de la revolución, corremos el riesgo de reducir la base de las alianzas, del sistema de alianzas con que el proletariado es capaz de enfrentar al imperialismo; corremos el riesgo de saltar las etapas y por lo tanto de quemar las bases y las perspectivas del propio triunfo del socialismo.
Como ven, compañeros, es establecimiento de los niveles de desarrollo capitalista no es un debate académico –con perdón de nuestros académicos- sino que es un palpitante problema: acerca del carácter de la revolución, de las fuerzas motrices y de la estrategia revolucionaria y del papel del proletariado.

EN TORNO AL PROBLEMA DE LA “DEPENDENCIA”

Pero, compañeros, definir el grado de desarrollo capitalista de América Latina no significa creer en la posibilidad de una liberación automática del imperialismo. Es verdad que en cierto sentido se puede hablar que el desarrollo capitalista del continente –que sigue incrementándose- se ve acompañado de formas crecientes de dependencia del imperialismo en el plano económico. Esto se revela dramáticamente en la modificación de la estructura de las importaciones latinoamericanas que han dejado de estar constituidas por artículos manufacturados de consumo inmediato y duradero, y ahora son en lo esencial importaciones de medios de producción cada vez más complejos y sofisticados, e incluso de materias primas industriales para las nuevas ramas básicas y mecánicas, y lo que puede constituir un instrumento de presión cada vez mayor, incluso de combustible y sobre todo de alimentos deficitarios de la producción de la región. Pero, se debe recalcar con fuerza que los elementos de subordinación económica pueden volverse, además, formas de dependencia en el plano político, en un marco dado de correlación de fuerzas, pero que no se identifican ni se convierten automáticamente uno en otro.
Aumento de la dependencia… Se puede recordar las formas clásicas de esta dependencia expresada en la vieja división capitalista internacional del trabajo. El circuito que nos integraba como productores de materias primas y como receptor de productos manufacturados, que suponía además el necesario ingreso del imperialismo en la explotación de minas, ferrocarriles, plantaciones y el sector de comercio exterior y crediticio, a lo más un desarrollo contenido de industrias de semielaboración de materias primas y alimentos (en la cuenca del Plata, la industria frigorífica elaboradora de carnes, lanas, cueros y subproductos, por ej.).
El desarrollo capitalista ha traído varios cambios. Muchos de estos sectores, si deficitarios para la explotación imperialista, o también, si considerados vitales para el desarrollo autónomo por los países latinoamericanos, han sido nacionalizados en vasta escala. Y al mismo tiempo, los cambios estructurales de la división capitalista internacional del trabajo han modificado el contenido y destino de las inversiones imperialistas. El imperialismo comenzó a penetrar en el desarrollo industrial mismo del continente y progresivamente realizó y multiplicó esta actividad con el surgimiento y despliegue de la tupida red de las corporaciones trasnacionales, con la implantación de filiales de grandes empresas que sirven de base para la producción en gran escala.
Pero al mismo tiempo –el imperialismo no es omnipotente ni omnividente- se desplegó en América Latina un sector monopolista privado, que además de su interés de clase común al del imperialismo, tiene además “sus” propios capitales, “sus” propias empresas, “sus” propios intereses, que con una frecuencia diversa según los países entra en contradicción con la extorsiva y prepotente rapiña imperialista, ya no en “defensa” de “su” propio pueblo, sino en dura y rapaz competencia capitalista.
El desarrollo capitalista, trajo aparejado en América Latina grandes contradicciones en el desenvolvimiento del sector estatal. Aumentaron las nacionalizaciones. El desarrollo de la industria, sobre todo en países sin base de materias primas, minerales y combustibles, en particular petróleo, modifica el carácter de la dependencia y de las relaciones. Nuestros países iniciaron un período –popularizado en la expresión de la economía burguesa como período de “sustitución de importaciones”- en el cual se debió pasar también a importar materias primas para la industria, petróleo u otros productos energéticos, maquinaria para la industria, en particular, maquinaria pesada, disminuyendo como se sabe, la importación de maquinaria liviana, por cuanto el desarrollo de la industria metalúrgica, mecánica y de otras ramas productoras de bienes intermedios, en nuestros países, así como la instalación de las propias empresas imperialistas ha orientado su producción al mercado interior de muchos países del continente.
Pero tampoco esto es así, en términos absolutos, porque varios países importantes de América Latina comienzan a desarrollar su siderurgia, sus plantas de fabricación de maquinaria y equipos, sin duda muchas veces dependientes del imperialismo, porque el imperialismo ha trasladado al continente sus propias plantas, pero también, crecientemente, como resultado del esfuerzo conjunto del capitalismo de Estado y de los sectores monopolistas privados que comienzan a “pararse sobre sus propios pies”. En fin, muchos países han nacionalizado la producción, refinación y a veces, la distribución, del petróleo, etc. Hay toda una serie de modificaciones de relaciones sociales y aún tecnológicas que exigen un detenido estudio colectivo de los especialistas, pero sobre todo de los Partidos.
Pero si nosotros observamos los índices clásicos de la dominación imperialista, tales como la exportación de capitales, tomada en su dimensión global a valores constantes de los años 60, las inversiones directas han pasado de 4 mil millones en la inmediata posguerra a 25 mil millones a mediados de los 70, crecimiento cuantitativo que no puede hacer olvidar el carácter modificado de las inversiones, que ahora interfieren en el propio proceso de desenvolvimiento industrial de nuestros países y que lo hacen mediante un nuevo tipo de empresa, la corporación trasnacional, que instala sus enormes bases particularmente en los tres grandes países del continente, como Argentina, México, y sobre todo Brasil.
Segundo elemento clásico: el comercio no equivalente. Sigue aumentando la distancia entre el precio de los productos de exportación del continente y el de los productos originados en los países imperialistas, crece así fantásticamente el saqueo de nuestras riquezas y los beneficios obtenidos por el imperialismo del mecanismo de comercio no equivalente.
Pero a la vez se transforma en decisivo, y esto es nuevo, otro elemento de la explotación imperialista, de enorme proyección para América Latina: el endeudamiento externo, estimado ya en más de 100 mil millones de dólares de valores de mediados de la década. Las cifras, como se sabe, crecen a niveles por decir geométricos y cualquier publicación de manejo cotidiano entre periodistas, las proporciona. Lo que más importa, en este nuevo mecanismo, es por un lado, la transformación sustancial de los actuales mecanismos de crédito, con la irrupción volcánica de la banca privada internacional como principal proveedor de crédito (de un poco significante 5% del crédito mundial a más de la mitad, en sólo 5 años!). Y por otro lado, las formas del llamado “crédito público multilateral” que sigue siendo el principal para la gran mayoría de los países del continente. Se trata del crédito “otorgado” por el FMI, el BID, el Banco Mundial, la AID, etc. mediante los cuales el imperialismo, y particularmente el yanqui, por su peso accionario y de capital determinante, unifica en sus manos instrumentos potentísimos de presión, sea por créditos ligados, sea mediante la descarada “declaración de guerra” en el crédito a los países renuentes a aceptar sus imposiciones, sea porque sin sus avales, no se obtiene crédito en ninguna otra fuente privada o pública dentro del marco capitalista, sea porque impone siempre que se desarmen las defensas económicas de los países, que se aplaste las condiciones económicas de las masas, y que se abra, en forma irrestricta, la puerta a la inversión privada de las trasnacionales, y con gran frecuencia, para imponernos gastos de infraestructura que sólo interesan al despliegue logístico de las fuerzas militares de intervención (las rutas 5 y 26 en Uruguay!). En fin, transforman la deuda externa en una de las fuentes principales de succión y descapitalización de estos países, “vincula” las corrientes de comercio con el país acreedor, condiciona la independencia de cada país imponiendo una política entreguista.
He aquí en los tres mecanismos de explotación clásicos y ahora potenciados, el rostro reconocible de las “formas transfiguradas de la plusvalía”: la ganancia del empresario, la ganancia comercial y el interés del capital. Los actuales procesos impulsados objetivamente por el desarrollo del sistema imperialista son un homenaje a Marx, a su capacidad teórica. Hoy se entrelazan, se identifican, se trasmutan unas en otras todas estas “formas transfiguradas de la plusvalía”. Gran parte de la llamada “deuda externa” de América Latina no es en realidad, la forma clásica del crédito: es una forma solapada de inversión directa de las trasnacionales, que ahora prefieren ya no “invertir” directamente en su filial, sino “prestarle” a su filial, por lo cual la inversión de capital productivo del imperialismo, aparece registrada en la “columna” del capital-crédito, y el beneficio de empresa se evade bajo forma de interés de capital. El comercio intra-firma, es decir el “comercio” entre casas matrices y filiales, con sus ya conocidas prácticas de “sobrefacturar” lo que la filial compra en la matriz, y de “subfacturar” lo que la filial vende a la matriz, es otra forma de exportar beneficio de empresa bajo la forma fraudulenta de beneficio comercial de la casa matriz y de “pérdida” comercial de la filial. Y podríamos seguir.  Aunque sea sumariamente, mencionar otro fenómeno de tendencia creciente, el cambio entre la correlación de fuerzas interimperialista en América Latina. EEUU ya no es el principal y casi único “partenaire” comercial del continente. El conocido dominio del comercio exterior de Europa Occidental y Japón en el mercado mundial se expresa igualmente en América Latina. Pero ya tampoco EEUU es el monopólico inversor de capital, en algunos países –nada menos por ejemplo que en Argentina y Brasil-, EEUU tiene cifras inferiores al de Europa Occidental y Japón. En Brasil. En Brasil, según cifras de la encuesta de de la revista Visáo, sobre las principales 5 o 6 mil empresas industriales, Europa Occidental posee ya más de dos tercios de las inversiones y retira otro tanto del total de beneficios de empresa. La concurrencia interimperialista conduce naturalmente a facilitar la capacidad de maniobra de las clases dominantes de nuestros países, y en el peor de los casos, a la “elevación del precio” de su colaboración y entreguismo.
Cuantiosos son los flujos de riqueza que se evaden de América Latina. Sin duda, si abrazamos este conjunto de factores arriba analizados, podemos decir que, pese al desarrollo capitalista de América Latina, en el plano de la explotación económica, el grado de explotación relativa del continente es mucho mayor antes. Relativa, decimos. Pero es un grado de explotación diferente. Porque no hay aquí un cuadro de explotación colonial, éste no es un rasgo del continente.
En consecuencia de todo lo explicado, el carácter de las contradicciones manifestadas abarcan el conjunto de la sociedad, crean un cuadro de inestabilidad permanente y precipitan todos los elementos de confrontación del desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción con sus correlativas consecuencias sociales y políticas.
Aquel que se limite a medir cuantitativamente –en forma evidentemente no dialéctica-, simplista- los niveles de explotación de América Latina de fines del siglo XIX o de las vísperas de la Segunda guerra mundial y con tal criterio lo comparara con el actual nivel de explotación podría sacar la conclusión de que aumentó la explotación. Tendríamos así todo un crecimiento de la explotación y de la dependencia, que recibiría así un tratamiento analítico que se basa en índices puramente cuantitativos y que no se plantea el problema de la explotación y la dependencia con medidas dialécticas y económicas de su desarrollo.
Porque América Latina de hoy, por su grado de desarrollo capitalista, por el papel del sector estatal, por el desenvolvimiento de la industria nacional y sus vínculos con el mercado interno, por los niveles nacionales, por los cambios del desarrollo capitalista en el campo, etc., y por otro conjunto de factores –abrevio-crea un nuevo tipo de relaciones con el imperialismo, que conduce a un grado de contradicciones sólo superables por transformaciones de fondo, es decir, por medidas de liberación democrática.
Claro que se suman otras formas de las que yo no he hablado, entre otras cosas las que someten gran parte de la industria latinoamericana a la dependencia tecnológica, “royalties”, pagos de patentes, de “marketing”, de “manageering”, etc. Vale la pena recordar que tampoco es demasiado nuevo, salvo en su pasividad: no en balde Uruguay tenía una de las mejores industrias textiles del mundo, y exportaba “casimir inglés”… que salía del Uruguay con el sello inglés “en el orillo” de los paños. Y así podríamos hablar de cantidad de diversos temas, entre tantos, el de los mecanismos de asociación del desarrollo nacional con la dependencia tecnológica (patentes, “royalties”, etc.) en el cuadro del desarrollo tumultuoso de la revolución científico-técnica. Se menciona que la industrialización de nuestros países se produce fundamentalmente sobre los elementos tecnológicos sobrepasados, perimidos en los países imperialistas. En parte es verdad. Pero en otra parte no es verdad. Porque lo que se invierte en América Latina no siempre es tecnología atrasada: la producción de automóviles, de armas, y obviamente, la producción de artículos que sólo se producen en América Latina y no en los países imperialistas, se hace con una tecnología que no es inferior a la de los países imperialistas. El propio mecanismo del “comercio intrafirma”, de complementación de partes y componentes entre casas matrices y filiales supone el homogéneo desarrollo de los “talleres” de la corporación trasnacional en su conjunto, independientemente del país de asentamiento. En fin, está además el viejo problema de las diferencias de salarios entre casas matrices y filiales, o entre filiales imperialistas y las empresas locales. Imposible extendernos sobre esto en el marco de esta exposición.
Retomando, pues, el curso de nuestro razonamiento. Por eso, pretender hablar de los niveles de desarrollo del capitalismo en relación con el imperialismo, con el cartabón de los años 30 o principios de los 40, es hablar de dos cosas cualitativamente diferentes. Y ya nos explicaban en aritmética elemental que no se puede sumar zapallos y sombreros.
Es sobre la base a que aludíamos, que se anudan todas las contradicciones de la crisis de la sociedad latinoamericana. ¿Por qué el fracaso de los planes para el desarrollo? ¿Por qué los índices desesperados de la CEPAL? ¿Por qué sectores de la burguesía nacional-reformista del continente y otros ingresan al SELA con Cuba, pese a EEUU y sin EEUU o se forma el Pacto Andino (sin desmedro de su carácter todavía bastante inofensivo)?
Es decir, hay una nueva realidad que se refleja también en las contradicciones con el imperialismo. ¿Por qué en la OEA hoy se vota a veces contra el fascismo en Uruguay o contra la Nicaragua de Somoza y se frena la intervención imperialista? Se está reflejando cambios en la realidad de América Latina.
Otro aspecto que interesa sin duda, es el tema referente al sector estatal. El desarrollo del sector estatal en América Latina es de gran importancia. En Uruguay hace unos años poseía el 28% de los capitales invertidos, el 32% de la maquinaria, el 20% del valor de la producción total. ¿Cuánto significa en Argentina, Brasil, México, incluso en Chile a pesar del huracán entreguista de la Junta; en Venezuela, Bolivia, Perú, etc.?
El sector estatal, es sin duda inicialmente un instrumento de resistencia contra el imperialismo, nace sobre la base de nacionalizaciones, pero también con un esfuerzo independiente de inversión (en Uruguay la industria eléctrica nació como estatal, a principios de siglo); nace con el fin de ser un instrumento que facilite la industrialización, como en el caso de la energía, para procurar a la industria nacional recursos energéticos baratos no expuestos a la extorsión imperialista (así lo fundamentaba a principios de siglo en nuestro país el propio Batlle y Ordóñez y sus ministros Pedro Cossio y José Serrato, claro está sin utilizar los calificativos de “capital imperialista”). Incluso, instrumentos clásicos de la dominación imperialista –como los ferrocarriles y el transporte por mar (aunque inicialmente los ferrocarriles –como lo demostrara Lenin en su obra clásica- son forma de exportación de capital)- conducen al ensanchamiento del mercado interno y a su constitución, y cuando pasan a manos del Estado, aceleran la completación de ese mercado o estimulan el ya creado. Se vuelven en cierta medida instrumentos de desarrollo independiente, naturalmente en el marco posible de una sociedad capitalista como la de nuestros países.
¿Cuál es el fenómeno actual?  El fenómeno del fascismo en una serie de nuestros países, incluye obligatoriamente la tendencia a la inversión del papel del sector estatal, por la subordinación al capital financiero extranjero y nativo. A veces para argumentar la afirmación que niega el carácter fascista a las dictaduras que nosotros calificamos de fascistas, se suele decir: -¿Cómo pueden ser fascistas las dictaduras que aplican la política económica “liberal” de Milton Freedmann y el FMI? Bien. Qué decir frente a este “argumento” a un objetor que cree de verdad que la política de Freedmann o el FMI son “liberales”. Sí, cierto, se llama “liberal”, pero… es la política del capitalismo monopolista de Estado y de los monopolios en el cumplimiento de sus tareas imperialistas. ¿“Liberalismo” económico? Está bien que lo invoquen los agentes del FMI, pero el FMI ¿es acaso el liberalismo económico? ¿O hace la redistribución de la riqueza de nuestros países en función de la crisis energética y otras, en beneficio del capital financiero, la oligarquía y el imperialismo?
Volviendo al tema. A veces, los fascistas, en determinados países –no en todos- privatizan determinadas industrias estatales. Para ellos, lo más importante es privatizar las industrias, poner la refinación del petróleo al servicio de los bancos, darles el control del comercio frigorífico y de la banca al capital imperialista, levantar el papel del capital financiero, polarizar las fuerzas en su favor. El instrumento aparente es el de “liberalización”, porque apunta contra las defensas tradicionales montadas por los países de América Latina en el plano estatal y del sector estatal, contra la expoliación imperialista.
Difícilmente la utopía regresiva de Milton Freedmann y del FMI podría haber sido aplicada si hubiese sido resistida ya no sólo por el proletariado, sino también por las capas medias, la burguesía y sectores del campo. No podrían haberlo hecho sin la política terrorista y sin la modificación fascista del aparato del Estado. Justamente la empresa fascista es la herramienta política del “tratamiento de choque” de expropiación de la riqueza de nuestros países en beneficio del capital financiero y del imperialismo. Además, con el espejismo del llamado “nuevo crecimiento sano” y en los hechos como instrumento de pasaje práctico a formas de capitalismo monopolista de Estado aún en países dependientes.

LAS FASES DE LA REVOLUCION Y
LA NUEVA REALIDAD DE CLASES

Todo esto trae enormes contradicciones sociales, clase obrera y pueblo contra imperialismo, pero también contra la oligarquía financiera y latifundista, contra la gran burguesía monopolista. Por eso, la revolución latinoamericana desde su comienzo hace confluir los objetivos democráticos, antilatifundistas y antiimperialistas, con los objetivos anticapitalistas, es decir antimonopolistas, ante sectores de la gran burguesía vinculada al imperialismo, el capital financiero, etc. Por lo mismo enlaza estrechamente los factores nacionales antimperialistas y sociales, radicaliza el curso de la revolución, y hace que potencialmente como tendencia, la revolución latinoamericana sea un solo proceso histórico en sus dos fases: antimperialista y democrática, y socialista.
Potencialmente no quiere decir que obligatoriamente deba transcurrir así. Depende de la correlación de clases, del papel del proletariado, del sistema de alianzas, del papel de los Partidos, de las fuerzas avanzadas. Cuando se afirma que Nicaragua irá al socialismo se puede afirmar toda su probabilidad; pero entonces sí que necesita un partido marxista-leninista y la clase obrera como fuerza de vanguardia. Obligatoriamente. Y Fidel, que poseía una honda inspiración socialista, cuando planteó explícitamente objetivos socialistas, formó el Partido de vanguardia, marxista-leninista.
Y esto, compañeros, plantea otros grandes temas.
Los países de América Latina tienen, en su inmensa mayoría, un proceso de urbanización muy particular. Una parte de esa urbanización surgió desde la época de la formación de emporios comerciales en las capitales. Pero en gran parte como proceso del desarrollo deforme capitalista. En la mayoría de las capitales hay grandes centros de población, el 70% de la población activa del Uruguay (1963) es asalariada y la clase obrera el 65% de los asalariados. En Montevideo –según cifras más recientes del censo de 1976-  los asalariados (68,7%) más los desocupados (12,7%) constituyen el 81,4% de la población activa. Y sumamos las cifras porque juntos, asalariados y desocupados son la parte activa y de reserva del “ejército industrial”, de la clase obrera y los asalariados. Estas son cifras que muestran hasta qué punto ha madurado y sobremadurado el aburguesamiento de todas las relaciones sociales, la proletarización aplastante de los trabajadores directos del Uruguay. Pero ¿cuántos son en Buenos Aires, Sao Paulo, Río de Janeiro, Santiago, México, Bogotá, etc.? En fin, en otros países los grandes centros se encuentran también en otros lugares, no sólo en las capitales.
En esta proletarización acelerada de la población y en esta comunidad de hábitat y de coexistencia en la clase, de clase obrera y asalariados en general, se plantea de otro modo el problema de las capas medias. Se afirma, muchas veces, que el gran papel del estudiantado, de la intelectualidad, en la revolución latinoamericana, es propio de los países dependientes y atrasados. Pero en América Latina tiene una forma y característica particular. En su tiempo, nuestro Partido dedicó a ello ciertos trabajos. Yo publiqué un libro llamado “Encuentros y desencuentros de la Universidad con la revolución”, realizamos un gran seminario en el cual participaron destacadas figuras universitarias, incluidos invitados extranjeros. Nuestro camarada José L. Massera publicó otro trabajo sobre la revolución científico-técnica y la revolución en América Latina.
Pero además es un gran tema el de la radicalización de las capas medias, su incorporación al campo de la revolución. La participación de los estudiantes y los intelectuales es un fenómeno latinoamericano, incluso, dentro del cuadro de crecimiento permanente de estas capas y de la reducción casi permanente de la población rural (en Uruguay el 86% de los egresados universitarios es asalariado –cifras de 1972- y según el censo de 1976 la población activa rural descendió de 185 a 173 mil personas, y eso en el país de mayor urbanización del continente).
Significa acaso que en numerosos países el campesinado, los trabajadores del campo han dejado de ser aliados privilegiados del proletariado? Evidentemente no es así. Pero, tampoco se puede ignorar que, desde el punto de vista de las fuerzas que ingresan en la revolución, con esta estructura de clase latinoamericana, no es posible en las condiciones que manejábamos, reducirse a esquemas y creer que nos hallamos en la Rusia de 1905, o los comunistas en los años treinta.
Se trata de una nueva realidad de clases, donde han surgido nuevas fuerzas sociales que incorporan al proceso revolucionario todas sus confusiones, sus radicalismos, sus vacilaciones –todo cuanto se quiera-, pero que constituyen una enorme fuerza revolucionaria,  que el proletariado debe ganar para sí.
O el famoso tema del papel de las burguesías nacionales latinoamericanas. Habitualmente solemos decir que la revolución latinoamericana tiene por fuerzas motrices a la clase obrera como vanguardia, aliada a los campesinos, las capas medias, estudiantes, intelectualidad. De las fuerzas de la revolución dependerá qué sectores de la burguesía media o nacional, habrán de pasar al campo de la revolución o habrán de neutralizarse. Esto es perfecto, esto es liadísimo, porque aquí está resuelto todo.
Sólo que en la vida de las clases sociales, en la realidad de los Partidos, en la realidad de las concretas relaciones entre Partidos y clases, no se presentan así, claramente deslindadas. Claro, que tampoco es verdad que siempre nos hayamos expresado en esta forma por demás sumaria. Por nuestra parte, ya desde 1959 escribimos contra esa reducción de la realidad a los esquemas más abstractos y generales. Se ha dicho muchas veces que la burguesía en América Latina se divide en burguesía entreguista y en burguesía nacional. Ni más ni menos. Pero ¿es realmente así? En este esquema maniqueo, dónde se ubica el APRA (nadie tema de que busquemos su incorporación!), los ADECO de Venezuela, el PRI mexicano, los figueristas, los sectores burgueses que apoyan a Torrijos, dónde los sectores importantes de la gran burguesía brasileña que se reconoce en el MDB y que se ha manifestado contra la dictadura, y que en un clima nacionalista entran en fuertes contradicciones con el imperialismo norteamericano. En fin, dónde colocar a la mayoría de los batllistas del Uruguay, o nuestros buscados presuntos aliados del Partido Nacional. Son partidos heterogéneos, habitualmente son según su propia expresión, “pluriclasistas” y cuando gobierna la burguesía incorpora a otras clases. En resumen, ¿realmente se puede afirmar sueltamente que Andrés Pérez, o Figueres, o López Portillo integran la gran burguesía vendida al imperialismo norteamericano? ¿Se puede decir que son la burguesía nacional media, es decir, una burguesía que no está entrelazada con el imperialismo y que entra en contradicciones con él, en el mercado interior, y que, por lo tanto, potencialmente, como está desempeñando en Nicaragua, puede jugar un papel entre las fuerzas motrices de la revolución? En Cuba no desempeñó ese papel. En Uruguay, difícilmente pueda hacerlo. En otros países, la vida y la correlación de fuerzas lo habrá de decidir.
Hace ya mucho tiempo, casi un cuarto de siglo, escribimos que se podía hablar principalmente de una burguesía media como aliado potencial, pero que no había que exagerar su papel revolucionario en el cuadro de la lucha de clases en América Latina, y que en este sentido no eran admisibles confusiones ni identificaciones con las realidades y procesos que vivían Asia y África, que no se trataba de buscar Nehrus, Sukarnos y otros en América Latina, que había que estudiar en concreto los fenómenos a nivel nacional. Porque aún en el cuadro global de una gran burguesía, hay en su seno sectores que están en contradicción con el imperialismo; que en el plano general de clase marcharán sin duda con el imperialismo, pero que en el cuadro de sus intereses reales (como clase de empresarios que se autodefine como propietaria de su mercado nacional), sus contradicciones son permanentes con el imperialismo. Y de eso se trata cuando apreciamos lo que ocurre ahora en la OEA, o en otro plano cuando analizamos lo ocurrido en Nicaragua. Y es ese complejo panel de la composición interna de la burguesía el que se expresa en la oposición al fascismo, en el apoyo que muchos y amplios sectores latinoamericanos ofrecen a la lucha del pueblo chileno, uruguayo y también e incluso, a nuestro Partido. Con todas sus contradicciones.
Hemos siempre sostenido que, dentro de la misma gran burguesía, era necesario distinguir entre los sectores vendidos, más estrechamente vinculados al capital financiero, sectores de la gran burguesía latifundista y el comercio de intermediación y algunas grandes industrias – lo que hemos llamado la oligarquía y más tarde la “rosca”- por un lado, y por otro lado, los sectores de la burguesía que tienen contradicciones de distinto grado con el imperialismo y que deseando un desarrollo burgués de su país, debido a la tarda hora en que han llegado y al proceso avanzado de la revolución latinoamericana con su áspera lucha de clases y el proletariado transformado en una fuerza madura y consciente, ya no pueden volverse una fuerza estratégica de la revolución ni potencialmente una fuerza motriz, pero si pueden intervenir en su proceso al nivel táctico, en la medida que su resistencia al imperialismo se acrecienta. Todo ello se podría comprobar más prolijamente si buscáramos los ejemplos en la política exterior de ciertos países, incluso en las tendencias de algunos hacia la No alineación.
En nuestro país, calificábamos a este sector como gran burguesía conciliadora, en términos generales, ahora, para facilitar la comprensión, la llamamos burguesía nacional-reformista, calificación más clara, porque es definición política y une los dos elementos más propiamente políticos de la historia política concreta de nuestro país. Para expresar gráficamente la contradicción que vive esta clase y su doble ánima, solíamos decir en tiempos de la “guerra fría” que es una burguesía que “tiene su corazón en Washington, pero su bolsillo en Montevideo”:

LA ESPECIFICIDAD DEL PROCESO
LATINOAMERICANO

Precisamente, compañeros, la complejidad de la situación latinoamericana y el entrelazamiento de la lucha antimperialista y democrática y de la lucha social de clase, producto del desarrollo capitalista, de la profundidad de las crisis de las sociedades latinoamericanas, determina que la revolución esté en el orden del día y que con Cuba haya ya socialismo en América Latina y que pudo éste cristalizar en Chile, y que pueda haberlo en otros países. No son pequeñas cosas.
Por eso, comparar América Latina con Asia y África es, desde luego, por lo menos ajeno a la realidad. Coincidimos con Asia y África porque somos los tres continentes donde se han asentado colonias, semicolonias y la dependencia, pero con diversa repartición de estos elementos comunes. América Latina fue durante largo tiempo y casi solitariamente el continente clásico de la dependencia, fue incluso el material concreto con el cual Lenin elaboró su concepto de “países dependientes” (es profundamente interesante seguir la pequeña historia de la elaboración de este concepto por Lenin en sus “Cuadernos sobre el imperialismo”) –como se sabe Lenin jamás confundió las particularidades de América Latina con las de Asia y África-. Y fue el continente clásico de la dependencia a pesar de que existieran colonias en el Caribe y en ciertos enclaves del continente y otras islas (Belice, las Guayanas, Malvinas, etc.). Pero eran eso: enclaves coloniales en un continente que había realizado en lo fundamental su revolución de independencia hace un siglo y medio largo. Lo que determinó, desde muy temprano, que la historia política y de la estructura social de América Latina se separa bastante esencialmente de la historia política y la estructura social de Asia y África.
Nos ha tocado en suerte ser secretario de la Comisión política de la Conferencia Tricontinental de Asia, África y América Latina cuando su fundación; acabamos de realizar una gran Jornada de solidaridad afro-latinoamericana en Angola, donde se expresara una fervorosa solidaridad de los pueblos y revolucionarios africanos con nuestro pequeño Uruguay. Es decir conocemos en profundidad el inmenso papel de la comunidad estratégica de intereses de nuestros pueblos, de los pueblos de Asia, África y América Latina. Eso es una cosa: la gran coincidencia contra el imperialismo, de parte de las fuerzas más oprimidas y más explotadas por el imperialismo.
Pero desde el punto de vista de la historia, casi todos nuestros países fueron independientes a principios del siglo XIX o, como Cuba, al comenzar este siglo. Este no es un hecho político formal. Eso modificó la historia, las estructuras y las características de nuestras clases. Modificó la historia de la acumulación interna de riqueza material, adelantó la hora de su conversión en capital, precipitó una más temprana comparición de las clases modernas, burguesía y proletariado y en consecuencia hizo de la lucha moderna de clases, una parte creciente e irreversible de la historia en general de América Latina.
Y ésta es hoy la consecuencia del carácter desfasado del proceso autónomo de los tres continentes. Los niveles de desarrollo capitalista de nuestros países no tienen nada que ver con los de Asia y África, salvo contadas excepciones. Desde el punto de vista del desarrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción (por favor!, no estamos hablando de la acumulación de palacios y Rolls Royce!) el país más desarrollado de Asia es menos desarrollado –como conjunto- que Argentina, Brasil y México, también incluso que Chile, Uruguay, etc. Es decir, desde el punto de vista de las estructuras sociales, son problemas diferentes.
No es casual que el grueso de la revolución africana fue esencialmente política en su comienzo. No es casual que el tema del neocolonialismo se plantee de inmediato. No es casual que el gran problema que tuvieron o tienen los países revolucionarios es la carencia casi total de proletariado, es la existencia de relaciones clánicas, tribales, de odios y enfrentamientos tribales y raciales, como secuela de la política colonial y el trágico destino africano de reservorio de mano de obra esclava en la prolongada etapa de la acumulación original del capitalismo. No es casual que en Asia, incluso en países tan desarrollados como India, y tanto más en Indonesia, Filipinas, etc., la inercia de la comunidad agraria, de la consanguinidad, de las castas, sean todavía hoy un problema a resolver. Ni es casual que en China y Kampuchea, la revolución haya pagado un pesadísimo y dramático tributo a estas diferencias radicales de estructura, que, por ejemplo, Cuba no se vio obligada a pagar, a partir del nivel relativamente alto de las relaciones capitalistas que heredó la revolución socialista.
Y se podría seguir: qué tiene que ver el proletariado de América Latina con el africano o asiático; qué relación existe entre el “coolí” chino de antes de la revolución con el proletariado de San Pablo, Buenos Aires, México, Santiago, Montevideo, Caracas, Bogotá, etc. Absolutamente nada que ver.
En fin, se suele plantear que el acelerado curso de la revolución científico-técnica acentúa las diferencias entre el desarrollo de América Latina y los grandes centros del imperialismo, y que con ello se profundiza el atraso de América Latina. Sí, es verdad. Pero también es verdad que esto también acentúa esas diferencias incluso con países de Europa, con Portugal, España, Grecia, y se acentúa incluso –en otras medidas- entre los propios países imperialistas. Porqué asombrarse que siga teniendo validez la ley leninista del desarrollo desigual, tanto más desigual cuanto más avancen las fuerzas productivas. Sin duda, que esto no puede constituir un “descubrimiento científico”. Pero si de esa diferencia cuantitativa entre los índices de producción del imperialismo y América Latina se intenta transformarla en una desvalorización del nivel alcanzado de las relaciones capitalistas en América Latina, entonces el asunto cambia, nos encontramos ante un “regreso” científico. Lo que sirve para medir el grado de desarrollo capitalista (según un hombre de mucha barba que se llamara Carlos Marx) es el sistema generalizado de intercambio de mercancías y el paso de los productores directos masivamente al trabajo asalariado y el despojo de sus medios de producción acumulados como capital, estrechamente unidos y actuantes unos con otros. Y hay, sin duda, capitalismo más o menos desarrollado según el grado de fuerzas productivas expropiadas por el capital, lo que se expresa empíricamente en mayor o menor desarrollo de la tecnología, mayor concentración del capital y de la producción, es decir mayor nivel de desenvolvimiento de las fuerzas productivas como “fuerzas productivas del capital”, por eso la caracterización como capitalista de una sociedad debe buscarse en su base, las relaciones de producción, punto de partida de la ulterior expropiación de las fuerzas productivas, y se mide por el nivel cualitativo de estas fuerzas productivas, pero no tomadas “tecnológicamente” en sí, sino como nivel cualitativo de las fuerzas productivas expropiadas y convertidas en capital.

III

EL DEBATE SOBRE FASCISMO
EN AMERICA LATINA

            Y sobre esta base, compañeros, es que surge todo el problema del fascismo y todos los debates conocidos. Nos adelantamos a decir que sobre esto no hay desacuerdos entre los Partidos Comunistas de América Latina. Los desacuerdos surgen de vez en vez, cuando el debate sale del modesto terreno de los políticos para ingresar en el debate entre científicos. Y es verdad, que comienzan ya a caer o a descomponerse las dictaduras fascistas y todavía se persiste en discutir o problematizar el análisis y las conclusiones de nuestros Partidos en torno al fascismo.

TIRANÍAS DE ANTAÑO
 Y FASCISMO HOGAÑO

            El  fenómeno del fascismo es nuevo en América Latina. Es nuevo como estructura fascista del Estado, como su expresión en gobiernos caracterizados como fascistas, independientemente de que en el pasado de América Latina siempre hubo tiranías asesinas, terroristas; por más que la tortura "civilizada" que hoy aplican los fascistas uruguayos, ya se aplicaba en forma más  primitiva y más grosera y más bestial por las dictaduras de viejo cuño.
            Pero ese no es el gran tema. El tema es, si los regímenes instalados, a partir de la contraofensiva del imperialismo y el fascismo en América Latina para cerrar el paso a la revolución latinoamericana, son regímenes fascistas o son simplemente "ricorsi" de las viejas tiranías latinoamericanas.
            No es lo mismo "El Señor Presidente" de Miguel Ángel Asturias, o el dictador de "El Otoño del Patriarca" o de "El Recurso del Método". Son y representan socialmente otras clases sociales. Representaban la burguesía comercial entreguista, el imperialismo y sectores del latifundio tradicional. Los dictadores, las "juntas" de hoy, representan el capital financiero, las oligarquías financieras y bancarias y ciertos sectores del latifundio (a su vez, diverso del tradicional).
            El desarrollo capitalista de América Latina y la hipertrofia del capital financiero y los monopolios, aburguesando incluso sectores del latifundio, ha modificado la estructura de las clases dominantes del continente. Como se puede demostrar con cifras, con estadísticas, con estudios sociológicos. Y esto sucede en Chile, en Argentina, en Uruguay, en Brasil, está sucediendo en Perú, sucede en Colombia como lo demuestran los estudios de su Partido y de otros especialistas; se halla en marcha en Venezuela, y se desenvuelve en medidas altas en México, etc.
            Segundo, no se trata solo del problema de la modificación de las clases dominantes. Porque estas dictaduras, son, como lo fueron los regímenes fascistas clásicos, la respuesta contrarrevolucionaria, terrorista, con su montaje de la estructura de un nuevo aparato de Estado, de una nueva estructura estatal por las oligarquías y el imperialismo, como respuesta - decíamos- al auge de la revolución, al desarrollo altísimo de la lucha de clases.
            Tercero, va unido a un proceso económico de ajuste de la economía del país. Surge de inmediato un índice de incremento en favor del capital financiero, del imperialismo y de la oligarquía financiera, de lo que algunos economistas llaman el paso del capitalismo medio y  monopolista a formas de capitalismo monopolista de Estado.
            Cuando realizamos análisis de este tipo, no nos dejamos vencer por simples reacciones emocionales, o para decir rabiosamente un insulto más descalificante a la dictadura de nuestro país (o de nuestros países, calificados como fascistas). Como si nos facilitara la tarea de decirles tiranos o dictadores y pasar a decirles fascistas, como insulto de mayor calibre. Tal como hacen, pero a la inversa, los que llaman a estos gobiernos "fascistoides", al mismo tiempo que niegan validez científica a nuestro análisis.
            No. No es éste el problema. El problema es el del análisis real. Muchas veces hemos criticado justamente a la tendencia de ultraizquierda por su ligereza en calificar como fascista a todo gobierno represivo, como ocurriera en nuestro país, cuando gobiernos constitucionales, que aplicaban una política de violencia antipopular, eran definidos ya como fascistas, sin advertir que justamente la lucha popular decidía al mismo tiempo la permanencia de los mecanismos del Estado democrático-burgués (elecciones, actividad del Parlamento e instituciones representativas, actividad de los partidos incluido -sobre todo- del partido de vanguardia y del frente democrático, actividad y lucha desplegada de las organizaciones de masas, etc.). Y por eso mismo impedía, hasta que la lucha no llegara a su desenlace, que ese gobierno y ese Estado fueran fascistas.

LA DEFINICIÓN DIMITROVIANA Y
EL FASCISMO LATINOAMERICANO.

            Cuando se realiza una discusión entre camaradas, cuando el tema se halla a nivel científico, conviene siempre apelar a la historia del movimiento y a las conclusiones científicas elaboradas por nuestro movimiento, como fruto de la experiencia histórica de la lucha contra el fascismo en su primera aparición. Y en esto es casi obligatorio recordar la clásica caracterización de Dimitrov, que por supuesto no agota la realidad, como no lo hace jamás ninguna definición –nos recordaba Lenin-.
            Dimitrov decía que el fascismo es la dictadura descarada de los elementos más reaccionarios, chovinistas e imperialistas del capital financiero. Por nuestra parte, afirmamos que el fascismo en nuestros países, en los países de mayor desarrollo capitalista relativo de América del Sur, es la dictadura descarada del capital financiero enlazado a los sectores más regresivos de las clases dominantes, promovido y sostenido por el imperialismo de EEUU, en particular por sus círculos más belicosos y recalcitrantes encabezados por el Pentágono.
            El principal instrumento de estas dictaduras son hoy las fuerzas armadas, a pesar de las importantes corrientes nacionalistas, patrióticas y democráticas de diverso género que en su seno se han expresado en diferentes países. Es la tentativa de ajuste feroz de cuentas con la clase obrera, el movimiento liberador e incluso con las tendencias nacional-reformistas de la burguesía. Es una empresa de exterminio, (según planes de conocida inspiración de la CIA y el Pentágono) de los cuadros comunistas, antimperialistas y democráticos.
            Las nuevas inversiones e implantaciones de capital de los monopolios imperialistas y el fortalecimiento de los monopolios nativos y los grandes terratenientes a costa de toda la sociedad, los constriñe -según su propia confesión- a barrer todas las formas democráticas y adecuar el aparato de Estado a la función de total ejecutor y guardián de ese forzado reajuste general, económico, social y político. Ya me he referido a la política económica del fascismo. El fascismo no ha logrado estructurar partidos de masas (¡no les faltaron ganas!). A falta de partidos de masas como los que particularizaron al fascismo alemán e italiano, las FF.AA. controladas por mandos de ultraderecha, capturan con pretensión vitalicia, los resortes del aparato de Estado (fenómeno propio también de ciertos fascismos de Europa central y oriental). La formación en algunos países de un complejo económico-militar, con su cara infaltable, la corrupción, completan el cuadro. No hace falta decirlo, en las proporciones y escala de nuestros países.
            El fascismo latinoamericano es eminentemente entreguista. Es decir, esta unido al imperialismo norteamericano. No hace falta hacer una pormenorizada descripción de otro aspecto del fascismo analizado, el ajuste feroz, terrorista, de cuentas con la revolución, con nuestros Partidos, con los revolucionarios y demócratas. Es por todos conocido.
            La reestructuración del aparato del Estado en sentido fascista, la liquidación de Parlamentos, la supeditación del tradicionalmente autónomo poder judicial a la jerarquía administrativa de las fuerzas represivas, el control de la Universidad, de los centros de enseñanza para la maceración ideológica de las jóvenes generaciones y liquidación del papel revolucionario de la juventud y los estudiantes, la introducción de los militares en todos los sectores del aparato del Estado, que no es sino la peculiar política del fascismo en el reclutamiento del aparato del Estado. En el plano de su definición anticomunista y contrarrevolucionaria en política exterior, predica la tercera guerra mundial y la total entrega al imperialismo.
            Pensamos que esto es suficiente para demostrar la coincidencia entre el método y los resultados teóricos-políticos dimitrovianos, de la III Internacional, y los realizados en la situación concreta del fascismo latinoamericano por nuestros partidos.

SOBRE ALGUNAS OTRAS OBJECIONES A LA
CARACTERIZACIÓN DE NUESTROS PARTIDOS

            Nos adelantamos a otras objeciones, aquellas que recalcan que el fascismo es exclusivo de los países de alto desarrollo capitalista, imperialistas y que no puede darse en países de menor desarrollo, que además son dependientes, donde no tienen partidos de masas.
            Bien. ¿Acaso es un rasgo obligatorio del fascismo poseer partidos de masas? Argumentaría primero, que quienes reclaman la puntual comparecencia de los partidos de masas en el fascismo latinoamericano, rigurosamente organizados como en Italia o Alemania, están reclamando la repetición puntillosa de los fenómenos históricos, aún en sus detalles y en sus peculiaridades históricas, que hacen al fascismo en Alemania, fascismo alemán y al fascismo en Hungría, fascismo húngaro; pretenden, pues, que categoría general y fenómeno concreto se identifiquen sin descarte, es decir que pierdan su sentido las categorías de lo abstracto y lo concreto.
            Pero, Dimitrov, antes que nosotros los partidos comunistas latinoamericanos, había dado su respuesta a esta objeción metafísica. En el VII Congreso de la Internacional. Dimitrov decía que en países como Yugoslavia, Rumania, Hungría, etc. se habían instaurado regímenes fascistas, que al carecer de partidos de masas sobre los cuales sostenerse, utilizaban el ejército y la policía para el cumplimiento de las funciones atribuidas a tales partidos en otros regímenes fascistas, de modo tal que les permitiese modificar la estructura del Estado y entre tanto intentar la formación de tales partidos. En una palabra, la objeción se disuelve, porque el fenómeno concreto era también preexistente en los países de Europa en los años del surgimiento del fascismo y porque ya el Séptimo Congreso de la III Internacional supo deslindar las especificidades del fascismo en los países que carecían de partidos de masas.
            Fenómeno, que, a poco andar del análisis, vemos brotar por doquier, como especificidad muy general - si se nos permite la paradoja -. ¿Cómo ha sido calificado el régimen de los "coroneles griegos"? En primer lugar el Partido Comunista, alma de la resistencia y la derrota del fascismo griego, y naturalmente, el consenso indiscutido del movimiento en su conjunto, jamás dudó en calificar como fascista al régimen de la junta militar griega.
            El otro "argumento": son incompatibles el carácter de fascismo y la simultánea calidad de país dependiente. El Partido Comunista de Portugal, los informes y escritos de Álvaro Cunhal que conocen Europa,  el fascismo y conocen su país, siempre han caracterizado el régimen de Salazar (y luego Caetano) como fascista, hasta que fue volteado por la revolución de los claveles. En documentos incluso recientes, el camarada Cunhal confirma que en Portugal había una dictadura del capital financiero y de los grandes latifundistas, al servicio del imperialismo, caracterizando así el fascismo portugués, de no muy diversa manera a como lo hacen nuestros Partidos. Y desde Lenin en sus ya clásicos análisis de "El imperialismo fase superior...", confirmado por todos los análisis y documentos del Partido Comunista Portugués, se caracteriza a Portugal como país dependiente. Salvo que se afirme que Lenin y el Partido Comunista de Portugal se equivocaron. Cosa que pudo haber ocurrido. Pero ocurrió que no se equivocaron, porque son dialécticos y no metafísicos. En resumen, Portugal era un país dependiente y fascista. Y así caminaron juntas ambas definiciones durante 40 años. ¿Por qué nos está vedado a nosotros, los modestos comunistas uruguayos, de realizar un análisis semejante?
            En fin, un tercer "argumento": el fascismo es propio solo de países de alto desarrollo capitalista.
            Yugoslavia, Rumania, Hungría, Bulgaria, etc. no alcanzaron entonces el desarrollo capitalista logrado actualmente por los países latinoamericanos, donde está en discusión. Eran mucho más atrasados. Pero aún más. Y era válida esta afirmación en la comparación contemporánea de muchos de nuestros países con los de Europa Central y Oriental. En los años 30, p. ej. Argentina y Uruguay eran países capitalistas, con  resabios precapitalistas. Y, por el contrario, en casi todos estos países de Europa Central y oriental, salvo en Bulgaria, hubo que hacer la revolución agraria y antifeudal, desde el punto de vista del campo y de los niveles de desarrollo capitalista.
            De acuerdo a los antecedentes históricos concretos – no le reconocemos estatura a las construcciones especulativas – parecería que se puede hablar de fascismo en países dependientes, en países donde carece de partidos de masas como el “fascio” italiano o alemán. Se puede hablar de fascismo en países que no son de muy alto desarrollo capitalista o imperialistas (o en caso contrario llegaríamos al extremo de que solo puede haber fascismo en EEUU, Japón, Inglaterra, Alemania Federal, Italia, Francia, Canadá y algunos otros).
            Creo, compañeros, que a veces, también se erra cuando se considera el fascismo en una dimensión economicista, como si el fascismo fuese la forma de pasaje obligatoria del capitalismo monopolista al capitalismo monopolista de Estado. Esto es, (a veces) parte de la verdad, puede ser una verdad, es decir una tendencia de las clases dominantes de un determinado país. Pero así planteado es una reducción economicista, porque excluye – nada menos – el carácter contrarrevolucionario del fascismo, su función de ajuste de cuentas con la revolución en ascenso, con la clase obrera y el pueblo, la intervención del imperialismo. Es decir, se llega a una definición puramente del nivel económico del proceso y que además contiene en sí los elementos de una contradicción con la realidad. Alemania era ya un país de viejo capital monopolista de Estado antes de irrumpir el fascismo en 1933. ¿Por qué no hubo necesidad de fascismo en EEUU y la inmensa mayoría de los países donde el capital monopolista de Estado es ya su forma de existencia? Pero, en América latina ¿por qué un tránsito tal no necesitó del fascismo en México?... y “cruz diablo” que no lo haya tampoco.

°°°
Compañeros, creo desde este punto de vista – y discúlpenme la extensión de la apertura de este debate – que las discusiones que no se hacen directamente, defecto actual en el movimiento, deben sin duda hacerse mejor si las realizamos directamente, en torno a una mesa, en una conferencia de camaradas para arribar a acuerdos e intercambios de opiniones y experiencias. El fascismo está ahí, frente a los comunistas y ha determinado que la Conferencia de los Partidos del continente haya debido incluir un capítulo especial sobre el carácter fascista de las dictaduras de América Latina.
            Pero esto tiene una enorme proyección. La estrategia frente al fascismo es una: unidad y convergencia de todos los enemigos del fascismo. Hay que voltear al fascismo. Y la estrategia y la táctica confluyen en un objetivo: sacudirse de encima el fascismo por cualquier medio, reunir todas las fuerzas. Decimos unidad y convergencia y no solo unidad. Porque hay fuerzas con las cuales jamás nos vamos a unir en un proceso democrático avanzado, pero que, por razones diversas, se encuentran hoy con que el fascismo que les pisotea la cabeza desde el punto de vista económico. Puede ocurrir incluso con ciertas fuerzas de las más conservadoras, que hoy conversemos con ellas de cómo derribar el fascismo, aunque más tarde tales fuerzas por sus intereses de clase conmovidos puedan reclamar la represión contra el ascenso obrero y popular. Podría ser esto lo que pudiera ocurrir con ciertos altos sectores ganaderos del Uruguay.
            Concluyo, compañeros, pidiéndoles perdón por lo extenso de mi intervención, por más que en esto de arrepentimientos siempre es bueno recordar lo que Eloísa le escribiera a Abelardo cuando fuera internada en el convento: “Sufro mucho por los pecados cometidos, pero más todavía por los que no podré cometer”.

Noviembre de 1979

Publicado de acuerdo al original.