El 5 de mayo de 1818 nació quien significó y significa un
antes y un después en la vida de la humanidad, en su lucha contra el
capitalismo y todo el pasado marcado por la opresión del hombre por el hombre.
Fundador de la teoría de la liberación
de los trabajadores y los pueblos, a quienes dedicó su vida,
comprendiendo y forjando su papel como sujeto transformador de la realidad, convocándolos
a terminar con la prehistoria social y abrir camino a la nueva historia. En
este articulo, Lenin, con brillante e incisiva pluma, con un lenguaje llano y
claro expone y da a conocer el pensamiento y las enseñanzas de Carlos Marx (5 de
mayo de 1818 – 14 de marzo de 1883).
V.I Lenin
CARLOS MARX (1914)
(BREVE ESBOZO BIOGRÁFICO, CON UNA
EXPOSICIÓN
DEL MARXISMO)[1]
Escrito: De julio a noviembre de
1914.
Publicado por vez primera: En
1915, en el Diccionario
Enciclopédico Granat, 7a edición,
tomo XXVIII.
PRÓLOGO
El artículo sobre Carlos Marx,
que hoy aparece en folleto, lo escribí (si mal no recuerdo) en 1913 para el
Diccionario Granat. Al final del artículo se agregaba una bibliografía bastante
detallada sobre Marx, que abarcaba sobre todo publicaciones extranjeras. Esta bibliografía
no figura en la presente edición.
Además, la Redacción del
diccionario, por su parte, teniendo en cuenta la censura, suprimió la porción
final del artículo, en la que exponía la táctica revolucionaria de Marx. Por
desgracia no me ha sido posible reconstruir aquí dicha parte, pues el borrador
lo dejé no sé dónde, con mis papeles, en Cracovia o Suiza. Sólo recuerdo que al
final de mi artículo citaba, entre otras cosas, el pasaje de la carta de Marx a
Engels del 16 de abril de 1856, en la que el primero decía: “Todo el asunto
dependerá en Alemania de la posibilidad de cubrir la retaguardia de la
revolución proletaria mediante una segunda edición de la guerra campesina. De
esta manera la cosa será espléndida”. Esto es lo que no entendieron, desde 1905,
nuestros mencheviques, que en la actualidad han llegado incluso a traicionar
completamente al socialismo y a pasarse al campo de la burguesía.
N. Lenin
Moscú, 14 de mayo de 1918.
Publicado en 1918 en el folleto:
N. Lenin, Carlos Marx, Ed. Priboi, Moscú.
Se publica de acuerdo al
manuscrito.
V.I Lenin
CARLOS MARX
Carlos Marx nació el 5 de mayo
(según el nuevo calendario) de 1818 en Tréveris (ciudad de la Prusia renana).
Su padre era un abogado judío, convertido en 1824 al protestantismo. La familia
de Marx era una familia acomodada, culta, pero no revolucionaria. Después de
terminar en Tréveris sus estudios de bachillerato, Marx se inscribió en la universidad,
primero en la de Bonn y luego en la de Berlín, estudiando jurisprudencia y,
sobre todo, historia y filosofía. En 1841 terminó sus estudios universitarios,
presentando una tesis sobre la filosofía de Epicuro. Por sus concepciones, Marx
era entonces todavía un idealista hegeliano.
En Berlín se adhirió al círculo
de los “hegelianos de izquierda” (Bruno Bauer y otros), que se esforzaban por
extraer de la filosofía de Hegel conclusiones ateas y revolucionarias.
“Hay que haber vivido la influencia
liberadora” de estos libros, escribía Engels años más tarde refiriéndose a esas
obras de Feuerbach. “Nosotros [es decir, los hegelianos de izquierda, entre
ellos Marx] nos hicimos en el acto feuerbachianos.”[2] Por aquel tiempo, los
burgueses radicales renanos, que tenían ciertos puntos de contacto con los
hegelianos de izquierda, fundaron en Colonia un periódico de oposición, la
Gaceta del Rin (cuyo primer número salió el 1 de enero de 1842). Marx y Bruno
Bauer fueron invitados como principales colaboradores; en octubre de 1842 Marx
fue nombrado redactor jefe del periódico y se trasladó de Bonn a Colonia. La
tendencia democrática revolucionaria del periódico fue acentuándose bajo la
jefatura de redacción de Marx, y el gobierno lo sometió primero a una doble
censura y luego a una triple, hasta que decidió más tarde suprimirlo totalmente
a partir del 1 de enero de 1843. Marx se vio obligado a abandonar su puesto de
redactor jefe en esa fecha, sin que su salida lograse tampoco salvar al
periódico, que fue clausurado en marzo de 1843. Entre los artículos más
importantes publicados por Marx en la Gaceta del Rin, Engels menciona, además
de los que citamos más adelante (véase la Bibliografía ) el que se refiere a la
situación de los campesinos viticultores del valle del Mosela.
Como su labor periodística le
había demostrado que conocía insuficientemente la economía política, Marx se
dedicó afanosamente al estudio de esta ciencia.
En 1843, Marx se casó en
Kreuznach con Jenny von Westphalen, amiga suya de la infancia, con la que se
había comprometido cuando todavía era estudiante. Su esposa pertenecía a una
reaccionaria familia aristocrática de Prusia. Su hermano mayor fue ministro del
Interior en Prusia durante una de las épocas más reaccionarias, desde 1850 hasta
1858. En el otoño de 1843 Marx se trasladó a París con objeto de editar en el
extranjero una revista de tendencia radical en colaboración con Arnold Ruge
(1802-1880; hegeliano de izquierda, encarcelado de 1825 a 1830, emigrado desde
1848, y partidario de Bismarck entre 1866 y 1870).
De esta revista, titulada Anales
franco-alemanes, sólo llegó a ver la luz el primer fascículo. Las dificultades
con que tropezaba la difusión clandestina de la revista en Alemania y las
discrepancias surgidas entre Marx y Ruge hicieron que se suspendiera su
publicación. En los artículos de Marx en los Anales vemos ya al revolucionario
que proclama la necesidad de una “crítica implacable de todo lo existente”, y,
en particular, de una “crítica de las armas”[3] que apele a las masas y al
proletariado.
En septiembre de 1844 llegó a
París, por unos días, Federico Engels, quien se convirtió, desde ese momento,
en el amigo más íntimo de Marx. Ambos tomaron conjuntamente parte activísima en
la vida, febril por entonces, de los grupos revolucionarios de París (especial
importancia revestía la doctrina de Proudhon, a la que Marx ajustó cuentas
resueltamente en su obra Miseria de la filosofía, publicada en 1847) y, en
lucha enérgica contra las diversas doctrinas del socialismo pequeñoburgués,
forjaron la teoría y la táctica del socialismo proletario revolucionario, o
comunismo (marxismo). Véanse, más adelante, en la Bibliografía, las obras de
Marx de esta época, años de 1844 a 1848. En 1845, a instancias del gobierno
prusiano, Marx fue expulsado de París como revolucionario peligroso,
instalándose entonces en Bruselas. En la primavera de 1847, Marx y Engels se
afiliaron a una sociedad secreta de propaganda, la Liga de los Comunistas,
tuvieron una participación destacada en el II Congreso de esta organización
(celebra do en Londres en noviembre de 1847) y por encargo del Congreso
redactaron el famoso Manifiesto del Partido Comunista que apareció en febrero
de 1848. En esta obra se traza, con claridad y brillantez geniales, una nueva
concepción del mundo: el materialismo consecuente, aplicado también al campo de
la vida social; la dialéctica como la doctrina más completa y profunda del
desarrollo; la teoría de la lucha de clases y de la histórica misión
revolucionaria universal del proletariado como creador de una nueva sociedad,
la sociedad comunista.
Al estallar la revolución de
febrero de 1848, Marx fue expulsado de Bélgica. Se trasladó nuevamente a París,
y desde allí, después de la revolución de marzo, marchó a Alemania, más
precisamente, a Colonia. Desde el 1 de junio de 1848 hasta el 19 de mayo de
1849, se publicó en esta ciudad la Nueva Gaceta del Rin, de la que Marx era el
redactor jefe. El curso de los acontecimientos revolucionarios de 1848 a 1849
vino a confirmar de manera brillante la nueva teoría, como habrían de
confirmarla en lo sucesivo los movimientos proletarios y democráticos de todos
los países del mundo. La contrarrevolución triunfante hizo que Marx
compareciera, primero, ante los tribunales (siendo absuelto el g de febrero de
1849) y después lo expulsó de Alemania (el 16 de mayo de 1849). Marx se dirigió
a París, de donde fue expulsado también después de la manifestación del 13 de
junio de 1849[4]; entonces marchó a Londres, donde pasó el resto de su vida.
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El joven Marx |
Las condiciones de vida en la
emigración eran en extremo duras, como lo revela con toda claridad la
correspondencia entre Marx y Engels (editada en 1913). La miseria asfixiaba
realmente a Marx y a su familia; de no haber sido por la constante y abnegada
ayuda económica de Engels, Marx no sólo no hubiera podido acabar El Capital,
sino que habría sucumbido inevitablemente bajo el peso de la miseria. Además,
las doctrinas y tendencias del socialismo pequeñoburgués, no proletario en
general, que predominaban en aquella época, obligaban a Marx a librar
constantemente una lucha implacable, y a veces a repeler (como hace en su obra
Herr Vogt [5] los ataques personales más rabiosos y salvajes. Manteniéndose al
margen de los círculos de emigrados y concentrando sus esfuerzos en el estudio
de la economía política, Marx desarrolló su teoría materialista en una serie de
trabajos históricos (véase la Bibliografía). Con sus obras Contribución a la
crítica de la economía política (1859) y El Capital (t. I, 1867), Marx provocó
una verdadera revolución en la ciencia económica (véase más adelante la
doctrina de Marx).
El recrudecimiento de los
movimientos democráticos, a fines de la década del 50 y durante la del 60,
llevó de nuevo a Marx a la actividad práctica. El 28 de septiembre de 1864 se fundó
en Londres la famosa Primera Internacional, la “Asociación Internacional de los
Trabajadores”. Marx fue el alma de esta organización, el autor de su primer
“Llamamiento” y de gran número de sus resoluciones, declaraciones y
manifiestos. Unificando el movimiento obrero de los diferentes países,
orientando por el cauce de una actuación conjunta a las diversas formas del
socialismo no proletario, premarxista (Mazzini, Proudhon, Bakunin, el
tradeunionismo liberal inglés, las vacilaciones derechistas lassalleanas en
Alemania, etc.), a la par que combatía las teorías de todas estas sectas y
escuelas, Marx fue forjando la táctica común de la lucha proletaria de la clase
obrera en los distintos países. Después de la caída de la Comuna de París en
1871, que Marx analizó (en La guerra civil en Francia, 1871) de modo tan
profundo, certero, brillante y eficaz, como revolucionario — y a raíz de la
escisión de la Internacional provocada por los bakuninistas —, esta última ya
no pudo seguir existiendo en Europa. Después del Congreso de La Haya (1872),
Marx consiguió que el Consejo General de la Internacional se trasladase a Nueva
York. La primera Internacional había cumplido su misión histórica y dejaba paso
a una época de desarrollo incomparablemente más amplio del movimiento obrero en
todos los países del mundo, época en que este movimiento había de desplegarse
en extensión, con la creación de partidos obreros socialistas de masas dentro
de cada Estado nacional.
Su intensa labor en la
Internacional y sus actividades teóricas, aún más intensas, minaron
definitivamente la salud de Marx. Prosiguió su obra de relaboración de la
economía política y se consagró a terminar El Capital, recopilando con este fin
multitud de nuevos documentos y poniéndose a estudiar varios idiomas (entre
ellos el ruso), pero la enfermedad le impidió concluir El Capital.
El 2 de diciembre de 1881 murió
su esposa, y el 14 de marzo de 1883 Marx se quedó dormido apaciblemente para
siempre en su sillón. Está enterrado, junto a su mujer, en el cementerio
londinense de Highgate. Varios hijos de Marx murieron en la infancia en
Londres, cuando la familia vivía en la miseria. Tres de sus hijas se casaron
con socialistas de Inglaterra y Francia: Eleonora Eveling, Laura Lafargue y
Jenny Longuet. Un hijo de esta última es miembro del Partido Socialista
Francés.
LA DOCTRINA DE MARX

El Materialismo Filosófico
Desde 1844-1845, años en que se
formaron sus concepciones, Marx fue materialista y, especialmente, partidario
de Ludwig Feuerbach, cuyos puntos débiles vio, más tarde, en la insuficiente
consecuencia y amplitud de su materialismo. Para Marx, la significación
histórica universal de Feuerbach, que “hizo época”, residía precisamente en el hecho
de haber roto en forma resuelta con el idealismo de Hegel y proclamado el
materialismo, que ya “en el siglo XVIII, sobre todo en Francia, representaba la
lucha, no sólo contra las instituciones políticas existentes y al mismo tiempo
contra la religión y la teología, sino también [. .] contra la metafísica en
general” (entendiendo por ella toda “especulación ebria”, a diferencia de la
“filosofía sobria”) (La Sagrada Familia, en La herencia literaria ). “Para
Hegel — escribía Marx —, el proceso del pensamiento, al que él convierte
incluso, bajo el nombre de idea, en sujeto con vida propia, es el demiurgo de
lo real [. . .]. Para mí lo ideal no es, por el contrario, más que lo material
traducido y traspuesto a la cabeza del hombre.” (C. Marx, El Capital, t. I,
“Palabras finales a la 2a ed.”). Mostrándose plenamente de acuerdo con esta
filosofía materialista de Marx, F. Engels escribía lo siguiente, al exponerla
en su Anti-Dühring (véase ), obra cuyo manuscrito conoció Marx: . . . “La
unidad del mundo no existe en su ser, sino en su materialidad, que ha sido
demostrada [. . .] en el largo y penoso desarrollo de la filosofía y de las
ciencias naturales [. . .]. El movimiento es la forma de existencia de la
materia. Jamás, ni en parte alguna, ha existido ni puede existir materia sin
movimiento, ni movimiento sin materia [. . .]. Pero si seguimos preguntando qué
son y de dónde proceden el pensar y la conciencia, nos encontramos con que son
productos del cerebro humano y con que el mismo hombre no es más que un producto
de la naturaleza, que se ha desarrollado en un determinado ambiente natural y
junto con éste; por donde llegamos a la conclusión lógica de que los productos
del cerebro humano, que en última instancia no son tampoco más que productos de
la naturaleza, no se contradicen, sino que corresponden al resto de la
concatenación de la naturaleza”. “Hegel era idealista, es decir, que para él
las ideas de nuestra cabeza no son reflejos [Abbilder, esto es, imágenes, pero
a veces Engels habla de “reproducciones”] más o menos abstractos de los objetos
y fenómenos de la realidad, sino que los objetos y su desarrollo se le
antojaban, por el contrario, imágenes de una idea existentes no se sabe dónde,
ya antes de que existiese el mundo.” En Ludwig Feuerbach [6], obra en la que
Engels expone sus ideas y las de Marx sobre la filosofía de Feuerbach, y cuyo
original envió a la imprenta después de revisar un antiguo manuscrito suyo y de
Marx, que databa de los años 1844-1845, sobre Hegel, Feuerbach y la concepción
materialista de la historia, escribe Engels:
“El gran problema cardinal de
toda filosofía, especialmente de la moderna, es el problema de la relación
entre el pensar y el ser, entre el espíritu y la naturaleza [. . .]. ¿Qué está
primero: el espíritu o la naturaleza? [. . .] Los filósofos se dividieron en
dos grandes campos, según la contestación que diesen a esta pregunta. Los que
afirmaban que el espíritu estaba antes que la naturaleza y que, por lo tanto,
reconocían, en última instancia, una creación del mundo bajo una u otra forma
[. . .], constituyeron el campo del idealismo.
Los demás, los que reputaban la
naturaleza como principio fundamental, adhirieron a distintas escuelas del
materialismo”. Todo otro empleo de los conceptos de idealismo y materialismo
(en sentido filosófico) sólo conduce a la confusión. Marx rechazaba
enérgicamente, no sólo el idealismo — vinculado siempre, de un modo u otro, a
la religión —, sino también los puntos de vista de Hume y Kant, tan difundidos
en nuestros días, es decir, el agnosticismo, el criticismo y el positivismo en
sus diferentes formas; para Marx esta clase de filosofía era una concesión
“reaccionaria” al idealismo y, en el mejor de los casos, una “manera
vergonzante de aceptar el materialismo bajo cuerda y renegar de él públicamente”.
Sobre esto puede consultarse, además de las obras ya citadas de Engels y Marx,
la carta de este último a Engels, fechada el 12 de diciembre de 1868, en la que
habla de unas manifestaciones del célebre naturalista T. Huxley. En ella, a la
vez que hace notar que Huxley se muestra “más materialista” que de ordinario, y
reconoce que “si observamos y pensamos realmente, nunca podemos salirnos del
materialismo”, Marx le reprocha que deje abierto un “portillo” al agnosticismo,
a la filosofía de Hume. En particular debemos destacar la concepción de Marx
acerca de las relaciones entre la libertad y la necesidad: “La necesidad sólo
es ciega en cuanto no se la comprende. La libertad no es otra cosa que el
conocimiento de la necesidad”
(Engels, Anti-Dühring) =
reconocimiento de la sujeción objetiva de la naturaleza a leyes y de la
transformación dialéctica de la necesidad en libertad (a la par que de la
transformación de la “cosa en sí” no conocida aún, pero cognoscible, en “cosa
para nosotros”, de la “esencia de las cosas” en “fenómenos”). El defecto
fundamental del “viejo” materialismo, incluido el de Feuerbach (y con mayor
razón aún el del materialismo “vulgar” de Buchner, Vogt y Moleschott)
consistía, según Marx y Engels, en lo siguiente: 1) en que este materialismo
era “predominantemente mecanicista” y no tenía en cuenta los últimos progresos
de la química y de la biología (a los que habría que agregar en nuestros días
los de la teoría eléctrica de la materia); 2) en que el viejo materialismo no
era histórico ni dialéctico (sino metafísico, en el sentido de antidialéctico)
y no mantenía consecuentemente ni en todos sus aspectos el punto de vista del
desarrollo; 3) en que concebían “la esencia del hombre” en forma abstracta, y
no como el “conjunto de las relaciones sociales” (históricamente concretas y
determinadas), por cuya razón se limitaban a “explicar” el mundo cuando en
realidad se trata de “transformarlo”; es decir, en que no comprendían la
importancia de la “actividad práctica revolucionaria”.
La Dialéctica
La dialéctica hegeliana, o sea,
la doctrina más multilateral, más rica en contenido y más profunda del
desarrollo, era para Marx y Engels la mayor conquista de la filosofía clásica
alemana. Toda otra formulación del principio del desarrollo, de la evolución,
les parecía unilateral y pobre, deformadora y mutiladora de la verdadera marcha
del desarrollo en la naturaleza y en la sociedad (marcha que a menudo se
efectúa a través de saltos, cataclismos y revoluciones). “Marx y yo fuimos casi
los únicos que nos planteamos la tarea de salvar [del descalabro del idealismo,
incluido el hegelianismo] la dialéctica consciente para traerla a la concepción
materialista de la naturaleza.” “La naturaleza es la confirmación de la
dialéctica, y precisamente son las modernas ciencias naturales las que nos han
brindado un extraordinario acervo de datos [¡y esto fue escrito antes de que se
descubriera el radio, los electrones, la transformación de los elementos,
etc.!] y enriquecido cada día que pasa, demostrando con ello que la naturaleza
se mueve, en última instancia, dialéctica, y no metafísicamente.”
“La gran idea fundamental —
escribe Engels — de que el mundo no se compone de un conjunto de objetos
terminados y acabados, sino que representa en sí un conjunto de procesos, en el
que las cosas que parecen inmutables, al igual que sus imágenes mentales en
nuestro cerebro, es decir, los conceptos, se hallan sujetos a un continuo
cambio, a un proceso de nacimiento y muerte; esta gran idea fundamental se
encuentra ya tan arraigada desde Hegel en la conciencia común, que apenas habrá
alguien que la discuta en su forma general. Pero una cosa es reconocerla de
palabra y otra aplicarla en cada caso particular y en cada campo de
investigación.” “Para la filosofía dialéctica no existe nada establecido de una
vez para siempre, nada absoluto, consagrado.; en todo ve lo que hay de
perecedero, y no deja en pie más que el proceso ininterrumpido del aparecer y
desaparecer, del infinito movimiento ascensional de lo inferior a lo superior.
Y esta misma filosofía es un mero reflejo de ese proceso en el cerebro
pensante.” Así, pues, la dialéctica es, según Marx, “la ciencia de las leyes
generales del movimiento, tanto del mundo exterior como del pensamiento
humano”.
Este aspecto revolucionario de la
filosofía hegeliana es el que Marx recoge y desarrolla. El materialismo
dialéctico “no necesita de ninguna filosofía situada por encima de las demás
ciencias”. De la filosofía anterior queda en pie “la teoría del pensamiento y
sus leyes, es decir, la lógica formal y la dialéctica”.
Y la dialéctica, tal como la
concibe Marx, y también según Hegel, abarca lo que hoy se llama teoría del
conocimiento o gnoseología, ciencia que debe enfocar también su objeto desde un
punto de vista histórico, investigando y generalizando los orígenes y el
desarrollo del conocimiento, y el paso de la falta de conocimiento al
conocimiento.
En nuestro tiempo, la idea del
desarrollo, de la evolución, ha penetrado casi en su integridad en la
conciencia social, pero no a través de la filosofía de Hegel, sino por otros
caminos. Sin embargo, esta idea, tal como la formularon Marx y Engels,
apoyándose en Hegel, es mucho más completa, mucho más rica en contenido que la
teoría de la evolución al uso. Es un desarrollo que, al parecer, repite etapas
ya recorridas, pero de otro modo, sobre una base más alta (“negación de la
negación”), un desarrollo, por decirlo así, en espiral y no en línea recta; un
desarrollo que se opera en forma de saltos, a través de cataclismos y revoluciones,
que significan “interrupciones de la gradualidad”; un desarrollo que es
transformación de la cantidad en calidad, impulsos internos de desarrollo
originados por la contradicción, por el choque de las diversas fuerzas y
tendencias, que actúan sobre determinado cuerpo, o dentro de los límites de un
fenómeno dado o en el seno de una sociedad dada; interdependencia íntima e
indisoluble concatenación de todos los aspectos de cada fenómeno (con la
particularidad de que la historia pone constantemente al descubierto nuevos
aspectos), concatenación que ofrece un proceso de movimiento único, universal y
sujeto a leyes; tales son algunos rasgos de la dialéctica, teoría mucho más
empapada de contenido que la (habitual) doctrina de la evolución. (Véase la
carta de Marx a Engels del 8 de enero de 1868, en la que se mofa de las
“rígidas tricotomías” de Stein, que sería ridículo confundir con la dialéctica
materialista.)
La Concepción Materialista de la Historia
La conciencia de que el viejo
materialismo era una teoría inconsecuente, incompleta y unilateral llevó a Marx
a la convicción de que era indispensable “poner en consonancia la ciencia de la
sociedad con la base materialista y reconstruirla sobre esta base”. Si el
materialismo en general explica la conciencia por el ser, y no al contrario,
aplicado a la vida social de la humanidad exige que la conciencia social se
explique por el ser social. “La tecnología — dice Marx (en El Capital, t. I) —
pone al descubierto la relación activa del hombre con la naturaleza, el proceso
inmediato de producción de su vida, y, a la vez, sus condiciones sociales de
vida y de las representaciones espirituales que de ellas se derivan.” Y en el
“prólogo a su Contribución a la crítica de la economía política “, Marx ofrece
una formulación integral de las tesis fundamentales del materialismo aplicadas
a la sociedad humana y a su historia. He aquí sus palabras:
“En la producción social de su
vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes
de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una determinada
fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales.
“El conjunto de estas relaciones
de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre
la que se erige una superestructura política y jurídica, y a la que
corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de
la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual
en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por
el contrario, su ser social el que determina su conciencia. Al llegar a una
determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la
sociedad chocan con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más
que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de
las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las
fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas de ellas. Y se
abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se
revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida
sobre ella. Cuando se estudian esas revoluciones, hay que distinguir siempre
entre la revolución material producida en las condiciones económicas de
producción, y que puede verificarse con la precisión propia de las ciencias
naturales, y las revoluciones jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o
filosóficas; en una palabra, de las formas ideológicas en que los hombres
adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo.
“Y del mismo modo que no podemos
juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco
estas épocas de revolución por su conciencia, sino que, por el contrario, hay
que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por
el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones
de producción. . .” “A grandes rasgos, podemos señalar como otras tantas épocas
de progreso en la formación económica de la sociedad, el modo de producción
asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués.” (Véase la breve
formulación que Marx da en su carta a Engels del 7 de julio de 1866: “Nuestra
teoría de que la organización del trabajo está determinada por los medios de
producción”.)
El descubrimiento de la
concepción materialista de la historia, o mejor dicho, la consecuente
aplicación y extensión del materialismo al dominio de los fenómenos sociales,
superó los dos defectos fundamentales de las viejas teorías de la historia. En
primer lugar, estas teorías solamente examinaban, en el mejor de los casos, los
móviles ideológicos de la actividad histórica de los hombres, sin investigar el
origen de esos móviles, sin captar las leyes objetivas que rigen el desarrollo
del sistema de las relaciones sociales, ni ver las raíces de éstas en el grado
de desarrollo de la producción material; en segundo lugar, las viejas teorías
no abarcaban precisamente las acciones de las masas de la población, mientras
que el materialismo histórico permitió estudiar, por vez primera y con la
exactitud de las ciencias naturales, las condiciones sociales de la vida de las
masas y los cambios operados en estas condiciones. La “sociología” y la
historiografía anteriores a Marx proporcionaban, en el mejor de los casos, un
cúmulo de datos crudos, recopilados fragmentariamente, y la descripción de
aspectos aislados del proceso histórico. El marxismo señaló el camino para un
estudio global y multilateral del proceso de aparición, desarrollo y decadencia
de las formaciones económico-sociales, examinando el conjunto de todas las
tendencias contradictorias y reduciéndolas a las condiciones, perfectamente
determinables, de vida y de producción de las distintas clases de la sociedad,
eliminando el subjetivismo y la arbitrariedad en la elección de las diversas
ideas “dominantes” o en la interpretación de ellas, y poniendo al descubierto
las raíces de todas las ideas sin excepción y de las diversas tendencias que se
manifiestan en el estado de las fuerzas productivas materiales. Los hombres
hacen su propia historia, ¿pero qué determina los móviles de estos hombres, y
precisamente de las masas humanas? ; ¿qué es lo que provoca los choques de
ideas y las aspiraciones contradictorias?; ¿qué representa el conjunto de todos
estos choques que se producen en la masa entera de las sociedades humanas?;
¿cuáles son las condiciones objetivas de producción de la vida material que
crean la base de toda la actividad histórica de los hombres?; ¿cuál es la ley
que rige el desenvolvimiento de estas condiciones? Marx concentró su atención
en todo esto y trazó el camino para estudiar científicamente la historia como
un proceso único, regido por leyes, en toda su inmensa diversidad y con su
carácter contradictorio.
La Lucha de Clases
Todo el mundo sabe que en
cualquier sociedad las aspiraciones de una parte de sus miembros chocan
abiertamente con las aspiraciones de otros, que la vida social está llena de
contradicciones, que la historia nos muestra una lucha entre pueblos y sociedades,
así como en su propio seno; todo el mundo sabe también que se suceden los
períodos de revolución y reacción, de paz y de guerras, de estancamiento y de
rápido progreso o decadencia. El marxismo nos proporciona el hilo conductor que
permite descubrir una sujeción a leyes en este aparente laberinto y caos, a
saber: la teoría de la lucha de clases. Sólo el estudio del conjunto de las
aspiraciones de todos los miembros de una sociedad dada o de un grupo de
sociedades, puede conducirnos a una determinación científica del resultado de
esas aspiraciones. Ahora bien, la fuente de que brotan esas aspiraciones
contradictorias son siempre las diferencias de situación y de condiciones de
vida de las clases en que se divide cada sociedad.
“La historia de todas las sociedades
que han existido hasta nuestros días — dice Marx en el Manifiesto Comunista
(exceptuando la historia del régimen de la comunidad primitiva, añade más tarde
Engels) — es la historia de las luchas de clases. Hombres libres y esclavos,
patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales; en una palabra:
opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante,
velada unas veces, y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la
transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las
clases beligerantes [. . .]. La moderna sociedad burguesa, que ha salido de
entre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las contradicciones de
clase. Únicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas condiciones de
opresión, las viejas formas de lucha, por otras nuevas. Nuestra época, la época
de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado las
contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose cada vez más en dos
grandes campos enemigos, en dos grandes clases que se enfrentan directamente:
la burguesía y el proletariado.” A partir de la Gran Revolución Francesa, la
historia de Europa pone de relieve en distintos países, con especial evidencia,
el verdadero fondo de los acontecimientos, la lucha de clases. Y ya en la época
de la restauración se destacan en Francia algunos historiadores (Thierry,
Guizot, Mignet y Thiers) que, al generalizar los acontecimientos, no pudieron
dejar de reconocer que la lucha de clases era la clave para la comprensión de
toda la historia francesa. Y la época contemporánea, es decir, la época que
señala el triunfo completo de la burguesía y de las instituciones
representativas, del sufragio amplio (cuando no universal), de la prensa diaria
barata que llega a las masas, etc., la época de las poderosas asociaciones
obreras y patronales cada vez más vastas, etc., pone de manifiesto de un modo
todavía más patente (aunque a veces en forma unilateral, “pacífica” y
“constitucional”) que la lucha de clases es la fuerza motriz de los
acontecimientos. El siguiente pasaje del Manifiesto Comunista nos revela lo que
Marx exigía de la ciencia social en cuanto al análisis objetivo de la situación
de cada clase en la sociedad moderna y en relación con el examen de las condiciones
de desarrollo de cada clase: “De todas las clases que hoy se enfrentan con la
burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las
demás clases van degenerando y desaparecen con el desarrollo de la gran
industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar.
Las capas medias — el pequeño
industrial, el pequeño comerciante, el artesano y el campesino —, todas ellas
luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales
capas medias. No son, pues, revolucionarias, sino conservadoras. Más todavía,
son reaccionarias, ya que pretenden volver atrás la rueda de la historia. Son
revolucionarias únicamente cuando tienen ante sí la perspectiva de su tránsito
inminente al proletariado; defendiendo así, no sus intereses presentes, sino
sus intereses futuros, cuando abandonan sus propios puntos de vista para
adoptar los del proletariado”. En una serie de obras históricas (véase la
Bibliografía), Marx nos ofrece brillantes y profundos ejemplos de historiografía
materialista, de análisis de la situación de cada clase en particular y a veces
de los diferentes grupos o capas que se manifiestan dentro de ella, mostrando
palmariamente por qué y cómo “toda lucha de clases es una lucha política”. El
pasaje que acabamos de citar ilustra cuán intrincada es la red de relaciones
sociales y fases de transición de una clase a otra, del pasado al porvenir, que
Marx analiza para determinar la resultante total del desarrollo histórico.
La confirmación y aplicación más
profunda, más completa y detallada de la teoría de Marx es su doctrina
económica.
LA DOCTRINA ECONÓMICA DE MARX
“Y la finalidad última de esta
obra — dice Marx en el prólogo a El Capital — es, en efecto, descubrir la ley
económica que preside el movimiento de la sociedad moderna”, es decir, de la
sociedad capitalista, burguesa. El estudio de las relaciones de producción de
una sociedad dada, históricamente determinada, en su aparición, desarrollo y
decadencia: tal es el contenido de la doctrina económica de Marx. En la
sociedad capitalista impera la producción de mercancías; por eso, el análisis
de Marx empieza con el análisis de la mercancía.
El Valor
La mercancía es, en primer lugar,
una cosa que satisface una determinada necesidad humana y, en segundo lugar,
una cosa que se cambia por otra. La utilidad de una cosa hace de ella un valor
de uso. El valor de cambio (o, sencillamente el valor) es, ante todo, la
relación o proporción en que se cambia cierto número de valores de uso de una
clase por un determinado número de valores de uso de otra clase. La experiencia
diaria nos muestra que, a través de millones y miles de millones de esos actos
de intercambio, se equiparan constantemente todo género de valores de uso, aun
los más diversos y menos equiparables entre sí. ¿Qué es lo que tienen de común
esos diversos objetos, que constantemente son equiparados entre sí en
determinado sistema de relaciones sociales? Tienen de común el que todos ellos
son productos del trabajo. Al cambiar sus productos, los hombres equiparan los
más diversos tipos de trabajo.
La producción de mercancías es un
sistema de relaciones sociales en que los distintos productores crean diversos
productos (división social del trabajo), y todos estos productos se equiparan
entre sí por medio del cambio. Por lo tanto, lo que todas las mercancías
encierran de común no es el trabajo concreto de una determinada rama de
producción, no es un trabajo de determinado tipo, sino el trabajo humano
abstracto, el trabajo humano en general. Toda la fuerza de trabajo de una
sociedad dada, representada por la suma de valores de todas las mercancías, es
una y la misma fuerza humana de trabajo; así lo evidencian miles de millones de
actos de cambio. Por consiguiente, cada mercancía en particular no representa más
que una determinada parte del tiempo de trabajo socialmente necesario. La
magnitud del valor se determina por la cantidad de trabajo socialmente
necesario o por el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir cierta
mercancía o cierto valor de uso. “Al equiparar unos con otros, en el cambio,
sus diversos productos, lo que hacen los hombres es equiparar entre sí sus
diversos trabajos como modalidades del trabajo humano. No lo saben, pero lo
hacen” El valor es, como dijo un viejo economista, una relación entre dos
personas; pero debió añadir simplemente: relación encubierta por una envoltura
material. Sólo partiendo del sistema de relaciones sociales de producción de
una formación social históricamente determinada, relaciones que se manifiestan
en el fenómeno masivo del cambio, repetido miles de millones de veces, podemos
comprender lo que es el valor. “Como valores, las mercancías no son más que
cantidades determinadas de tiempo de trabajo coagulado.” Después de analizar en
detalle el doble carácter del trabajo materializado en las mercancías, Marx
pasa al análisis de la forma del valor y del dinero. Con ello se propone,
fundamentalmente, investigar el origen de la forma monetaria del valor,
estudiar el proceso histórico de desenvolvimiento del cambio, comenzando por
las operaciones sueltas y fortuitas de trueque (“forma simple, suelta o
fortuita del valor”, en que una cantidad de mercancía es cambiada por otra)
hasta remontarse a la forma universal del valor, en que mercancías diferentes
se cambian por una mercancía concreta, siempre la misma, y llegar a la forma
monetaria del valor, en que la función de esta mercancía, o sea, la función de
equivalente universal, la desempeña el oro. El dinero, producto supremo del
desarrollo del cambio y de la producción de mercancías, disfraza y oculta el
carácter social de los trabajos privados, la concatenación social existente
entre los diversos productores unidos por el mercado. Marx somete a un análisis
extraordinariamente minucioso las diversas funciones del dinero, debiendo
advertirse, pues tiene gran importancia, que en este caso (como, en general, en
todos los primeros capítulos de El Capital) la forma abstracta de la
exposición, que a veces parece puramente deductiva, recoge en realidad un
gigantesco material basado en hechos sobre la historia del desarrollo del
cambio y de la producción de mercancías. “El dinero presupone cierto nivel del
cambio de mercancías. Las diversas formas del dinero — simple equivalente de
mercancías o medio de circulación, medio de pago, de atesoramiento y dinero
mundial— señalan, según el distinto volumen y predominio relativo de tal o cual
función, fases muy distintas del proceso social de producción” (El Capital, I).
La Plusvalía
Al alcanzar la producción de
mercancías determinado grado de desarrollo, el dinero se convierte en capital.
La fórmula de la circulación de mercancías era:
M (mercancía) — D (dinero) — M
(mercancía), o sea, venta de una mercancía para comprar otra. Por el contrario,
la fórmula general del capital es D — M — D, o sea, la compra para la venta
(con ganancia). Marx llama plusvalía a este incremento del valor primitivo del
dinero que se lanza a la circulación. Que el dinero lanzado a la circulación
capitalista “crece”, es un hecho conocido de todo el mundo. Y precisamente ese
“crecimiento” es lo que convierte el dinero en capital, como relación social de
producción particular, históricamente determinada. La plusvalía no puede brotar
de la circulación de mercancías, pues ésta sólo conoce el intercambio de equivalentes;
tampoco puede provenir de un alza de los precios, pues las pérdidas y las
ganancias recíprocas de vendedores y compradores se equilibrarían; se trata de
un fenómeno masivo, medio, social, y no de un fenómeno individual. Para obtener
plusvalía “el poseedor del dinero necesita encontrar en el mercado una
mercancía cuyo valor de uso posea la cualidad peculiar de ser fuente de valor”,
una mercancía cuyo proceso de consumo sea, al mismo tiempo, proceso de creación
de valor. Y esta mercancía existe: es la fuerza de trabajo del hombre. Su
consumo es trabajo y el trabajo crea valor.
El poseedor del dinero compra la
fuerza de trabajo por su valor, valor que es determinado, como el de cualquier
otra mercancía, por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su
producción (es decir, por el costo del mantenimiento del obrero y su familia).
Una vez que ha comprado la fuerza de trabajo el poseedor del dinero tiene
derecho a consumirla, es decir, a obligarla a trabajar durante un día entero,
por ejemplo, durante doce horas. En realidad el obrero crea en seis horas
(tiempo de trabajo “necesario”) un producto con el que cubre los gastos de su
mantenimiento; durante las seis horas restantes (tiempo de trabajo
“suplementario”) crea un “plusproducto” no retribuido por el capitalista, que
es la plusvalía. Por consiguiente, desde el punto de vista del proceso de la
producción, en el capital hay que distinguir dos partes: capital constante,
invertido en medios de producción (máquinas, instrumentos de trabajo, materias primas,
etc.) — y cuyo valor se transfiere sin cambio de magnitud (de una vez o en
partes) a las mercancías producidas —, y capital variable, invertido en fuerza
de trabajo. El valor de este capital no permanece invariable, sino que se
acrecienta en el proceso del trabajo, al crear la plusvalía. Por lo tanto, para
expresar el grado de explotación de la fuerza de trabajo por el capital,
tenemos que comparar la plusvalía obtenida, no con el capital global, sino
exclusivamente con el capital variable. La cuota de plusvalía, como llama Marx
a esta relación, sería, pues, en nuestro ejemplo, de 6:6, es decir, del 100 por
ciento.
Las premisas históricas para la
aparición del capital son: primera, la acumulación de determinada suma de
dinero en manos de ciertas personas, con un nivel de desarrollo relativamente
alto de la producción de mercancías en general ¡segunda, la existencia de
obreros “libres” en un doble sentido — libres de todas las trabas o
restricciones impuestas a la venta de la fuerza de trabajo, y libres por
carecer de tierra y, en general, de medios de producción —, de obreros
desposeídos, de obreros “proletarios” que, para subsistir, no tienen más
recursos que la venta de su fuerza de trabajo.
Dos son los modos principales
para poder incrementar la plusvalía: mediante la prolongación de la jornada de
trabajo (“plusvalía absoluta”) y mediante la reducción del tiempo de trabajo
necesario (“plusvalía relativa”). Al analizar el primer modo, Marx hace
desfilar ante nosotros el grandioso panorama de la lucha de la clase obrera
para reducir la jornada de trabajo y de la intervención del poder estatal,
primero para prolongarla (en el período que media entre los siglos XIV y XVII)
y después para reducirla (legislación fabril del siglo XIX).
Desde la aparición de El Capital,
la historia del movimiento obrero de todos los países civilizados ha aportado
miles y miles de nuevos hechos que ilustran este panorama.
Al proceder a su análisis de la
producción de plusvalía relativa, Marx investiga las tres etapas históricas
fundamenta les de la elevación de la productividad del trabajo por el
capitalismo: 1) la cooperación simple; 2) la división del trabajo y la
manufactura; 3) la maquinaria y la gran industria. La profundidad con que Marx
aquí pone de relieve los rasgos fundamentales y típicos del desarrollo del
capitalismo nos demuestra, entre otras cosas, el hecho de que el estudio de la
llamada industria de los kustares* en Rusia ha aportado un abundantísimo
material para ilustrar las dos primeras etapas de las tres mencionadas. En
cuanto a la acción revolucionaria de la gran industria maquinizada, descrita
por Marx en 1867, durante el medio siglo transcurrido desde entonces ha venido
a revelarse en toda una serie de países “nuevos” (Rusia, Japón, etc.).
Prosigamos. Importantísimo y
nuevo es el análisis de Marx de la acumulación del capital, es decir, de la
transformación de una parte de la plusvalía en capital, y de su empleo, no para
satisfacer las necesidades personales o los caprichos del capitalista, sino
para renovar la producción. Marx hace ver el error de toda la economía política
clásica anterior (desde Adam Smith) al suponer que toda la plusvalía que se
convertía en capital pasaba a formar parte del capital variable, cuando en
realidad se descompone en medios de producción más capital variable. En el
proceso de desarrollo del capitalismo y de su transformación en socialismo
tiene una inmensa importancia el que la parte del capital constante (en la suma
total del capital) se incremente con mayor rapidez que la parte del capital
variable.
Al acelerar el desplazamiento de
los obreros por la maquinaria, produciendo riqueza en un polo y miseria en el
polo opuesto, la acumulación del capital crea también el llamado “ejército
industrial de reserva”, el “sobrante relativo” de obreros o “superpoblación
capitalista”, que reviste formas extraordinariamente diversas y permite al
capital ampliar la producción con singular rapidez. Esta posibilidad,
relacionada con el crédito y la acumulación de capital en medios de producción,
nos proporciona, entre otras cosas, la clave para comprender las crisis de
superproducción, que estallan periódicamente en los países capitalistas,
primero cada diez años, término medio, y luego con intervalos mayores y menos
precisos. De la acumulación del capital sobre la base del capitalismo hay que
distinguir la llamada acumulación primitiva, que se lleva a cabo mediante la
separación violenta del trabajador de los medios de producción, expulsión del
campesino de su tierra, robo de los terrenos comunales, sistema colonial,
sistema de la deuda pública, tarifas aduaneras proteccionistas, etc.
La “acumulación primitiva” crea
en un polo al proletario “libre” y en el otro al poseedor del dinero, el
capitalista.
Marx caracteriza la “tendencia
histórica de la acumulación capitalista” con las famosas palabras siguientes:
“La expropiación del productor directo se lleva a cabo con el más despiadado
vandalismo y bajo el acicate de las pasiones más infames, más sucias, más
mezquinas y más desenfrenadas. La propiedad privada, fruto del propio trabajo
[del campesino y del artesano], y basada, por decirlo así, en la compenetración
del obrero individual e independiente con sus instrumentos y medios de trabajo,
es desplazada por la propiedad privada capitalista, basada en la explotación de
la fuerza de trabajo ajena, aunque formalmente libre [. . .]. Ahora ya no se
trata de expropiar al trabajador dueño de una economía independiente, sino de
expropiar al capitalista explotador de numerosos obreros. Esta expropiación la
lleva a cabo el juego de las leyes inmanentes de la propia producción
capitalista, la centralización de los capitales. Un capitalista derrota a otros
muchos. Paralelamente con esta centralización del capital o expropiación de
muchos capitalistas por unos pocos, se desarrolla en una escala cada vez mayor
la forma cooperativa del proceso de trabajo, la aplicación técnica consciente
de la ciencia, la explotación planificada de la tierra, la transformación de
los medios de trabajo en medios de trabajo utilizables sólo colectivamente, la
economía de todos los medios de producción al ser empleados como medios de
producción de un trabajo combinado, social, la absorción de todos los países
por la red del mercado mundial y, como consecuencia de esto, el carácter
internacional del régimen capitalista.
Conforme disminuye
progresivamente el número de magnates capitalistas que usurpan y monopolizan
todos los beneficios de este proceso de transformación, crece la masa de la
miseria, de la opresión, del esclavizamiento, de la degeneración, de la
explotación; pero crece también la rebeldía de la clase obrera, que es
aleccionada, unificada y organizada por el mecanismo del propio proceso
capitalista de producción El monopolio del capital se convierte en grillete del
modo de producción que ha crecido con él y bajo él. La centralización de los
medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que
son ya incompatibles con su envoltura capitalista. Esta envoltura estalla.
Suena la hora de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son
expropiados” (EI Capital, t. I).
También es sumamente importante y
nuevo el análisis que hace Marx más adelante de la reproducción del capital
social, considerado en su conjunto, en el tomo II de El Capital. Tampoco en
este caso toma Marx un fenómeno individual, sino de masas; no toma una parte
fragmentaria de la economía de la sociedad, sino toda la economía en su
conjunto. Rectificando el error en que incurren los economistas clásicos antes
mencionados, Marx divide toda la producción social en dos grandes secciones: 1)
producción de medios de producción y 2) producción de artículos de consumo. Y,
apoyándose en cifras, analiza minuciosamente la circulación del capital social
en su conjunto, tanto en la reproducción de envergadura anterior como en la
acumulación. En el tomo III de El Capital se resuelve, sobre la base de la ley
del valor, el problema de la formación de la cuota media de ganancia.
Constituye un gran progreso en la ciencia económica el que Marx parta siempre, en
sus análisis, de los fenómenos económicos generales, del conjunto de la
economía social, y no de casos aislados o de las manifestaciones superficiales
de la competencia, que es a lo que suele limitarse la economía política vulgar
o la moderna “teoría de la utilidad límite”. Marx analiza primero el origen de
la plusvalía y luego pasa a ver su descomposición en ganancia, interés y renta
del suelo. La ganancia es la relación de la plusvalía con todo el capital
invertido en una empresa. El capital de “alta composición orgánica” (es decir,
aquel en el cual el capital constante predomina sobre el variable en
proporciones superiores a la media social) arroja una cuota de ganancia
inferior a la cuota media. El capital de “baja composición orgánica” da, por el
contrario, una cuota de ganancia superior a la media. La competencia entre los
capitales, su libre paso de unas ramas de producción a otras, reducen en ambos
casos la cuota de ganancia a la cuota media. La suma de los valores de todas
las mercancías de una sociedad dada coincide con la suma de precios de estas
mercancías; pero en las distintas empresas y en las diversas ramas de
producción las mercancías, bajo la presión de la competencia, no se venden por
su valor, sino por el precio de producción, que equivale al capital invertido
más la ganancia media.
Así, pues, un hecho conocido de
todos, e indiscutible, es decir, el hecho de que los precios difieren de los
valores y de que las ganancias se nivelan, lo explica Marx perfectamente
partiendo de la ley del valor, pues la suma de los valores de todas las
mercancías coincide con la suma de sus precios. Sin embargo, la reducción del
valor (social) a los precios (individuales) no es una operación simple y
directa, sino que sigue una vía indirecta y muy complicada: es perfectamente
natural que en una sociedad de productores de mercancías dispersos, vinculados
sólo por el mercado, las leyes que rigen esa sociedad no puedan manifestarse
más que como leyes medias, sociales, generales, con una compensación mutua de
las desviaciones individuales manifestadas en uno u otro sentido.
La elevación de la productividad
del trabajo significa un incremento más rápido del capital constante en
comparación con el variable. Pero como la creación de plusvalía es función
privativa de éste, se comprende que la cuota de ganancia (o sea, la relación
que guarda la plusvalía con todo el capital, y no sólo con su parte variable)
acuse una tendencia a la baja. Marx analiza minuciosamente esta tendencia, así
como las diversas circunstancias que la ocultan o contrarrestan.
Sin detenernos a exponer los
capítulos extraordinariamente interesantes del tomo III, que estudian el
capítulo usurario, comercial y financiero, pasaremos a lo esencial, a la teoría
de la renta del suelo. Debido a la limitación de la superficie de la tierra,
que en los países capitalistas es ocupada enteramente por los propietarios
particulares, el precio de producción de los productos agrícolas no lo
determinan los gastos de producción en los terrenos de calidad media, sino en los
de calidad inferior; no lo determinan las condiciones medias en que el producto
se lleva al mercado, sino las condiciones peores. La diferencia existente entre
este precio y el de producción en las tierras mejores (o en condiciones más
favorables de producción) da lugar a una diferencia o renta diferencial. Marx
analiza detenidamente la renta diferencial y de muestra que brota de la
diferente fertilidad del suelo, de la diferencia de los capitales invertidos en
el cultivo de las tierras, poniendo totalmente al descubierto (véase también la
Teoría de la plusvalía, donde merece una atención especial la crítica que hace
a Rodbertus) el error de Ricardo, según el cual la renta diferencial sólo se
obtiene con el paso sucesivo de las tierras mejores a las peores. Por el
contrario, se dan también casos inversos: tierras de una clase determinada se
trasforman en tierras de otra clase (gracias a los progresos de la técnica
agrícola, a la expansión de las ciudades, etc.), por lo que la tristemente
célebre “ley del rendimiento decreciente del suelo” es profundamente errónea y
representa un intento de cargar sobre la naturaleza los defectos, las
limitaciones y contradicciones del capitalismo. Además, la igualdad de
ganancias en todas las ramas de la industria y de la economía nacional
presupone la plena libertad de competencia, la libertad de transferir los
capitales de una rama de producción a otra. Pero la propiedad privada sobre el
suelo crea un monopolio, que es un obstáculo para la libre trasferencia. En
virtud de ese monopolio, los productos de la economía agrícola, que se
distingue por una baja composición del capital y, en consecuencia, por una
cuota de ganancia individual más alta, no entran en el proceso totalmente libre
de nivelación de las cuotas de ganancia. El propietario de la tierra, como
monopolista, puede mantener sus precios por encima del nivel medio, y este
precio de monopolio origina la renta absoluta. La renta diferencial no puede
ser abolida mientras exista el capitalismo; en cambio, la renta absoluta puede
serlo; por ejemplo, cuando se nacionaliza la tierra, convirtiéndola en
propiedad del Estado. Este paso significaría el socavamiento del monopolio de
los propietarios privados, así como una aplicación más consecuente y plena de
la libre competencia en la agricultura. Por eso los burgueses radicales,
advierte Marx, han presentado repetidas veces a lo largo de la historia esta
reivindicación burguesa progresista de la nacionalización de la tierra, que
asusta, sin embargo, a la mayoría de los burgueses, pues “afecta” demasiado de
cerca a otro monopolio mucho más importante y “sensible” en nuestros días: el
monopolio de los medios de producción en general. (El propio Marx expone en un
lenguaje muy popular, conciso y claro su teoría de la ganancia media sobre el
capital y de la renta absoluta del suelo, en la carta que dirige a Engels el 2
de agosto de 1862. Véase Correspondencia, t. III, págs. 77-81, y también en las
págs. 86-87, la carta del 9 de agosto de 1862.) Para la historia de la renta
del suelo resulta importante señalar el análisis en que Marx demuestra cómo la
transformación de la renta en trabajo (cuando el campesino crea el plusproducto
trabajando en la hacienda del terrateniente) en renta natural o renta en
especie (cuando el campesino crea el plusproducto en su propia tierra,
entregándolo luego al terrateniente bajo una “coerción extraeconómica”),
después en renta en dinero (que es la misma renta en especie, sólo que
convertida en dinero, el obrok, censo de la antigua Rusia, en virtud del desarrollo
de la producción de mercancías) y finalmente, en la renta capitalista, cuando
en lugar del campesino es el patrono quien cultiva la tierra con ayuda del
trabajo asalariado. En relación con este análisis de la “génesis de la renta
capitalista del suelo”, hay que señalar una serie de profundas ideas (que
tienen una importancia especial para los países atrasados, como Rusia)
expuestas por Marx acerca de la evolución del capitalismo en la agricultura.”
La transformación de la renta natural en renta en dinero va, además, no sólo
necesariamente acompaña da, sino incluso anticipada por la formación de una
clase de jornaleros desposeídos, que se contratan por dinero. Durante el
período de nacimiento de dicha clase, en que ésta sólo aparece en forma esporádica,
va desarrollándose, por lo tanto, necesariamente, en los campesinos mejor
situados y sujetos a obrok, la costumbre de explotar por su cuenta a jornaleros
agrícolas, del mismo modo que ya en la época feudal los campesinos más
acomodados sujetos a vasallaje tenían a su servicio a otros vasallos. Esto va
permitiéndoles acumular poco a poco cierta fortuna y convertirse en futuros
capitalistas. De este modo va formándose entre los antiguos poseedores de la
tierra que la trabajaban por su cuenta, un semillero de arrendatarios
capitalistas, cuyo desarrollo se halla condicionado por el desarrollo general
de la producción capitalista fuera del campo. . .” (El Capital, t. III2a, 332).
“La expropiación, el desahucio de una parte de la población rural no sólo ‘libera’
para el capital industrial a los obreros, sus medios de vida y sus materiales
de trabajo, sino que además crea el mercado interior.” (El Capital, t. I2a,
pág. 778). La depauperación y la ruina de la población del campo influyen, a su
vez, en la formación del ejército industrial de reserva para el capital. En
todo país capitalista “una parte de la población rural se encuentra
constantemente en trance de trasformarse en población urbana o manufacturera
[es decir, no agrícola]. Esta fuente de superpoblación relativa flota
constantemente [. . .]. El obrero agrícola se ve constantemente reducido al
salario mínimo y vive siempre con un pie en el pantano del pauperismo” (El
Capital, I2a, 668). La propiedad privada del campesino sobre la tierra que
cultiva es la base de la pequeña producción y la condición para que ésta
florezca y adquiera una forma clásica. Pero esa pequeña producción sólo es
compatible con los límites estrechos y primitivos de la producción y de la
sociedad. Bajo el capitalismo “la explotación de los campesinos se distingue de
la explotación del proletariado industrial sólo por la forma. El explotador es
el mismo: el capital. Individualmente, los capitalistas explotan a los
campesinos individuales por medio de la hipoteca y de la usura; la clase capitalista
explota a la clase campesina por medio de los impuestos del Estado”
(Las luchas de clases en
Francia). “La parcela del campesino sólo es ya el pretexto que permite al
capitalista extraer de la tierra ganancias, intereses y renta, dejando al agricultor
que se las arregle para sacar como pueda su salario.” (El Diecíocho Brumario.)
Habitualmente, el campesino entrega incluso a la sociedad capitalista, es
decir, a la clase capitalista, una parte de su salario, descendiendo “al nivel
del arrendatario irlandés, aunque en apariencia es un propietario privado” (Las
luchas de clases en Francia). ¿Cuál es “una de las causas por las que en países
en que predomina la propiedad parcelaria, el trigo se cotice a precio más bajo
que en los países en que impera el régimen capitalista de producción”? (El
Capital, t. III2a, 340). La causa es que el campesino entrega gratuitamente a
la sociedad (es decir, a la clase capitalista) una parte del plusproducto.
“Estos bajos precios [del trigo y los demás productos agrícolas] son, pues, un
resultado de la pobreza de los productores y no, ni mucho menos, consecuencia
de la productividad de su trabajo” (El Capital, t. III2a, 340). Bajo el
capitalismo, la pequeña propiedad agraria, forma normal de la pequeña
producción, degenera, se destruye y desaparece. “La pequeña propiedad agraria,
por su propia naturaleza, es incompatible con el desarrollo de las fuerzas
productivas sociales del trabajo, con las formas sociales del trabajo, con la
concentración social de los capitales, con la ganadería en gran escala y con la
utilización progresiva de la ciencia. La usura y el sistema de impuestos la
conduce, inevitablemente, por doquier, a la ruina. El capital invertido en la
compra de la tierra es sustraído al cultivo de ésta. Dispersión infinita de los
medios de producción y diseminación de los productores mismos.
[Las cooperativas, es decir, las
asociaciones de pequeños campesinos, cumplen un extraordinario papel
progresista desde el punto de vista burgués, pero sólo pueden conseguir atenuar
esta tendencia, sin llegar a suprimirla; además, no se debe olvidar que estas
cooperativas dan mucho a los campesinos acomodados y muy poco o casi nada a la
masa de campesinos pobres, ni debe olvidarse tampoco que las propias
asociaciones terminan por explotar el trabajo asalariado.] Inmenso derroche de
energía humana; empeoramiento progresivo de las condiciones de producción y
encarecimiento de los medios de producción: tal es la ley de la [pequeña]
propiedad parcelaria.” En la agricultura, lo mismo que en la industria, el
capitalismo sólo trasforma el proceso de producción a costa del “martirologio
de los productores”. “La dispersión de los obreros del campo en grandes
superficies quebranta su fuerza de resistencia, al paso que la concentración robustece
la fuerza de resistencia de los obreros de la ciudad. Al igual que en la
industria moderna, en la moderna agricultura, es decir en la capitalista, la
intensificación de la fuerza productiva y la más rápida movilización del
trabajo se consiguen a costa de devastar y agotar la fuerza obrera de trabajo.
Además, todos los progresos realizados por la agricultura capitalista no son
solamente progresos en el arte de esquilmar al obrero, sino también en el arte
de esquilmar la tierra [. . .]. Por lo tanto, la producción capitalista sólo
sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción,
minando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y
el hombre”. (EI Capital, t. I, final del capítulo XIII)
EL SOCIALISMO
Por lo expuesto, se ve que Marx
llega a la conclusión de que es inevitable la transformación de la sociedad
capitalista en socialista basándose única y exclusivamente en la ley económica
del movimiento de la sociedad moderna. La socialización del trabajo, que avanza
cada vez con mayor rapidez bajo miles de formas, y que durante el medio siglo
transcurrido desde la muerte de Marx se manifiesta en forma muy palpable en el
incremento de la gran producción, de los cártels, los sindicatos y los trusts
capitalistas, y en el gigantesco crecimiento del volumen y el poderío del
capital financiero, es la base material más importante del advenimiento
inevitable del socialismo. El motor intelectual y moral de esta transformación,
su agente físico, es el proletariado, educado por el propio capitalismo. Su
lucha contra la burguesía, que se manifiesta en las formas más diversas, y cada
vez más ricas en contenido, se convierte inevitablemente en lucha política por
la conquista de su propio poder político (la “dictadura del proletariado”). La
socialización de la producción no puede dejar de conducir a la transformación
de los medios de producción en propiedad social, es decir, a la “expropiación
de los expropiadores”. La enorme elevación de la productividad del trabajo, la
reducción de la jornada de trabajo y la sustitución de los vestigios, de las
ruinas de la pequeña producción, primitiva y desperdigada, por el trabajo
colectivo perfeccionado: tales son las consecuencias directas de esa
transformación. El capitalismo rompe de modo definitivo los vínculos de la
agricultura con la industria pero a la vez, al llegar a la culminación de su
desarrollo, prepara nuevos elementos para restablecer esos vínculos, la unión
de la industria con la agricultura, sobre la base de la aplicación consciente
de la ciencia, de la combinación del trabajo colectivo y de un nuevo reparto de
la población (acabando con el abandono del campo, con su aislamiento del mundo
y con el atraso de la población rural, como también con la aglomeración antinatural
de gigantescas masas humanas en las grandes ciudades). Las formas superiores
del capitalismo actual preparan nuevas relaciones familiares, nuevas
condiciones para la mujer y para la educación de las nuevas generaciones: el
trabajo de las mujeres y de los niños, y la disolución de la familia patriarcal
por el capitalismo, asumen inevitablemente en la sociedad moderna las formas
más espantosas, miserables y repulsivas. No obstante, “la gran industria, al
asignar a la mujer al joven y al niño de ambos sexos un papel decisivo en los
procesos socialmente organizados de la producción, arrancándolos con ello a la
órbita doméstica, crea las nuevas bases económicas para una forma superior de
familia y de relaciones entre ambos sexos.
Tan necio es, naturalmente, considerar
absoluta la forma cristiano-germánica de la familia, como lo sería atribuir ese
carácter a la forma romana antigua, a la antigua forma griega o a la forma
oriental, entre las cuales media, por lo demás, un lazo de continuidad
histórica. Y no es menos evidente que la existencia de un personal obrero
combinado, en el que entran individuos de ambos sexos y de las más diversas
edades, aunque hoy, en su forma capitalista primitiva y brutal, en que el
obrero existe para el proceso de producción y no éste para el obrero, sea
fuente apestosa de corrupción y esclavitud, bajo las condiciones que
corresponden a este régimen necesariamente se trocará en fuente de evolución
humana” (El Capital, t. I, final del cap. XIII). Del sistema fabril brota “el
germen de la educación del porvenir en la que se combinará para todos los niños
a partir de cierta edad el trabajo productivo con la enseñanza y la gimnasia,
no sólo como método para intensificar la producción social, sino también como
el único método que permite producir hombres plenamente desarrollados” (Loc.
cit.). Sobre esa misma base histórica plantea el socialismo de Marx los
problemas de la nacionalidad y del Estado, no limitándose a una explicación del
pasado, sino previendo audazmente el porvenir y en el sentido de una intrépida
actuación práctica encaminada a su realización. Los estados nacionales son el
fruto inevitable y, además, una forma inevitable de la época burguesa de
desarrollo de la sociedad. Y la clase obrera no podía fortalecerse, alcanzar su
madurez y formarse, sin “organizarse en el marco de la nación”, sin ser
“nacional” (“aunque de ningún modo en el sentido burgués”). Pero el desarrollo
del capitalismo va destruyendo cada vez más las barreras nacionales, pone fin
al aislamiento nacional y sustituye los antagonismos nacionales por los
antagonismos de clase. Por eso es una verdad innegable que en los países
capitalistas adelantados “los obreros no tienen patria” y que la “conjunción de
los esfuerzos” de los obreros, al menos de los países civilizados, “es una de
las primeras condiciones de la emancipación del proletariado” (Manifiesto
Comunista). El Estado, es decir, la violencia organizada, surgió
inevitablemente en determinada fase del desarrollo social, cuando la sociedad
se dividió en clases antagónicas y su existencia se hubiera hecho imposible sin
un “poder” situado, aparentemente, por encima de la sociedad y hasta cierto
punto separado de ella. El Estado, fruto de los antagonismos de la clase, se
convierte en “el Estado de la clase más poderosa, de la clase económicamente
dominante, que, con ayuda de él, se convierte también en la clase políticamente
dominante, adquiriendo con ello nuevos medios para la represión y la
explotación de la clase oprimida. Así, el Estado de la antigüedad era, ante
todo, el Estado de los esclavistas, para tener sometidos a los esclavos; el
Estado feudal era el órgano de que se valía la nobleza para tener sujetos a los
campesinos siervos, y el moderno Estado representativo es el instrumento de que
se sirve el capital para explotar el trabajo asalariado” (Engels, El origen de
la familia, la propiedad privada y el Estado, obra en la que el autor expone
sus propias ideas y las de Marx). Incluso la forma más libre y progresista del
Estado burgués, la república democrática, no suprime de ningún modo este hecho;
lo único que hace es variar su forma (vínculos del gobierno con la Bolsa,
corrupción — directa o indirecta — de los funcionarios y de la prensa, etc.).
El socialismo, que conduce a la abolición de las clases, conduce con ello a la
supresión del Estado. “El primer acto — escribe Engels en su Anti-Dühring — en
que el Estado se manifiesta efectivamente como representante de la sociedad, la
expropiación de los medios de producción en nombre de la sociedad, es a la par su
último acto independiente como Estado. La intervención del poder del Estado en
las relaciones sociales se hará superflua en un campo tras otro de la vida
social y cesará por sí misma. El gobierno sobre las personas será sustituido
por la administración de las cosas y por la dirección de los procesos de
producción. El Estado no será ‘abolido’ se extinguirá.” “La sociedad,
reorganizando de un modo nuevo la producción sobre la base de una asociación
libre de productores iguales, enviará toda la máquina del Estado al lugar que
entonces le ha de corresponder: al museo de antigüedades, junto a la rueca y al
hacha de bronce” (F. Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el
Estado.)
Por último, en relación con el
problema de la actitud del socialismo de Marx hacia los pequeños campesinos,
que seguirán existiendo en la época de la expropiación de los expropiadores,
debemos señalar unas palabras de Engels, que expresan a su vez las ideas de
Marx: “Cuando tengamos en nuestras manos el poder estatal, no podremos pensar
en expropiar violentamente a los pequeños campesinos (con indemnización o sin
ella) como habrá que hacerlo con los grandes terratenientes. Con respecto a los
pequeños campesinos, nuestra misión consistirá, ante todo, en encauzar su
producción individual y su propiedad privada hacia un régimen cooperativo, no
de un modo violento, sino mediante el ejemplo y ofreciéndoles la ayuda social
para este fin. Y entonces es indudable que nos sobrarán medios para hacer ver
al campesino todas las ventajas que le dará semejante paso, ventajas que le
deben ser explicadas desde ahora”[7]
(Engels, El problema agrario en
Occidente, ed. de Alexéieva, pág. 17; la trad. rusa contiene errores. Véase el
original en Neue Zeit ).
LA TÁCTICA DE LA LUCHA DE CLASE
DEL PROLETARIADO
Después de esclarecer, ya en los
años 1844-1845, uno de los defectos fundamentales del antiguo materialismo, que
consiste en no comprender las condiciones de la actividad revolucionaria
práctica, ni apreciar su importancia, Marx consagra, a lo largo de su vida, una
intensa atención, a la vez que a los trabajos teóricos, a los problemas
tácticos de la lucha de clase del proletariado Todas las obras de Marx, y en
particular los cuatro volúmenes de su correspondencia con Engels, publicados en
1913, nos ofrecen a este respecto una documentación copiosísima. Estos
documentos distan mucho de estar debidamente recopilados, sistematizados,
estudiados y analizados. Por eso tendremos que limitarnos aquí exclusivamente a
algunas observaciones muy generales y breves, subrayando que el materialismo,
despojado de e s t e aspecto, era justamente para Marx un materialismo a
medias, unilateral, sin vida. Marx trazó el objetivo fundamental de la táctica
del proletariado en rigurosa consonancia con todas las premisas de su
concepción materialista dialéctica del mundo. Sólo considerando en forma
objetiva el conjunto de las relaciones mutuas de todas las clases, sin
excepción, de una sociedad dada, y teniendo en cuenta, por lo tanto, el grado
objetivo de desarrollo de esta sociedad y sus relaciones mutuas y con otras
sociedades, podemos disponer de una base que nos permita trazar certeramente la
táctica de la clase de vanguardia. A este respecto, todas las clases y todos
los países se examinan de un modo dinámico, no estático; es decir, no como algo
inmóvil, sino en movimiento (movimiento cuyas leyes emanan de las condiciones
económicas de vida de cada clase). A su vez, el movimiento se estudia, no sólo
desde el punto de vista del pasado, sino también del porvenir, y, además, no
con el criterio vulgar de los “evolucionistas”, que sólo ven los cambios
lentos, sino dialécticamente: “En desarrollos de tal magnitud, veinte años son
más que un día — escribía Marx a Engels —, aun cuando en el futuro puedan venir
días en que estén corporizados veinte años”. (Correspondencia, t. III, pág.
127)[8]
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Manifiesto Comunista |
La
táctica del proletariado debe tener presente, en cada grado de desarrollo, en
cada momento, esta dialéctica objetivamente inevitable de la historia humana;
por una parte, aprovechando las épocas de estancamiento político o de
desarrollo a paso de tortuga — la llamada evolución “pacífica” — para elevar la
conciencia, la fuerza y la capacidad combativa de la clase avanzada, y por otra
parte, encauzando toda esta labor de aprovechamiento hacia el “objetivo final”
del movimiento de dicha clase capacitándola para resolver prácticamente las
grandes tareas de los grandes días “en que estén corporizados veinte años”.
Sobre esta cuestión hay dos
apreciaciones de Marx que tienen gran importancia: una, de la Miseria de la
filosofia, se refiere a la lucha económica y a las organizaciones económicas
del proletariado; la otra es del Manifiesto Comunista y se refiere a sus tareas
políticas. La primera dice así: “La gran industria concentra en un solo lugar una multitud de
personas que se desconocen entre sí.
La competencia divide sus
intereses. Pero la defensa de su salario, es decir, este interés común frente a
su patrono, los une en una idea común de resistencia, de coalición [. . .]. Las
coaliciones, al principio aisladas, forman grupos y la defensa de sus
asociaciones frente al capital, siempre unido, acaba siendo para los obreros
más necesaria que la defensa de sus salarios [. . .]. En esta lucha, que es una
verdadera guerra civil, se van aglutinando y desarrollando todos los elementos
para la batalla futura. Al llegar a este punto, la coalición adquiere un
carácter político”. He aquí, ante nosotros, el programa y la táctica de la
lucha económica y del movimiento sindical para varios decenios, para toda la
larga época durante la cual el proletariado prepara sus fuerzas “para la
batalla futura”. Compárese esto con los numerosos ejemplos que Marx y Engels
sacan del movimiento obrero inglés, de cómo la “prosperidad” industrial da
lugar a intentos de “comprar al proletariado” (Correspondencia con Engels, t.
I, pág. 136)[9] y de apartarlo de la lucha ¡de cómo esta prosperidad en general
“desmoraliza a los obreros” (II, 218); de cómo “se aburguesa” el proletariado
inglés y de cómo “la más burguesa de las naciones [Inglaterra], aparentemente
tiende a poseer una aristocracia burguesa y un proletariado burgués, además de
una burguesía” (II, 290)[10]; de cómo desaparece la “energía revolucionaria”
del proletariado inglés (III, 124); de cómo habrá que esperar más o menos
tiempo hasta que “los obreros ingleses se libren de su aparente contaminación
burguesa” (III, 127); de cómo al movimiento obrero inglés le falta “el ardor de
los cartistas [11]” (1866; III, 305)[12]; de cómo los líderes de los obreros
ingleses forman un tipo medio entre burgués radical y obrero” (caracterización
que se refiere a Holyoake, IV, 209); de cómo, en virtud de la posición
monopolista de Inglaterra y mientras subsista este monopolio, “no hay nada que
hacer con el obrero inglés” (IV, 433)[13]. La táctica de la lucha económica en
relación con la marcha general (y con el desenlace) del movimiento obrero se
examina aquí desde un punto de vista admirablemente amplio, universal,
dialéctico y verdaderamente revolucionario.
El Manifiesto Comunista establece
la siguiente tesis fundamental del marxismo sobre la táctica de la lucha
política: “Los comunistas luchan por alcanzar los objetivos e intereses
inmediatos de la clase obrera; pero al mismo tiempo defienden también, dentro
del movimiento actual, el porvenir de este movimiento”. Por eso Marx apoyó en
1848, en Polonia, al partido de la “revolución agraria”, es decir, al “partido
que hizo en 1846 la insurrección de Cracovia” En Alemania, Marx apoyó en
1843-1849 a la democracia revolucionaria extrema, sin que jamás tuviera que
retractarse de lo que entonces dijo en materia de táctica. La burguesía alemana
era para él un elemento “inclinado desde el primer instante a traicionar al
pueblo [sólo la alianza con los campesinos hubiera permitido a la burguesía
alcanzar plenamente sus objetivos] y a llegar a un compromiso con los
representantes coronados de la vieja sociedad”.
Marx, que apreciaba en todo su
valor el empleo de los medios legales de lucha en los períodos de estancamiento
político y de dominio de la legalidad burguesa, condenó severamente, en los
años de 1877-1878, después de promulgarse la ley de excepción contra los
socialistas, las “frases revolucionarias” de Most; pero combatió con no menos
energía, tal vez con más vigor, el oportunismo que por entonces se había
adueñado temporalmente del partido socialdemócrata oficial, que no había sabido
dar pruebas inmediatas de firmeza, decisión, espíritu revolucionario y
disposición a pasar a la lucha ilegal en respuesta a la ley de excepción
(Cartas de Marx a Engels, IV, 397, 404, 418, 422 y 424.[18] Véanse también las
cartas a Sorge).
[*] Kustares: productores de
objetos industriales que trabajaban para el mercado.
NOTAS
1. V. I. Lenin empezó a escribir
el artículo “Carlos Marx” — destinado al Diccionario enciclopédico de la
Sociedad Granat Hnos. — en la primavera de 1914, en Poronin (Galitzia), y lo
terminó en noviembre de 1914 en Berna (Suiza).
En el prólogo a la edición de
1918 de este artículo (aparecida como separata), Lenin cree recordar el año
1913 como fecha en que fue escrito.
Apareció por primera vez en 1915,
en el Diccionario, con la firma de V. Ilín, seguido de una “Bibliografía del
marxismo”. Teniendo en cuenta la censura, la redacción prescindió de dos
capítulos — “El socialismo” y “La táctica de la lucha de clase del
proletariado” — e introdujo una serie de modificaciones en el texto.
En 1918, la Editorial Pribói
publicó este trabajo, con el prólogo de V. I. Lenin, en forma de folleto,
reproduciendo el texto que había aparecido en el Diccionatio, pero sin la
“Bibliografía del marxismo”.
El texto completo del artículo,
según el manuscrito, fue publicado por primera vez en 1925, en
Marx-Engels-marxismo, recopilación de artículos preparada por el Instituto
Lenin, anejo al CC del PC(b) de Rusia.
2. Véase Ludwig Feuerbach y el
fin de la filosofía clásica alemana (C. Marx y F. Engels, Obras Completas, t.
XXI.)
3. Véanse La carta de Marx a A.
Ruge de septiembre de 1843 (C. Marx y F. Engels, Obras Completas, t. I.) y
“Introducción de la Contribución a la crítica de la filosofía del Derecho, de
Hegel “. (Loc. cit.)
4. El partido de la pequeña
burguesia “La Montaña” organizó, el 13 de junio de 1849, una manifestación
pacífica en París para protestar contra la intervención del Gobierno, que había
enviado al ejército francés a aplastar una revolución en Italia, pisoteando así
la Constitución de la República Francesa. Esta Constitución prohibe utilizar el
ejército francés para oponerse contra la libertad de otros pueblos. La
manifestación fue disuelta por el ejército. Este fracaso confirmó la bancarrota
del democratismo de la pequeña burguesía francesa. Después del 13 de junio, las
autoridades empezaron a perseguir a los demócratas, emigrados incluidos.
5. Véase C. Marx y F. Engels,
Obras Completas, t. XIV.
6. Se alude a Ludwig Feuerbach y
el fin de la filosofía clásica alemana (C. Marx
y F. Engels, Obras Completas, t.
XXI.)
7. Véase El problema campesino en
Francia y en Alemania (C. Marx y F. Engels,
Obras Completas, t. XXII.)
8. Véase la carta de Marx a
Engels del 9 de abril de 1863.
9. Véase la carta de Engels a
Marx del 5 de febrero de 1851.
10. Véanse la carta de Engels a
Marx del 17 de diciembre de 1857 y la del 7 de octubre de 1858.>
11. Se refiere a los
participantes del movimiento constitucionalista de la década 30 a la 40 del
siglo XIX. Este es primer movimiento de masas con una intención política.
12. Véanse la carta de Engels a
Marx del 8 de abril de 1863, la de Marx a Engels del 9 de abril de 1863 y la
del 2 de abril de 1866.
13. Véanse las cartas de Engels a
Marx del 19 de noviembre de 1869 y del 11 de agosto de 1881.
14. Véase La burguesía y la
contrarrevolución. (C. Marx y F. Engels, Obras Completas, t. VI, pág. 127.)
15. Véase la carta de Marx a
Engels del 16 de abril de 1856.
16. Véanse las cartas de Engels a
Marx del 27 de enero de 1865 y del 5 de febrero de 1865.
17. Véanse las siguientes cartas:
La de Engels a Marx del 11 de junio de 1863, la de Marx a Engels del 12 de
junio de 1863, la de Engels a Marx del 24 de noviembre de 1863, y la fechada el
4 de septiembre de 1864; la carta de Marx a Engels del 10 de diciembre de 1864,
la de Engels a Marx del 27 de enero de 1865, la de Marx a Engels del 3 de
febrero de 1865, las de Engels a Marx con fecha del 22 de octubre de 1867, y la
fechada el 6 de diciembre de 1867 y la carta de Marx a Engels del 17 de
diciembre de 1867.
18. Véanse las siguientes cartas:
de Marx a Engels el 23 de julio de 1877 y el 1 de agosto de 1877; de Engels a
Marx el 20 de agosto de 1879, el 9 de septiembre de 1879 y de Marx a Engels el
10 de septiembre de 1879.
Artículo reproducido en Liberarce
impreso en dos partes, números noviembre-diciembre de 2006 y enero-febrero de
2007.
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